* De acuerdo al documento que mereció poca atención de los medios, no más de mil miembros de su Consejo Político Nacional, simularán una votación el próximo once de agosto, para perpetuar en el poder a la mafia que se ha apoderado del cadáver del tricolor, con el corrupto Alejandro Moreno a la cabeza. La cúpula insiste en negarse a una verdadera democracia interna por lo que las agraviadas bases quedarán marginadas, una vez más, de las decisiones cupulares
Hoy, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), otrora insignia de la simulación democrática de la dictadura perfecta– abre su convocatoria para los aspirantes que buscarán ser Presidente y Secretario (a) nacional del tricolor, el cual renovará el 11 de agosto su comité ejecutivo nacional.
Varios priístas prominentes han expresado en gradación su malestar ante la voracidad sin escrúpulos del actual presidente de dicho comité ejecutivo. La puja parece inexistente y todo indica que “Alito” Moreno pisoteará lo poco o nada que queda en el priísmo nacional.
Y es que a no pocos militantes llaman la atención los móviles de esos priístas –todos vinculados a facciones cupulares, ajenos a la base– empeñados en mantenerse pegados a la ubre del PRI.
La percepción pública –de militantes y ciudadanía en general– se nutre del convencimiento de que el PRI está a punto de desaparecer y que es ya cascarón huero.
Cierto. Un cascarón sin sustancia ni contenido, obsoleto, rebasado por la realidad y, ergo, por la historia. Para muchos mexicanos, priístas incluso, el PRI es un anacronismo.
Ese absolutismo se advierte no sin elocuencia en la forma cómo renovará su comité ejecutivo nacional: en cónclave, seguramente, secreto, entre unos cuantos.
Dicho de otro estilo: la base –todavía amplia aunque en desintegración creciente– no elegirá democráticamente a sus líderes; éstos serán ungidos por una élite en la cúpula.
No se le pedirá, pues, su opinión ni su parecer a los priístas –los militantes–, sino que, con arreglo a la cultura del antaño impositivo, se simulará una elección.
Se realizará, sábese, una elección –como si ésta fuese la definición misma de democracia–, pero los electores no serán los militantes, sino los miembros de su Consejo político.
Reitérese: en un partido político que presume de poseer la cifra de poco más de un millón de afiliados a su padrón, sólo elegirán al Comité Ejecutivo Nacional un poco más de mil consejeros.
Ello confirma la percepción pública de que el PRI ha sido siempre, es y continuará siendo un ente antidemocrático y, por ello, opuesto a ultranza a la democracia.
Esa percepción, sin embargo, no es un discernimiento final o definitivo, pues ello es tarea de los historiadores. La historia tendrá la última palabra. Pero, como un priísta de laya liberal –casi revolucionaria– dijo alguna vez, en política lo que parece es. Y lo que parece es que el PRI está en coma.
Se debe señalar que el anuncio de la renovación de los mandos del PRI no mereció despliegue en los medios de difusión, entre otras razones porque para éstos el PRI ya no es noticia, solo fue dato duro en el mundo de la información, el agandalle que pretende realizar “Alito”.
No más. Sin recursos financieros disponibles, el PRI carece de los agentes principales de cohesión en la militancia y en las cúpulas de las facciones de intereses creados.
Otros motivos de que lo que ocurre en el PRI y mueve a bostezo, es que ninguno de los aspirantes a presidirlo representa –ni siquiera simbólicamente– renovación real.
Por renovación real, la militancia entiende transformación ideológica y, por ende, política del partido, para ubicarlo en la realidad social de México, ignorada durante décadas.
¿Y cómo ubicar al PRI en ese contexto social y, por lo mismo, histórico, de México? Que le haga honor a su nombre: Que sea un partido verdaderamente revolucionario.
Ello implica situarse a la izquierda en el espectro ideológico de México y que repudie su naturaleza de simular una condición revolucionaria. Dejar de ser un partido espurio.