Megalomanía desmañanada: “¿Qué fue lo más significativo de ese encuentro [la COP26] en la Gran Bretaña? Fue la firma, sí, para sembrar árboles. A ver, para que se enojen, ¿de dónde creen que salió esa idea? De Sembrando Vida”. Con ustedes, el cuarto transformador y salvador del pueblo…
Yo no me enojo por eso, me da risa. Porque es una declaración patética y patentemente falsa. Me preocupan las consecuencias de lo que dice, hace y no hace como presidente (por ejemplo, no cambiar la estructura fiscal, ni intentarlo ni proponerlo, aunque sus fanáticos deliran sobre un héroe inexistente que cobra más a los más ricos nacionales y extranjeros), pero muchos de sus dichos me provocan risa. En un sentido –y es importante ese sentido antiautoritario, contrario a la idolatría momentánea o no de las investiduras- López Obrador ya me pone a reír un rato, como Peña Nieto –“un minuto, no, menos, como cinco”…
Es risible el nivel tan bajo al que AMLO ha llegado con las particularidades de su autoestima “histórica”, con sus complejos, su ignorancia y su atrevimiento; no se da cuenta de que todas las mentiras que dice, cada vez más absurdas y todas exhibidas dentro y fuera del país, son parte de la materia con que se está moldeando su paso a la Historia, ese paso que él no controlará. Parafraseando a Phil Graham, lo que queda en los medios “tradicionales” es parte de los “borradores” de la historiografía. Fuera de su partido y movimientos coyunturalmente afines, el presidente no tiene el respeto verdadero de nadie, ni a nadie impresiona, sólo causa crítica, condescendencia o pura burla.
La mentira sobre la influencia de “Sembrando Vida” en la COP26 ya fue rebatida: lo acordado en Glasgow tiene antecedentes en el mismo sistema internacional como la Declaración de Nueva York sobre Bosques de 2014. Y ya fueron recordados los hechos (no mentiras) que se debían recordar: AMLO, congruente como siempre, se empeña en una refinería y afirma que el ecologismo es un membrete neoliberal. ¿Cómo no reírse? Sí, es molesto, pero también es ridículo y por eso risible: pretendió descalificar y desprestigiar a los ecologistas, por las críticas ecologistas a los proyectos pejistas, y pocos días después el aspirante petrolero a refinador máximo se autopresenta como modelo ecoforestal para todos. Él como ejemplo de ecologismo para el mundo; él, que está imantado por PEMEX en una era que no es la de Lázaro Cárdenas; él, que quiere que el petróleo sea el centro energético en vez de preparar su salida de la centralidad en respuesta responsable, avanzada y aún visionaria contra el cambio climático –ante los riesgos de empobrecimiento de millones de mexicanos por la pandemia debía actuar de otro modo a corto plazo y no lo hizo, para no afectar en lo mínimo proyectos como la refinería; sobre petróleo urge actuar pensando en el mediano y largo plazos, pero AMLO se limita a lo corto…
Pasemos a enfrentar el nuevo mito que el presidente desea para sí mismo, que no es solamente que inspiró a la ONU. Si se lee con cuidado su declaración (primer párrafo de este artículo), se ve que no sólo dice que en Glasgow decidieron empezar a sembrar árboles gracias a él, Andrés Manuel, sino que implica que la idea de la reforestación como proyecto público es original, es decir, de Andrés Manuel. Y si se recuerda que él mismo –a iniciativa suya, para variar- alguna vez sugirió que es el nuevo Roosevelt, se obtendría la sugerencia antiRoosevelt de que es creación obradorista la idea general de que la gente gane dinero por reforestar. Así de retorcidas pueden ser la psicología y la retórica de nuestro presidente. Esa segunda idea general, desde luego, no es tabasqueña. La idea-semilla tras “Sembrando Vida” fue tomada de la experiencia rooseveltiana y desde ahí desviada hasta producir la especie diferente, y no mejor, que es el programa obradorista. Voy a lo rooseveltiano para refutar lo obradorista.
Franklin Delano Roosevelt tenía antecedentes reforestadores: como legislador y gobernador de Nueva York apoyó políticas al respecto. Cuando llegó a la presidencia de Estados Unidos, en 1933, en medio de la Gran Depresión, casi de inmediato (literalmente, a menos de un mes de haber tomado posesión) ejecutó la idea de la reforestación como actividad económica al mismo tiempo que ecológica. Un camino con dos carriles puenteados: reforestar contratando a desempleados, dar empleo para reforestar. Y “por medio de este empleo –dijo Roosevelt- realizar proyectos grandemente necesitados para estimular y reorganizar el uso de nuestros recursos naturales”. Si viviera en 2021, por tanto, no creo que Roosevelt ignorara, negara ni desestimara el problema del cambio climático, como no hizo nada de eso con la pobreza, los excesos financieros ni la deforestación de su época, por lo que hoy buscaría reorganizar progresistamente el uso de los recursos energéticos, a diferencia de ya saben quién.
Como parte del New Deal y en correspondencia con la Ley Federal de Alivio al Desempleo, Roosevelt creó el Cuerpo Civil de Conservación, el CCC. Tan pronto como en el verano del 33 se contrataron 250,000 reforestadores entre los hombres de 18 a 25 años y sin empleo; 88,000 de esos trabajadores iniciales fueron “nativos americanos” (hay que decir que no se dio la innovación de la desegregación; negros y blancos fueron contratados pero trabajaban separados). Como punto máximo el Cuerpo tuvo 3 millones de empleados. 3 millones que recibieron 30 dólares al mes; 30 dólares con el valor de entonces, no el actual, de los cuales 25 se enviaban a sus familias, dado que los reforestadores no se quedaban en sus pueblos: viajaban y reforestaban donde se necesitara, no sembraban a la fuerza en la tierra de la que fueran propietarios ni donde dijera el presidente.
El CCC y sus millones de empleados, que fueron conocidos como “el ejército del árbol de Roosevelt” sin que el presidente les pusiera el mote, existieron de 1933 a 1942, 9 años en los que plantaron entre 3 y 3.5 billones de árboles. Sí, billones. Hay consenso académico sobre el gran éxito del Cuerpo, que incluye el éxito contra el fenómeno llamado “dust bowl”, “tazón de polvo”, en las planicies centrales que van de Texas a Canadá. Asimismo, los empleados del CCC construyeron más de 700 parques estatales, grandes cantidades de campamentos, senderos, caminos, refugios para animales, puentes, depósitos de agua, granjas de peces y otros criaderos, y combatieron eficazmente la erosión de suelos e incendios.
Son estados muy diferentes, el Estado gringo de los 1930 y el Estado mexicano de los 2020, pero también son presidentes muy diferentes, Roosevelt y López Obrador. Lo que haya dicho el embajador Ken Salazar es diplomacia, mera cortesía con la intención de pescar en un estanque como la mente obradorista. El presidente de Estados Unidos fue un progresista conservacionista, siendo el conservacionismo la protección activa de la naturaleza; el presidente de México es un conservador priista-clientelista que a veces finge ser protector del medio ambiente. Es enorme la diferencia entre el Cuerpo Civil de Conservación y “Sembrando Vida”, que ya ha recorrido un tercio del tiempo de duración del CCC. Digo más, como investigador-analista y hombre de izquierda progresista he estudiado a Roosevelt y sé que AMLO es un mosquito en el pie de FDR. López Obrador, el presidente que nos insulta igualando a todos sus críticos todo el tiempo, es chiquito, mentiroso y, no en poco, risible.