No es frecuente que lleguen a las pantallas mexicanas productos de la industria rusa del entretenimiento. Ello obedece a una diversidad de factores: la avasalladora influencia de Hollywood, tanto en México como en el mundo; el desconocimiento de la lengua rusa; la lejanía geográfica; la limitada cooperación cultural; la escasa presencia comercial y de inversión rusas en el territorio nacional y, sobre todo, las narrativas dominantes sobre el país eslavo en México, alentadas mayormente por Washington y Europa Occidental, en las que prevalece la caracterización de Rusia como un país imperialista, agresor, irrespetuoso de los derechos humanos, gobernado por un tirano y que no posee más que combustibles fósiles y poderosos sistemas de armamento que atentan contra la sustentabilidad ambiental y la soberanía de países vecinos.
A pesar de que la Guerra Fría culminó y la URSS desapareció hace 30 años, todavía hoy la Organización del Tratado del Atlántico Norte debate si Rusia es la mayor amenaza a la seguridad del mundo o si ese título recae en la República Popular China.[1]
Con este telón de fondo llegó a los cines mexicanos —y a la plataforma de Netflix— la película Chernóbil (Чернобыль), dirigida por el actor y realizador ruso Danila Kozlovsky. A diferencia de la aclamada serie de HBO de 2019 sobre el grave accidente de la central nuclear, la cual enfatiza los errores y la gestión errática de las autoridades soviéticas, la película de Kozlovsky exalta el heroísmo de los bomberos que acudieron al lugar, al igual que el rol de los liquidadores para contener la contaminación radiactiva que podría haberse propagado a Europa. La palabra liquidador (ликвида́тор) se refiere a personas que realizaron diversas acciones en medio de la catástrofe generada por el accidente de la central nuclear, para mitigar sus consecuencias inmediatas y de mediano y largo plazos. Entre ellos figuraban personas que realizaron diversas tareas, como policías, miembros de las fuerzas armadas, bomberos, personal de la central nuclear, la fuerza aérea, científicos, médicos, personal de enfermería y algunos profesionales de medios de comunicación que documentaron el trabajo efectuado por todos ellos. Muchos de los liquidadores murieron, y los que sobrevivieron han recibido múltiples reconocimientos y condecoraciones tanto en los tiempos soviéticos como en la Federación Rusa.
Kozlovsky, quien también protagoniza la película, encarna a Aleksey Karpushin, un atractivo bombero que regresa a Prypiat para reunirse con su exnovia, Olga Savostina (Oksana Akinshina), quien tiene un hijo de ambos —lo que él no sabía. El pequeño tiene 10 años. En la convivencia del día a día se generan fricciones entre Olga y Aleksey, quien toma la decisión de irse a Kiev. Camino a la capital ucraniana se produce el percance en la central nuclear de Chernóbil, y Aleksey se accidenta cuando los pájaros que mueren por la radiación caen sobre su automóvil. Por alguna razón, el pequeño hijo de ambos se encontraba cerca de la central nuclear, donde filmaba con una cámara que tenía cuando se produjo la explosión, lo que lo expuso a una enorme cantidad de radiación.
Cuando se produce el accidente de Chernóbil, Aleksey decide colaborar con los bomberos que se dirigen al lugar y presta auxilio a varios de sus compañeros, muchos de los cuales mueren por los efectos de la radiación y las quemaduras. Pese a haberse expuesto a la radiación de la zona, Aleksey logra sobrevivir. Las autoridades gestionan un plan para impedir que se produzca una segunda explosión que mezclaría el agua que se encuentra debajo del reactor dañado con este, lo que arrojaría grandes cantidades de radiación a la atmósfera y que conduciría a consecuencias gravísimas para Europa. Por ello es menester drenar el agua, para lo cual se requieren voluntarios que conozcan las instalaciones y estén dispuestos a dar su vida para cumplir con la misión.
Aleksey, quien conoce bien las instalaciones dado que las supervisaba como bombero, se muestra renuente a colaborar. Sin embargo, al saber que su pequeño está muy enfermo y puede morir, acepta participar en la arriesgada misión a cambio de que su hijo sea llevado a Suiza para recibir tratamiento. Las autoridades aceptan; así, Aleksey y uno de sus amigos se sumergen en las aguas radiactivas de la “piscina subterránea” para poder drenar el agua de manera manual. Tras un primer intento fallido lo logran, pero su amigo muere y Aleksey es rescatado para ser llevado al hospital, al que Olga llega para estar con él; pero, debido al envenenamiento radiactivo que sufre, fallece. Unos meses después, el hijo de ambos regresa de Suiza más recuperado tras el tratamiento que recibió, mientras ella promete contarle al pequeño la historia de su padre.
La crítica occidental, por supuesto, ha hecho pedazos la película, y ha señalado que es imposible que compita con la producción de HBO. También la destroza por haber recurrido a una ficticia y melosa historia de amor, la cual, dice, distrae a la audiencia sobre los dramáticos sucesos narrados. Con todo, la música de Oleg Karpachev y la fotografía de Kseniya Sereda han sido alabados dado que muestran un gran oficio —Sereda tiene 26 años y tiene un enorme futuro en el mundo del cine.
Igual que en las películas de Hollywood, Chernóbil termina con una melodía interpretada por una superestrella, en este caso la diva Alla Pugachova, quien, dicho sea de paso, en la vida real, en 1986 acudió a las inmediaciones de Prypiat a solicitud de los liquidadores para levantarles el ánimo y dar un concierto. Para la película de Kozlovsky, Pugachova grabó un video que muestra escenas del filme mientras ella recita y canta (el video se puede mirar aquí: https://www.youtube.com/watch?v=hBSCnB7Y–M).
Con estos ingredientes queda claro que Chernóbil reproduce una temática que en Occidente y sobre todo en Hollywood ha probado ser muy exitosa: la narración de una tragedia en la que se inserta una historia de amor. Los ejemplos abundan: la mutipremiada película Titanic, de James Cameron (1997), cuenta una ficticia historia de amor entre Rose (Kate Winslet) y Jack (Leonardo DiCaprio) verdaderamente soporífera y responsable de que la película tenga una duración de ¡197 minutos! Otro caso es Horizonte profundo (Deepwater Horizon), de Peter Berg (2016), que da cuenta del desastre de la plataforma petrolera del mismo nombre propiedad de Bristish Petroleum en el Golfo de México, en donde se exalta el heroísmo de Mike Williams (Mark Wahlberg) y que también tiene dosis melosas y románticas entre él y su esposa Felicia (Kate Hudson).
Si de exaltar el heroísmo se trata, Los muchachos (The Boys), que primero fue una obra de teatro y luego una película, dirigidas en ambos casos por Jim Simpson y que en 2002 tuvo en los roles estelares a Sigourney Weaver y Anthony Lapaglia, hace de ese tema su razón de ser. La obra y la película exaltan el heroísmo de los bomberos que acudieron al World Trade Center la fatídica mañana del 11 de septiembre de 2001 y murieron tras el derrumbe de las Torres Gemelas.
Con la revisión anterior no queda claro entonces qué le molesta a la crítica occidental de Chernóbil. Lo que critican es lo que ellos venden todo el tiempo a las audiencias: historias de amor, héroes y el triunfo ante la adversidad. Esos son los ingredientes de Chernóbil, y vale la pena tomarlo en cuenta antes de irse contra la yugular de Danila Kozlovsky.
Quizá lo más interesante de esta película, sin embargo, es que es financiada por el Ministerio de Cultura de Rusia y producida por Central Partnership, una empresa rusa creada en 1995 que se dedica a la distribución de películas y que en 2014 fue comprada por el emporio de los hidrocarburos Gazprom. En este sentido y considerando el revuelo que causó la serie de 2019 de HBO, se tiene en Chernóbil una demostración del poder suave de Rusia a partir de una versión propia sobre lo sucedido, que se centra en las personas, en su heroísmo —algo que es frecuente en la filmografía del país eslavo— y que apuesta a generar una narrativa distinta, una historia contada desde Rusia, no desde lo que Occidente afirma que ocurrió. Lo más probable es que nunca se llegue a saber la verdadera magnitud de la tragedia, que es un evento que las generaciones de rusos, ucranianos y bielorrusos más jóvenes no vivieron y, por lo tanto, desconocen pese a que es parte de su historia. Esa es otra razón para contar la historia —o, bien, una versión— de lo sucedido.
El cine ruso, que ha dado al mundo grandes cineastas —desde Sergei Eisenstein hasta Nikita Mijailov pasando por Vladímir Menshov y Elem Klimov, entre muchos otros que han logrado trascender a las audiencias eslavas— ha tenido altibajos, como suele ocurrir con las industrias del entretenimiento de diversas partes del mundo. De un tiempo a acá, sin embargo, Rusia parece estar poniendo más atención al tema de las narrativas a través del cine y la animación; en este último caso tiene también una exitosa y peculiar historia desde los tiempos de la Guerra Fría, cuya prueba más reciente es Masha y el oso, serie animada rusa a la que Occidente acusa de ser una herramienta propagandística de Putin.[2] De nuevo, lo mismo se tendría que decir, por ejemplo, de la animación estadounidense. Walt Disney, en la Segunda Guerra Mundial, trabajó de manera estrecha con el gobierno de EEUU para fomentar, a través de la animación, el pago de impuestos y para ridiculizar a Hitler. El Pato Donald fue el personaje elegido para llevar a cabo esa tarea. Al final, Disney ha ganado las mentes y los corazones de las audiencias del mundo en beneficio no sólo de la corporación sino, ciertamente, de Estados Unidos. El icónico estatus de que goza el ratón Mickey en el planeta debería ser suficiente para contrarrestar los dichos contra la oferta de entretenimiento que genera Rusia, sea para el público adulto o infantil. Pero tal parece que la Guerra Fría continúa, y que a cada producto cinematográfico y/o animado que genera la Federación Rusa corresponde una impugnación mayormente ideológica de parte de Occidente.
Notas
[1] Mathias Dembinski y Caroline Fehl (June 2021), Three Visions for NATO. Mapping National Debates on the Future of the Atlantic Alliance, Berlin, Friedrich Ebert Stiftung, disponible en http://library.fes.de/pdf-files/iez/18013.pdf
[2] Sputnik (17/11/2018), “’Masha y el Oso’, acusados de ser una herramienta de ‘poder blando’ de Vladímir Putin”, disponible en https://mundo.sputniknews.com/20181117/masha-y-oso-herramienta-de-poder-blanco-de-gobierno-ruso-1083496183.html Véase también Mark Bridge (17 November 2018), “Children’s show is propaganda for Putin, say critics”, en The Sunday Times, disponible en https://www.thetimes.co.uk/article/childrens-show-is-propaganda-for-putin-say-critics-j9wxcvslm