La captura del CIDE y de la Conabio está completa. Ayer terminaron por sucumbir amargamente ante el poder destructivo del régimen obradorista. Las cuentas oficiales en redes sociales de ambas instituciones se utilizaron para promover el 4to Informe de Gobierno del presidente López Obrador. Sí, el CIDE, que hasta hace no mucho luchaba contra el despojo de su libertad de cátedra; y la Conabio, que apenas hace una semana era dirigida por uno de los hombres más prominentes del establishment científico mexicano: el Dr. José Sarukhán. Ambas sometidas a la indigna labor de promover la imagen del presidente, de convocar a la ciudadanía a su única idea de tarea cívica: presenciar otra homilía.
“Te invitamos a seguir la transmisión en vivo”, emplazaba con todo el estrépito de la propaganda gubernamental la Conabio, una comisión cuya misión original era realizar actividades dirigidas al conocimiento de la diversidad biológica, así como a su conservación y uso sustentable, y a generar inteligencia sobre nuestro capital natural. El CIDE a su vez se montaba en el hashtag #CuartoInformeDeGobierno, utilizado por el régimen para generar una tendencia y que el informe tuviera resonancia. Ambas colgaron la foto del Supremo, con estética propia de dictador norcoreano, luciendo los colores y lemas del movimiento: “trabajamos por el bien del Pueblo”. Esto es: trabajamos para beneficio del presidente.
No recuerdo otro episodio de comunicación social tan ominoso desde la transición a la democracia (cuya continuidad es una incógnita). Un centro de estudios y una comisión científica en plena convocatoria solemne. El mismo mensaje difundían los más asiduos propagandistas, aduladores profesionales y ministros de gabinete. Como escribió el maestro cideíta José Antonio Aguilar, un claro ejemplo de “cuando los gobernantes ignoran la diferencia entre Estado y gobierno”; es decir, cuando pervierten la naturaleza temporal y efímera del gobierno amalgamándola con las instituciones multisexenales y apolíticas del Estado.
Comentaba con usted hace poco aquí que el régimen populista mexicano ha envilecido lo público. Simula que rescata a la “vida pública” del abandono de la larga noche neoliberal, pero no ofrece más que la ubicuidad del líder. La destrucción institucional no sólo tiene el costo de dejar cascarones y ruinas de instituciones que antes funcionaban, sino de utilizarlas para invadir el espectro social, público y mediático. Es un intercambio fáustico porque el gobierno temporal va devorando al Estado que se suponía duradero, ofreciendo a cambio solamente un holograma omnipresente. El gobierno disfraza su destrucción con la sonrisa del verdugo.