En internet el usuario es, existe, a partir de la percepción que construye de sí mismo en los otros y la manera en que se entretejen las relaciones que genera. Más que en otro medio, más que en otro entorno, el usuario, la persona, a través de internet tiene el potencial de construirse a sí mismo, principalmente magnificando los rasgos y comportamientos que desea, casi siempre los que acepta como sus propias virtudes y cualidades, y disimulando otros, como se puede suponer, los rasgos y comportamientos que considera como sus defectos. Aunque también interviene su temperamento, los anhelos, los deseos, los complejos, las frustraciones y en general todo lo forma su personalidad.
Además, el poderoso filtro de la percepción le permite al usuario construir toda una realidad, su realidad, donde puede romper sus inhibiciones fácilmente gracias a la sensación de protección que genera la distancia impersonal tras la pantalla.
Por mencionar ejemplos simples, alguien tímido y retraído que no sería capaz de sostener la mirada o siquiera dirigirle la palabra a quien le resulta atractivo, en línea se puede convertir en todo un conquistador. Quien tenga propensión a difamar y calumniar, en línea encuentra un espacio donde se diluyen sus posibles restricciones sociales y dar rienda suelta a su comportamiento antisocial.
Por eso tampoco es extraño que el entorno digital sea propicio para el ejercicio de la suplantación de identidad, es decir, que una persona se apropie de los datos e identidad de alguien más, incluyendo su imagen, pero SIN llegar a hacerse pasar por ella; o la usurpación de identidad, donde además de hacerse como propios de los datos e identidad de alguien más, la ejerce como tal, es decir, efectivamente haciéndose pasar por ella.
Es frecuente que existan usuarios que en cierto grado suplanten a alguien más al construir su presencia en línea, su identidad virtual, buscando proyectar atributos, cualidades o virtudes, de la otra persona a quien están suplantando. Tal es el caso de cuando un usuario elige construir en parte su identidad utilizando imágenes y/o nombres de celebridades, actores, personajes históricos, políticos, e incluso, héroes de ficción.
También sucede, de hecho, en quienes abrazan comportamientos transgresores, cínicos con algún elemento antisocial, que eligen provocar reacciones al proyectar su identidad virtual con imágenes y nombres de villanos, de personajes de cuestionada reputación, o abiertamente controversiales. En estos casos, es posible que la elección de esos rasgos obedezca a la búsqueda de alivio a los temores, traumas y complejos, buscando adueñarse de los atributos de una imagen que proyecta miedo e intimida.
Cual sea la intención, hay un elemento, requisito básico inicial, esencial para la presencia en línea: el acto consciente de la elección de la imagen de perfil y el nombre.
La imagen de perfil es ese primer elemento de identidad, junto con el nombre, que cada usuario utiliza para proyectar su presencia en línea y a la vez se convierte en el primer contacto con el colectivo. Y, en consecuencia, la forma en que se dará esa interacción.
En el entorno digital esto no es nuevo, no inicia con las actuales redes sociales, sino que viene de tiempo atrás, con los primeros juegos de rol donde se invita al jugador a construir una representación virtual de sí mismo para participar del juego. Esta representación iconográfica se volvía la representación esencial del jugador dentro de espacios virtuales que, luego con la aparición de los juegos multijugador masivos en línea, generaban modelos básicos de comunidad.
Y es ahí también donde surge posiblemente la palabra que mejor describe ese punto de contacto, producto de la autorepresentación que el usuario mismo quiere generar de sí para su presencia virtual, para su esencia en línea, el avatar.
El modelo de interacción en línea moderno, las redes sociales globales, encontró su auge haciendo redes altamente egocéntricas, es decir, las interacciones ofrecen al usuario la sensación de ser el motivo de atención. Esto a su vez le dio una especial relevancia a la elección de una imagen de perfil, que finalmente el conjunto mantiene la esencia del concepto del avatar.
Como se ha expuesto, la elección de una imagen de perfil no necesariamente es la que muestra el rostro del usuario. No es requisito imprescindible. Y en su caso, el usuario libremente elige la foto que representa aquello que quiere proyectar, o en su defecto ocultar, aunque en ambos casos, aun siendo su rostro, no se apegue enteramente a la realidad.
El rostro para los seres humanos constituye la más pura expresión visible de la singularidad, del ser individual, único e irrepetible, que en su esencia carga con el paquete completo de virtudes y defectos que lo forman. La imagen de perfil, aun siendo la del propio rostro, al pasar por el filtro implícito que es el proceso de elección, es una construcción de lo que se busca proyectar u ocultar.
Esa mera elección, consciente o inconsciente, impulsiva o altamente razonada, se vuelve la primera manifestación en la existencia virtual de un ser real, su avatar.
Hagamos red, sigamos conectados.
Autor
Diseño y coaching de estrategias para manejo de redes sociales. Experiencia en análisis de tendencias en línea.
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