Muy conocida es la anécdota contada por Plutarco en sus Vidas Paralelas sobre la famosa cola del perro de Alcibíades, estratego ateniense, aristócrata, sobrino de Pericles y discípulo de Sócrates, seductor carente de escrúpulos y sobrado de ambición, capaz de defender una causa y su contraria al mismo tiempo sin el más mínimo asomo de escrúpulos, precursor indiscutible de lo que hoy llamamos “populismo”. Alcibíades un mal día ordenó cortar la cola de su hermoso perro, con el cual solía pasear muy orondo por las calles de Atenas en medio de los elogios de la gente. Preguntado por sus más íntimos allegados por la razón de tan atroz amputación, el estratego arguyó que así, mientras los atenienses perdían el tiempo dirimiendo sobre la cola del can, olvidarían criticar su mal gobierno. “Genio de la comunicación”, dirían algunos hoy, pero en su momento Aristófanes lo describió como “un genuino producto de la sofística, falsario y manipulador… se conducía sin miramiento alguno como un semidios, lleno de vanidad y soberbia”.
Desde muy joven Alcibíades fascinó y escandalizó a todos por su audacia, arrogancia y ambición. “Presuntuoso y provocativo, se pavoneaba por el ágora con una túnica púrpura que llegaba hasta el suelo”, cuenta la helenista Jacqueline de Romilly en su estupendo tratado “Alcibíades o los peligros de la ambición”, en donde narra como con gran manejo de la demagogia este estratego sedujo a los atenienses para ir a la guerra contra los espartanos para luego, tras su derrota, pasarse al enemigo, cautivar a su vez a éste y comandar su ejército contra su patria nativa, donde más tarde, por azares del destino, volvió a ser acogido entre aclamaciones. Entregados a los manipuladores populistas y a sus promesas de gloria, los atenienses acreditaron tempranamente lo que, con el devenir de los tiempos, ha resultado un modo característico de echar a perder a los Estados. Tras la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso, Alcibíades muere asesinado. Los atenienses, en colaboración con los espartanos, compran a los persas (con quienes se había refugiado) su muerte. El estratego es asesinado a flechazos dejando una huella profunda en el imaginario colectivo de los griegos.
Sobre este personaje Romilly no ofrece una biografía sino una reflexión sobre la demagogia a partir de unos textos clásicos releídos con excepcional agudeza y destacando su lección política y ética para el presente. Porque a lo largo de los siglos a Alcibíades le han surgido miles de discípulos. Casi cada vez que un demagogo se mete en problemas por su mal gobierno adopta alguna variante de la famosa táctica de Alcibíades y así evitan que se hable de las cosas importantes o aquéllas que más les comprometen. Por cierto que el tan usual ardid tiene también su versión cinematográfica en la película Cortina de Humo, estrenada en 1997 (los años del escándalo Lewinsky en Estados Unidos) con Robert de Niro y Dustin Hoffman, quienes en la trama inventan una guerra con Albania y la televisan para apartar a la opinión pública del escándalo que involucra al presidente por un supuesto abuso sexual.
Uno de los casos más recientes de nuevo “Alcibíades” lo dio Boris Johnson, quien se ha aferrado a la crisis de Ucrania para revestirse de un manto de estadista capaz de alejar la atención pública del escándalo de las fiestas en Downing Street. Anunció el primer ministro un considerable incremento de su contribución a la OTAN “para reforzar las fronteras de Europa frente a la creciente agresión rusa”. Duplicará el Reino Unido el número de soldados británicos asentados en Estonia, país al que enviará armamento defensivo, y estará dispuesto a aportar cazas de combate, buques de guerra y especialistas militares para proteger a los países de la Alianza Atlántica. “Este paquete de medidas enviará un claro mensaje al Kremlin: no toleraremos sus actividades desestabilizadoras y siempre apoyaremos a nuestros aliados de la OTAN frente a la hostilidad rusa… Si el presidente Putin elige la senda de un baño de sangre y destrucción, será una tragedia para Europa. Ucrania debe poder elegir libremente su futuro”, Aseguró, vehemente, el primer ministro británico, a quien solo le falto convocar a la guerra, como el Enrique V de Shakespeare, con aquellas voces de “We the happy few!”, “We band of brothers!”
¡Pero para qué irnos hasta Inglaterra cuando aquí en México tenemos al rey de las cortinas de humo! No comparo a López Obrador con Alcibíades (era demasiado fifí para su gusto, supongo) pero bien sabemos los mexicanos cómo mañanera tras mañanera nuestro presidente “le corta la cola” a cuanto perro alcibiadano se le atraviesa para distraernos de la ineptitud de su mal gobierno. La triquiñuela de este tipo es el grave incidente diplomático generado tras sus torpes y mal intencionadas declaraciones antiespañolas, producto de su necesidad de hacer olvidar el escándalo de la casa en Houston de su díscolo vástago (parece que la señora tiene dinero). Pero a mi me da la impresión de que hay algo más en este exabrupto. Juega en ello, desde luego, la supina ignorancia de nuestro jefe de Estado de las más elementales prácticas diplomáticas y de política exterior. También está, como siempre, su irrefrenable soberbia, a la cual poco importa que existan más de seis mil empresas españolas que invierten y dan trabajos en nuestro país o que nuestras relaciones comerciales con España lleguen casi a los diez mil de euros anuales. Por último, algo influye la necesidad de los populistas de inventarse un enemigo externo al cual fustigar y culpar de todos nuestros problemas, y como en el caso de México este villano a modo en estos momentos no puede ser Estados Unidos, pues entonces le toca a España, tierra de nuestros “malvados conquistadores”, ejercer el papel de ogro. Todo esto es pueril, desde luego, pero ¿efectivo?
Los demagogos son expertos en las prácticas de la simulación y el enmascaramiento. Trump, Putin, Orban, Maduro, el Peje, ahí los tenemos, siempre huyendo hacia delante, sobreviviendo a como dé lugar, maestros en convertir los resentimientos en poder político. Pero como escribe Romilly “Alcibíades, figura de la ambición individualista en una democracia en crisis, ilumina con sus seducciones y sus escándalos nuestras propias crisis, a pesar de que pocos genuinos Alcibíades podemos distinguir entre los pedestres políticos modernos”. Eso porque si bien nos sobran en este siglo XXI demagogos, estos son mucho menos audaces, sofisticados e inteligentes que el griego, aunque -eso sí- posean su oportunismo, su tenacidad, su ambición sin límites y su instinto superviviente.