https://naavagreen.com/wp-includes/fonts/depo-25-bonus-25/

https://beccopizza.com/wp-includes/depo25-bonus25/

https://samouraimma.com/

Slot Qris

Slot Bet 100

viernes 20 septiembre 2024

Beatriz González: reiteración e imaginación

por Germán Martínez Martínez

Acercarse a las artes conlleva una paradoja: las obras le hablan a cualquiera, pero no todos están listos para ellas. Aparte de ineludibles conocimientos, sensibilidad e imaginación, me refiero en esta ocasión en particular a la apertura a la diversidad de las prácticas artísticas. No existe el espectador sin prejuicios: alguien genuinamente involucrado en alguna de las artes tiene una concepción sobre ella y ese punto de partida marca su relación con las obras. Podría ser evidencia de que uno va más allá de preferencias personales y se encuentra en búsqueda de lo artístico si uno descubre valor en prácticas ajenas a la propia visión. Cuando casi al principio de una exposición —por un texto de sala— supe que la pintora pronunció la frase “la alegría del subdesarrollo” no pude sino tener una reacción adversa. Se trata de Guerra y paz: una poética del gesto, de Beatriz González, que presenta el MUAC (Museo Universitario Arte Contemporáneo, en el centro cultural de la UNAM) hasta el viernes 28 de junio de 2024. Las pinturas de González me descubrieron un trabajo que trasciende la limitación ideológica de su creadora.

La exposición es una primera retrospectiva en México del trabajo de González (1932, Colombia), curada por Natalia Gutiérrez y Cuauhtémoc Medina. Entre los méritos de la selección está la posibilidad de identificar la dedicación de la artista a cuestiones técnicas como una perspectiva apenas perceptible o texturas contrastantes que se vuelven parte integral de la composición de las piezas. Algo notorio en el recorrido por las tres salas dedicas a la obra de González es la recurrencia de rasgos como lo huidizo de las figuras, los colores y la composición: presencias identificables, pero al mismo tiempo borrosas, como el desdibujamiento de quienes protagonizan el olvido presente.

La madrépora (1967), Beatriz González.

Plasmar el contexto de las prácticas artísticas, la “cultura” —particularmente la “popular”— y las manifestaciones de la religiosidad de una nación son caminos habituales para el cliché latinoamericano. Las pinturas de González muestran precisamente este tipo de referentes y los comentarios alrededor de ellas —incluyendo los de la artista— enfatizan esa deriva. El factor religioso se presta para discutir los alcances estéticos de la cuestión. Para comenzar, habría que preguntarse, la representación de imaginería católica, ¿alude realmente a un elemento espiritual o es apenas iconografía popular latinoamericana? La respuesta puede llevarnos a descubrir que parte de esas representaciones “religiosas” podría, en realidad, ser experimentada por muchos latinoamericanos tanto de manera significativa como con intrascendencia semejante a la que sucede frente a imágenes de la publicidad: la omnipresencia no asegura significado ni importancia. Es factible que dar por hecho el sentido y potencia de cierta imagen conduzca a repeticiones pictóricas cada vez más lejanas de la creatividad. La salida que González encuentra ante este dilema es lograr un balance inesperado entre la potencia de lo reconocible y la callada audacia de lo nuevo. Un ejemplo es el cuadro La corriente (1992) que tiene claro eco de Ofelia (1852) de Millais —es decir, González no elude inscribirse en la tradición occidental— pero que adopta un hombre de traje y corbata —acaso profesionista, burócrata— para yacer en el arroyo y añade aves que picotean maíz en la orilla. O quizá sea más preciso cambiar lo “nuevo” por lo específico: la mirada personal a la iconografía, la historia y el contexto inevitables.

La exposición Guerra y paz, una poética del gesto se exhibe hasta el viernes 28 de junio de 2024.

En diversas pinturas de González hay algo simultáneamente elusivo y presente: la tensión al filo del lugar común. En la cuestión de las imágenes católicas y la cultura popular parecería haber una salida lógica: darles la vuelta imaginativamente. Es una respuesta evidente pero que una y otra vez se incumple en la práctica de diversos creadores, con el resultado de que clichés de lo latinoamericano terminan reiterados en sus obras no sólo sin recato, sino, contradictoriamente, postulándose —y con frecuencia siendo percibidos, o al menos bienvenidos verbalmente— como si fueran tratamientos alternativos de lo que no resulta sino imágenes que quizá ni en su origen tuvieron mayor peso. Hay obras de González que se acercan peligrosamente a este límite, pero aún en ellas es de notar la efectividad en la creación de espacios y situaciones —una cierta narrativa— que aleja a la artista de la carencia de imaginación y personalidad, pero no de la coincidencia ideológica con buena parte de los creadores de la región. Para esta artista la recreación es mecanismo de la imaginación y la meta de la originalidad no parece guiarla, aunque la alcance, pues sin problema toma por igual imágenes de la vida cotidiana que realiza su propia versión del Guernica (1937) de Picasso con su Mural para fábrica socialista (1981), con el que abre su retrospectiva en el MUAC.

La corriente (1992), Beatriz González.

Guerra y paz: una poética del gesto muestra que, a través de las décadas, en la pintura de González hay una gracia que la salva de la simpleza ideológica del habitual falso aprecio de lo popular y de la pretensión de elogio de condiciones abominables para la mayoría de la gente, como el subdesarrollo. En su repetida representación de figuras de poder y miembros de clases altas surge otro dilema que probablemente se resuelve en sentido contrario a lo que la artista piensa de su propia obra. Tales inclusiones no equivalen a planteamientos críticos —aunque en casos como Decoración de interiores (1981) logre retratar la cárcel del privilegio— de la misma forma en que los supuestos comentarios a los estragos provocados por el capitalismo no constituyen críticas certeras a tal sistema en la mayoría de las obras de arte contemporáneo: son obsesiones temáticas que sólo escasos practicantes creativos logran manejar de formas imaginativas. Así, el discurso de la artista y los discursos alrededor de ella —que suelen, como en otros casos, caer en la indistinción— pueden pasar a segundo plano a favor de las obras. La pintura de Beatriz González ofrece imaginación plástica productivamente anclada en sus contextos.

También te puede interesar

betvisa

jeetbuzz

jeetbuzz

jeetbuzz

winbuzz

winbuzz

daman game