¿Cuál es la puerta de entrada para llegar a películas que exigen mucho de sus públicos ideales? Me refiero a las que considero las mejores y máximas posibilidades del cine: las propiamente artísticas o estéticas. Esto conlleva otro debate pues hasta los involucrados en cintas de entretenimiento declaran pertenecer al campo del arte y afirman hacer un bien a su sociedad o la humanidad. Me refiero en cambio, y para abreviar, a filmes como Satantango (1994), de Béla Tarr, por mencionar un ejemplo casi al azar, ya que su sola duración, 450 minutos —más de siete horas—, es un reto evidente, incluso en términos de resistencia física. Tengo la certidumbre de que alcanzar tales destinos no es automático o simple, no tengo respuesta a la pregunta y es muy probable que las rutas sean múltiples. Pero, ver el cine de Dan Sallitt (1955) es también descubrir un camino —que vale en sí mismo— hacia el cine difícil.
Sallitt comenzó a escribir crítica de cine años antes de su primer largometraje. Por esto y su estilo se le ha comparado con autores de la Nouvelle vague como Godard y Truffaut —y en especial Rohmer—, también críticos y directores. La casi totalidad de la filmografía de Sallitt se proyectó en el ciclo “Quien quiera la palabra la tiene: el cine de Dan Sallitt”, en el Centro de Cultura Digital de la Ciudad de México, el 3 y el 5 de agosto de 2022. Esto ocurrió en la sala Cine Más Allá, en que hay proyecciones gratuitas de cine que no es de fácil consumo. Como parte de los programas denominados Cine Diverso las funciones fueron curadas por el Laboratorio Experimental de Cine —LEC, un grupo de realizadores y divulgadores de cine experimental— y por el programador Salvador Amores (en esta ocasión la empresa distribuidora La Ola Cine hizo posible la exhibición de la obra de Sallitt). La intención declarada de Cine Diverso es: “hacer visible aquellos cines que se quedan al margen de los grandes festivales por cuestiones ideológicas, políticas o comerciales”. Las cintas de Sallitt entran en la selección porque están alejadas de la espectacularidad, tanto la de las producciones comerciales a las que sobra financiamiento, como la de aquellas del círculo de festivales que confunden triquiñuelas con logros estéticos.
Catorce: historia de una amistad (2019) es el quinto largometraje de Sallitt. En su cara más accesible la cinta se inscribe en una tradición de cine narrativo, con salvedades. Los personajes Mara y Jo —jóvenes adultas— son amigas cercanas desde años antes. Varias situaciones demuestran la lealtad y solidaridad de Mara hacia Jo, quien experimenta padecimientos psiquiátricos que dificultan sus actividades. Las amigas no enfrentan alguna peripecia habitual de la narrativa popular: se desenvuelven en un tedio próximo a la ineventualidad de la vida común. Lo que otros directores tratarían como el mayor drama de esta cinta, en Catorce pasa inexplicado.
Los diálogos son otra faceta que, para públicos amplios, puede guardar familiaridad, a pesar de que la calidad del filme sea ajena al cine más convencional. El habla de Jo y Mara, y de ellas con sus parejas, simula gran naturalidad. Aunque los parlamentos son abundantes —a veces los cuadros cinematográficos resultan escenarios teatrales en que los personajes entran a decir sus líneas—, no caen en lo explicativo ni en el falso contenido filosófico. La paradoja es que la llaneza de su inglés es de estándar global, comprensible para cualquiera que conozca la lengua: podría ser producto del deseo de apelar al público internacional. No obstante, la decisión de no conducir paternalistamente a los espectadores se revela en el manejo del tiempo. La sucesión de parejas de ambos personajes puede hacer pensar que tienen relaciones con varios hombres simultáneamente. En la realidad de Mara y Jo lo que ocurre es que el tiempo pasa, acumulando tensiones y experiencias. Sallitt confía en recursos distintos al maquillaje, u otros, para informar sobre el paso de los años.
El personaje de Jo es deficientemente interpretado por Norma Kuhling. A pesar de las complicaciones que Jo sufre, no pareciera que Catorce pretendiese crear simpatía hacia ella. Un novio de Mara considera guapa a Jo, pero declara notar que es problemática cuando juguetea con Mara sobre a quién proponer un trío sexual. Así, la actuación poco apta no desencaja con el personaje que argumentalmente y en la encarnación de Kuhling crean distancia hacia ella. En un filme en que hasta la tipografía de los créditos es sencilla, Mara —producto de la edición— parece ir sin intermedio de compartir una cama con un hombre a dar clase personalizada a algún infante. O Mara y su hija bajan de un vehículo, en un cuadro que incluye ramas que se mueven suavemente por el viento. Catorce es cine sin estridencias.
Algunas tomas en Catorce, aunque incluyan a Mara, son manchones de colores en pantalla, este es el grado de atención a las imágenes de Sallitt: construye una historia y, al mismo tiempo, el público está siempre ante elaboradas composiciones visuales, disfrazadas de cotidianidad. Una secuencia en particular muestra la disposición del director. Con paciencia, sin entronizar el punto de vista, captura la paz de una estación entre la llegada de trenes; con un sonido ambiental atenuado, movimientos múltiples —de personas y vehículos— para compartir la visita de Mara a la casa familiar de su amiga, en el pueblo en que se conocieron. Como en diversos momentos la luz importa, se registra su cambio. Catorce es evidencia de que las películas de Dan Sallitt despliegan una actitud: la amabilidad cinematográfica.