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martes 08 octubre 2024

AMLO en perspectiva histórica

por José Ramón López Rubí Calderón

Lo propiamente suyo fue una tenaz prevaricación histórica.

José Ortega y Gasset

Antes de la “revolución de Ayutla” (1854) contra Santa Anna, y después del ridículo imperio de Agustín I (De Iturbide), México era república pero no laica ni liberal. Los liberales de Ayutla, entre ellos Benito Juárez, levantaron el tipo de república que no existía. Sus enemigos conservadores intentaron no sólo que la república fuera iliberal y católica, también intentaron que muriera: que no hubiera república sino “imperio”; así, en triangulación con Napoleón III, llegaría a México Maximiliano de Habsburgo. Lo enfrentaron –guerra contra la Intervención francesa- los liberales encabezados por Juárez, y lo hicieron hasta vencer y revivir la estructura republicana codificada en la Constitución de 1857, la Constitución de la Reforma (y “postAyutla”): república liberal, matizadamente laica y relativamente democrática.

Tres puntos traídos desde ese pasado hasta el presente:

Primero. A Santa Anna y a Napoleón III les gustaban las “consultas populares”. Ya expliqué que el dictador mexicano hizo su “consulta popular de revocación de mandato”. Al francés le gustaban aun más. Con ellas gobernó y se transformó en emperador. Le gustaba “consultar al pueblo”, cuando le convenía, como a Andrés Manuel I, reyecito de México. Reyecito: rey chiquito, “reysidente”, presidente autoritario y contraconstitucional, presidente personal-presidencialista, político con hambre insaciable de poder sin control.

Segundo. Los conservadores del siglo XIX eran además reaccionarios: buscaban idealmente regresar a un pasado de su gusto. En nuestro presente el reaccionario es López Obrador, que busca regresar al pasado priista –pasado autoritario que desea “actualizar” y personalizar.

Tercero. Una parte de los opositores a López Obrador no somos ni conservadores ni reaccionarios. No queríamos ni queremos regresar a ningún pasado (ninguno) ni meramente conservar la democracia. Algunos intentamos conservar la democracia, que no muriera toda y no fuera sustituida por un régimen autoritario, pero no queríamos conservar el tipo de democracia que existía, no queríamos conservar la democracia en el estado que tenía antes de 2018. Propusimos y buscamos conservar la democracia para mejorarla; conservar genéricamente la democracia para entonces poder mejorarla y mejorarla específicamente. Lo escribo así, “queríamos”, porque la democracia morirá. Se podía evitar, ya no. Ya lo posible opositor es otra cosa: no evitar que México sea un régimen autoritario sino evitar que sea uno peor.

Hablando de reaccionarios, democracia y juarismos, hay que decir que Juárez no fue impoluto y sí podía/puede ser criticado. Fue criticado, sin y con razón, durante sus años presidenciales. Y fue criticado por los mismos liberales. Ignacio Ramírez y Manuel María de Zamacona fueron dos de sus principales críticos desde el partido liberal. Haber sido muy criticado no lo hace equivalente a López Obrador, quien tampoco es equivalente a Madero. Juárez no fue un López Obrador del pasado. López Obrador no es un Juárez del presente. López obrador es un reaccionario político (amén de conservador social), antidemocrático y falso juarista. Es El Restaurador…

Pero no un restaurador como lo fue Juárez, no. Se puede llamar restaurador a Don Benito, sí, pero sólo porque fue uno de los artífices de “la república restaurada”: era el presidente cuando el partido liberal venció al segundo “imperio”, el de Maximiliano, y logró restaurar la república de la Constitución de 1857. Por su parte y por el contrario, López Obrador se empeñó en el intento de degenerar la Constitución vigente hasta el día de ayer para con sus reformas restaurar el autoritarismo, restaurar –aproximadamente o imperfectamente pero restaurar- el régimen del PRI hegemónico. Juárez restauró la república liberal, AMLO está  restaurando la república priista –la república pseudoliberal y pseudodemocrática.

Falsa democracia de consulta popular como la de Napoleón III, política reaccionaria como la de los conservadores del siglo XIX, falso liberalismo, juarismo de pose y caricatura, verdadero autoritarismo (re)centralizador como el del PRI. Y para “avanzar hacia el retroceso”, para aprobar la reforma judicial parte del “plan C” esencialmente restaurador, prácticas asquerosas: no sólo, primero, ataques constantes a la libertad de expresión vía la descalificación sistemática de todo crítico e inequidad y compra de votos al extremo, sino, después, robo de la mayoría calificada en la cámara de diputados con fraude postelectoral en el INE y el TEPJF y robo de la mayoría calificada en el senado comprando a dos senadores y extorsionando a uno más (con secuestro exprés al papá de otro). Prácticas que podrían firmar los peores priistas pero también Porfirio Díaz, Victoriano Huerta o Álvaro Obregón. Álvaro Delgado y el palero Hernández defienden eso. 

Tales prácticas sirvieron para poner la transición autoritaria muy cerca de su conclusión. Por esa transición extenderá AMLO su poder, pero también por ella se le recordará como lo que es: un traidor. Por él, en palabras de Ortega y Gasset otra vez, sopla “un ventarrón de farsa general y omnímoda”. La mala restauración. Así, el “gigante histórico” AMLO sólo es El Restaurador priista.

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