Si la conciencia es como ha dicho algún pensador inhumano,
nada más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas,
entonces no hay nada más execrable que la existencia.
Miguel de Unamuno
En estos últimos meses de pandemia, pérdidas de seres queridos y decepciones políticas, somos muchos los que nos sentimos muy cansados, casi agotados diría yo. Ya no queremos oír más malas noticias, ni enterarnos de las cosas terribles que están sucediendo en México o en el mundo.
PAPILLA ESTELAR, 1958, Remedios Varo
Lo complicado de esta vida es que somos unos peculiares animales, que tenemos en mayor o menos medida algo único, fantástico, terrible y trágico: la conciencia. Para usar un lugar común pero lleno de verdad yo soy la protagonista de mi propia existencia y sé quien soy (más o menos) y reconozco todo lo que me rodea en todos los instantes de mi vida, incluso cuando medio atolondrada o cuando “conscientemente” no quiero enterarme de lo que está pasando. De un modo o de otro tengo conciencia de mi tiempo, espacio y situación.
Ahí está en todas y en ninguna parte de nuestro cerebro esa perversa entelequia que nos permite saber que sabemos y que, paradójicamente, no sabemos casi nada. En este tortuoso camino de entendernos a nosotros mismos hemos llegado a comprender que nuestro cerebro tiene un subproducto llamado mente y que en ese constructo inasible radica la bendita (o maldita, diría yo) conciencia. Millones de años de evolución y extrañísimas y peculiares coincidencias fueron dando como resultado que sepamos lo que somos y podamos estudiarnos y tratar de explicarnos a nosotros mismos. La tarea es formidable ya que esa mente y esa conciencia son invisibles (como el amor o la fe) y supuestamente existen pero nunca las hemos visto.
Lo más asombroso es que a pesar de esta maravilla del desarrollo cerebral que ha dado origen a la conciencia, muchos humanos luchan incansablemente por lograr apagarla y así “disfrutar” de la inconsciencia y alejarse de la responsabilidad del “sí mismo”.
Nos molesta tanto la consciencia, que hemos creado lugares dedicados al embrutecimiento neuronal aprobados por todos (léase bares y antros), y se promueve socialmente llegar a un grado variable de embotamiento (tómate una copita, sí, sí, no más una más, etc.).
Y ya para que hablamos de cuando se ingieren sustancias que tienen la capacidad de modificar las señales corporales o de alterar los mapas neuronales de nuestro cerebro, muchos se sienten (por un ratito) realmente alegres y contentos. El alcohol, muchos potentes analgésicos y desde luego los narcóticos y las llamadas sustancias psicotrópicas tienen ese efecto, acallan las conciencias y al hacerlo producen sensaciones de placer o bienestar que aparentemente pueden borrar (aunque sea temporalmente y a un altísimo costo) los dolores a los que necesariamente estamos expuestos en esta broma de mal gusto que es la vida.
Los condenados a muerte de la tierra siempre intentan (o intentamos) una y otra vez escapar de entender lo que nos acontece.
Lo malo es que irremediablemente volvemos a la realidad… los mexicanos no podemos escapar del aquí ni del ahora. La cuarta transformación existe, AMLO y sus surrealistas mañaneras también, la inflación crece día a día y el numero de pobres y la corrupción aumentan. El país se militariza, se destruyen instituciones, los medicamentos ni llegan ni se distribuyen, los feminicidios aumentan, las inversiones directas no se logran y la popularidad del autoritario crece. Esa es la triste realidad que nuestra terca conciencia nos obliga a ver sin poder darnos el lujo (al menos algunos) de aceptar los otros datos.
Como diría Ruben Darío:
“Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura por que esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de estar vivo.
Ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.
