La caricatura de Paco Calderón (Reforma, 1 de febrero) expresa, con la genialidad que caracteriza al caricaturista, la gravedad del abuso contra niños y adolescentes: Hugo Chávez ha invadido el cerebro de un niño y desde allí, con su característico gesto congestionado y el índice de la mano derecha hacia abajo (en la izquierda tiene un plátano), apuntando a la cabeza invadida del menor indefenso, ordena: “¡Exprópiese!”.
La caricatura no alude a Venezuela sino a nuestro propio país. En la Secretaría de Educación Pública (SEP) trabaja con el inefable Marx Arriaga, en la elaboración de los nuevos libros de texto de enseñanza básica, Sady Loaiza, un individuo que colaboró con la dictadura chavista. Este hecho no es sólo una aberración pedagógica y política sino, sobre todo, una bajeza ética. Pero la presencia del chavista en la SEP es defendida por el mismísimo Presidente de la República, quien con esa defensa exhibe, una vez más, su simpatía por los regímenes dictatoriales que han arruinado a sus países hundiéndolos en la pobreza, el desabasto de alimentos y medicinas, el atraso, la represión, la anulación de la división de poderes y la cancelación de las libertades democráticas.
Los textos escolares del chavismo son textos para adoctrinar, para la ideologización de niños y adolescentes, en detrimento de la enseñanza de calidad. En las escuelas públicas, a las que asisten sobre todo los más pobres, la calidad de la educación es muy inferior a la que se imparte en las privadas, lo cual tiene una intencionalidad perversa que expresó el exministro del ramo Héctor Rodríguez: “No crean que vamos a educar a todos para que después mejoren su posición social y se conviertan en escuálidos”. Escuálidos: vocablo que emplea el chavismo para referirse a todos los que disienten de su proyecto político. Es decir, que los pobres no dejen jamás de ser pobres para que no dejen de apoyar al régimen.
Para el chavismo, como por lo visto para las autoridades de nuestra SEP, los estándares de excelencia educativa son resabios del neoliberalismo, lo que tiene un alto costo para niños y adolescentes. Como observa Tulio Ramírez, académico de la Universidad Central de Venezuela, los bachilleres de los liceos públicos no tienen la más mínima posibilidad de enfrentar exitosamente la evaluación para ingresar a las universidades de mayor prestigio en el país (Educación y revolución bolivariana. Una pobre educación para los pobres).
Gilberto Guevara Niebla, experto en educación ahí donde los haya, advierte: “Hay que escandalizarse. Lo que está tratando de hacer la SEP es una locura o delirio, un proyecto disparatado, irracional, absurdo, que niega a la ciencia, que niega a la razón, que niega a la modernidad… Los teóricos de la SEP se inspiran en filosofías y visiones antimodernas, no democráticas; no hay un posible contacto entre la educación moderna y la educación que propone la SEP” (Reforma, 6 de febrero). Se pretende imponer la visión fanática y bárbara de la ciencia moderna como ciencia neoliberal y, por ende, enemiga del pueblo. Los méritos individuales son, en esa visión delirante, pecados neoliberales.
En el manual Un libro sin recetas para maestras y maestros, deplorablemente redactado y con numerosas faltas de ortografía, Marx Arriaga y Sady Loaiza recomiendan a los docentes leer a Karl Marx —nada menos que el pesadísimo El Capital—, Lenin, Marcuse, Freire, Foucault y Lukás ¡como preparación para impartir educación básica! Desde luego, parece claro que Arriaga y Loaiza descartan todo texto que se aleje de su catecismo. Seguramente jamás recomendarían —dudo que los hayan hojeado— Algunos pensamientos sobre la educación de John Locke, Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg, La conquista de la felicidad de Bertrand Russell, El mundo de Sofía de Jostein Gaarder o Ética para Amador y El valor de educar de Fernando Savater.
La educación básica debe tener entre sus propósitos centrales inculcar los valores del proceso civilizatorio —los principios democráticos, los derechos humanos, la tolerancia—, “fraguar individuos autónomos” y fomentar el espíritu cívico, contrario al talante de los autoritarismos de todo signo: “El supremo placer de no tener amos pero sobre todo de no ser amo de nadie (Savater, El valor de educar)”.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 09 de febrero de 2023. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.