El régimen de Porfirio Díaz no solamente fue una especie de dictadura, con presidente militar y elecciones, por cierto; también fue un régimen corrupto. Un ejemplo de su corrupción está en el hijo del dictador, llamado Porfirio Díaz Ortega. “Porfirito” era militar y formaba parte del Estado Mayor Presidencial, es decir, estaba empleado por su papá presidente, pero eso no le impedía ser contratista privado sino al contrario… En esa calidad construyó, entre otras cosas, la Escuela Normal de San Jacinto-Tacuba y el hospital psiquiátrico “La Castañeda”. Dicho con otras palabras, el gobierno del papá contrató extralegalmente al hijo –al que ya tenía contratado legalmente como funcionario militar- y le pagó con dinero del Estado para levantar los edificios mencionados. “Porfirito” se valió para el negocio de cuates como Victoriano Huerta. Este otro militar también fue contratista porfirista. ¿Cómo lo sé? Porque ambos, Díaz Ortega y Huerta, contrataron al padre de Jorge Prieto Laurens y este poderoso político de la época posrevolucionaria lo contó en su libro Anécdotas históricas (Costa–Amic Editores, 1977):
Díaz “dispuso que se le diera el contrato de ambas obras a su hijo, el coronel”; “como ‘Porfirito’, según le llamaban sus amigos, no era [no realmente, según Prieto] ingeniero militar, pues salió como oficial táctico y se incorporó al Ejército, para poder cumplir dicho contrato, se dirigió a la Escuela Nacional de Arquitectura (en San Carlos) y a la Escuela Nacional de Ingenieros (en Minería), a fin de que le recomendaran un arquitecto y un ingeniero”, y “escogió a mi padre, el ingeniero Antonio Prieto Trillo”. En 1909 Díaz junior recibió en su rancho a los Prieto para “recomendar al señor general Victoriano Huerta, hombre de todas las confianzas del Presidente Díaz, a fin de que fuera el encargado de proveer toda clase de materiales de construcción para las obras citadas”.
“Andy” fue en el primer sexenio del obradorato algo parecido a “Porfirito” en años del porfiriato; Victoriano Huerta fue, funcionalmente, casi como Amílcar Olán y tantos más. Así se construyó el ecocida y mal llamado tren maya.
Caído el dictador Díaz a causa de sus injusticias petrificadas y de la Revolución, y caída la Revolución a causa de la Revolución misma y de los revolucionarios, apareció otro tipo de líder antes de que regresara el presidencialismo: el “jefe máximo”, Plutarco Elías Calles. El general sonorense tuvo muchos hijos, entre los que encontramos equivalentes o similares a “Andy” y Jesús Ernesto López Obrador. De los 7 hijos de Calles, 5 estudiaron en escuelas privadas de Estados Unidos mientras él era secretario de Gobernación en la presidencia de Álvaro Obregón (1920-1924), presidente de la república (1924-1928) o “jefe máximo” (1928-1934). Y durante el maximato, el hijo favorito, Rodolfo, fue gobernador de Sonora, de 1931 a 1934, y secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno federal, de 1934 a 1935. Rodolfo era tan influyente, ya que su papá lo permitía, que fue uno de los políticos que convencieron a Calles de aceptar la candidatura presidencial de Lázaro Cárdenas en 1933. Cárdenas fue, efectivamente, escogido como candidato presidencial del partido oficial –el PNR, futuro PRI- en diciembre de ese año. Pero en cuanto se convirtió en presidente al final de 1934 se distanció de Calles y rápidamente suspendió el maximato callista, con lo que destruyó la carrera política artificial de Rodolfo. El junior tuvo que dejar la secretaría de Estado en junio de 1935 –y pocos días después su papá tuvo que dejar el país por primera vez en el sexenio cardenista.
Una vez transformado el PNR en el PRI hegemónico, México tuvo la objetiva y casi total desgracia de que José López Portillo fuera presidente de 1976 a 1982, sucediendo por “dedazo” a otra desgracia de apellido Echeverría. El licenciado Jolopo llegó a la presidencia “ganando” una elección en la que no participó la verdadera oposición, de la cual una parte estaba en la guerrilla, otra no podía presentar legalmente candidatos y otra decidió no presentarlos, con lo que no legitimó una farsa y provocó (después de décadas de farsa y desgaste priistas) la reforma político-electoral de 1977, único acierto nacionalmente trascendente del gobierno lopezportillista. Entre sus muchos y enormes errores y costos, de todos colores y sabores, estuvo el nepotismo desenfrenado. López Portillo tuvo su propio “Andy”: José Ramón López Portillo Romano, a quien el cínico presidente priista hizo subsecretario de Programación y Presupuesto federal. Pero su nepotismo no sólo tenía en ese hijo a su orgullo, como él mismo declarara, y colocó a otros familiares en su gobierno: a su hermana Margarita le entregó la dirección de Radio, Televisión y Cinematografía de la secretaría de Gobernación, a su hermana Alicia la contrató como secretaria personal de la presidencia, y para su primo hermano Guillermo creó el Instituto Nacional del Deporte. A su amante, Rosa Luz Alegría, le dio las llaves de la secretaría de Turismo.
Corrupción y nepotismo, dos males históricos mexicanos. ¿Quién puede negarlo? Al respecto, la mejor conclusión sobre los obradoristas es que no son los únicos practicantes ni necesariamente los peores pero son los continuadores de los males, a veces sus agravadores y tienen casos entre los peores, históricamente hablando.
“Andy” no sólo fue contratista gubernamental informal mientras su papá fue presidente, como el hijo de Porfirio Díaz Mori; es funcionario de uno de los dominios del “jefe máximo” mientras su papá AMLO eso aún es, como en el caso del hijo de Calles; y sin mérito, “Andy” quiere ser más que lo que fue el hijo de López Portillo gracias a su papá. Todo, literalmente todo, gracias al papá en ambos casos. Juniors, nada más. A los apellidos Díaz, Elías Calles y López Portillo se une el apellido López Obrador, en el cuadro de “honor” de la corrupción nepótica mexicana. ¡Qué “honor” estar con Obrador!