jueves 21 noviembre 2024

Anticlímax (Historia de un abrigo de mink)

por Nicolás Alvarado

Fui el nieto dilecto de una mujer que murió el año pasado, no de Covid19 sino de cien años, tras una vida que tuvo periodos de prosperidad. De ahí que mi mujer haya heredado hace unos meses un abrigo de mink.

Hace años que nadie en su sano juicio compra un abrigo de mink. Porque encarnan la crueldad. Porque no son sustentables. Porque resultan imprácticos en una ciudad en que el termómetro rara vez baja de 7 grados. Porque hace mucho que apuntan a un estilo de vida que sólo los muy ricos tienen la extravagancia para vivir. Pero aquí está –largo, negro, hermosísimo–, colgado en el cuarto de planchado, junto a las prendas que no se usan sino rara vez, con el resto de los abrigos –de lana– o los trajes de baño. Porque era de Doña Elvira, la abuela suegra, y por tanto tiene valor sentimental. Pero también porque, en términos culturales, encarna una fantasía de glamour retro difícil de resistir para una mujer, como para el hombre que la ama. Y, a fin de cuentas, porque ya vendrá –o eso solía decirse uno– la boda de etiqueta o el viaje a la nieve en que podrá resultar de utilidad.

Lisa Fonssagrives Penn lleva un abrigo de visón salvaje canadiense para Vogue en 1951. Clifford Coffin / Condé Nast (Getty Images)

Llegado a mi casa en medio de la pandemia, el abrigo de mink ha debido conformarse con una función más modesta: la de running gag, “Voy a la fisioterapia”, anuncia Eunice el único día de la semana que calza zapatos; “creo que me pondré el mink”. O “Tengo frío”, a lo que le respondo “¿Te abrazo o te pones el mink?”. Ocurrencias jocosas pero tristes, recordatorios de que cualquier versión del universo en que un abrigo de pieles pueda tener uso ha quedado en suspenso hasta nuevo aviso.

2021 no será el año en que tengamos dinero para pagarnos viajes a la nieve pero, aun si lo tuviéramos, no podríamos hacerlos. No hemos sido requeridos a boda alguna. Hace unos meses, en una reunión familiar por Zoom –¡claro!– hicimos una apuesta: la mitad a que habría vacuna contra el Covid antes de que terminara 2020, la mitad a que no. Ganamos los optimistas: hubo vacuna. Pero, en la mayoría de los países, no hay vacunación. No en Europa –donde gobiernos y farmacéuticas están enzarzados en una batalla mediática que apunto está de devenir legal–, no en México –donde, al escribir esto, gran parte del personal médico sigue a la espera de la dosis, y la plataforma digital en que los adultos mayores debían registrarse para recibirla ha colapsado.

Incluso los voceros editoriales de la 4T –la prensa “no vendida”– conceden que la estrategia de gestión de la pandemia debería cambiar… pero no cambia. De acuerdo a una encuesta recentísima –publicada un día antes de este texto–, la sociedad reprueba mayoritariamente la acción del gobierno en esa materia, como en seguridad pública, empleo, economía y feminicidios… pero la popularidad del presidente de la República anda en 64 por ciento. No es imposible que Morena vuelva a ganar el Congreso en junio pero sus simpatizantes no están contentos –el barco hace agua por todos lados– y sus críticos menos. Hay una alianza de tres partidos de oposición que, lejos de hacer autocrítica y replanteamiento estratégico, actúan como siempre, sólo que con la nostalgia –nostalgie de la boue, dicen los franceses: nostalgia del lodo– como bandera. Y hay un cuarto partido que promete pero cuya insistencia en ir en solitario preocupa a muchos… y luego parió la abuela a Samuel García bailando quebradita con su chica fosfo.

En 1954, Emilio Gómez Muriel rodó Historia de un abrigo de mink, en que la vida útil de tal prenda era hilo conductor de las historias de una mujer que despierta a la sexualidad, de una prostituta de lujo que pierde su oportunidad de redención, de una pareja potencialmente infiel que redescubre su felicidad, de una chica de clase trabajadora que encuentra su vocación: en un tiempo histórico, el abrigo se mueve. El de Eunice también narra su tiempo: cuelga hace meses de un gancho, pasmado, ahistórico. Espera a que la vida retome algún día su marcha.


Instagram: nicolasalvaradolector

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