jueves 21 noviembre 2024

Antiintelectualismo, fascismo e ignorancia

por Alejandro Vázquez Cárdenas

Algo de historia: el origen de lo que llamamos actualmente “intelectual” viene de finales del siglo XIX, como consecuencia de la apertura de una sociedad anteriormente cerrada y la masificación de la educación, que dio como resultado la aparición de espacios libres de discusión gracias a los nacientes medios de comunicación masivos y la disminución de los obstáculos gubernamentales a la libertad de expresión. Lo anterior hizo posible que escritores, filósofos y científicos utilizasen su fama para pronunciarse sobre los temas que afectan a la sociedad en su conjunto. Indiscutiblemente, la característica más relevante de un “intelectual” fue su independencia de criterio frente a los poderes temporales.

Por diversas circunstancias atribuibles a las características de las grandes potencias de finales del siglo XIX y buena parte del XX, el intelectual se configuró históricamente como un personaje antiderechas, o en lo que buenamente se entendía como de derecha. De ahí que la figura del “intelectual de derechas” fuera considerada como algo raro, inusual o de plano contradictoria. Por ello algunos prefirieron llamarlos antiintelectuales, imaginando —la izquierda siempre ha sido imaginativa— un supuesto rechazo a “las pretensiones universalistas de la razón”, ya que en la figuración de los incipientes “intelectuales” se consideraba que la “derecha” obligadamente tenía como fundamento una visión restringida de la realidad, que apoye y enfatice las obligaciones y las restricciones humanas y, como consecuencia, tenga como modelo un Estado fuerte y una familia patriarcal autoritaria.

En el siglo XXI el asunto cambia bastante, y el antiintelectualismo pasa a ser definido como la hostilidad y desconfianza hacia el intelecto, los intelectuales y su actividad, manifestada por un desprecio a la educación, filosofía, literatura, arte y ciencia, calificándolas como actividades poco prácticas y de escasa o discutible utilidad. El modelo, llevado a la caricatura, es Donald Trump, junto con sus fanáticos seguidores.

En esencia, el antiintelectualismo cultiva un rechazo radical a lo que se denominó el ideal socrático, conjunto de tesis que ha dominado la reflexión filosófica desde la Antigüedad.

Benito Mussolini, un exsoldado expulsado del partido socialista por su exacerbado sentimiento nacional, fundó los Fascios Italianos de Combate el 23 de marzo de 1919, fecha considerada como el origen del fascismo. Básicamente era un movimiento de masas con un líder mesiánico que exaltaba la patria y supeditaba al individuo a los intereses del Estado.

Con la derrota del fascismo y su hermano el nacional socialismo alemán, esas doctrinas cayeron en el olvido, pero las circunstancias que les dieron origen, tales como la crisis económica, la inflación galopante y el deterioro de los valores tradicionales, se repiten en este siglo XXI, situación que ha dado origen a la aparición de diversos movimientos de corte nacional-populista en varios países. El antiguo fascismo, ahora etiquetado como “neofascismo”, ha cambiado de ropajes y colores; el guinda es uno de sus favoritos, y para desgracia de México sus prédicas polarizantes de contenido burdamente elemental han caído en terreno fértil al grado de ser ya un verdadero problema de difícil solución.

Actualmente existen algunos “intelectuales”, básicamente personas que por diversas razones no lograron superar los rigurosos estándares académicos, que bien pueden ser llamados antiintelectuales. Estos individuos , por mera pose o por así convenir a sus intereses, suelen proclamarse como defensores del pueblo y en contra del elitismo académico, por lo que afirman que la élite académica, esa que domina buena parte de la educación superior, es en realidad una clase social distante de las preocupaciones cotidianas de la mayoría (el pueblo bueno) y, por lo tanto, se le deben restringir o de plano eliminar sus supuestas canonjías. Nuevamente recordemos a Trump y agregamos a varios funcionarios de la llamada 4T.

El conocido escritor y divulgador de temas científicos Isaac Asimov, con su característica precisión y contundencia, definió el antiintelectualismo de manera lapidaria: “El antiintelectualismo es el culto a la ignorancia promovido por la falsa idea de que la democracia consiste en que ‘mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento’”.

Dado que el término “antiintelectual” suele ser peyorativo, definir los casos específicos de antiintelectualismo puede llegar a ser problemático, pero no tanto; sin embargo, hay que tener cierto cuidado pues las afirmaciones de antiintelectualismo pueden constituir una “falacia de autoridad” o un recurso al ridículo para desacreditar a un oponente en lugar de rebatir sus argumentos.

Para concluir: los argumentos y los datos se rebaten con argumentos y datos duros, no con ocurrencias, payasadas, descalificaciones ni adjetivos.

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