Hollywood ha llevado a la pantalla grande, con mayor o menor éxito, diversas producciones en las que explora lo sucedido con iconos infantiles cuando, ya en su adultez, adquieren responsabilidades familiares y profesionales, minimizando a su niño o niña interior. Viene a mi mente el caso de “Hook: el regreso del Capitán Garfio” (1991) de Steven Spielberg, una de las producciones más malonas del celebrado realizador. Hook, con un elenco multiestelar que reunió a Robin Williams, Dustin Hoffman, Julia Roberts, Bob Hoskins y Maggie Smith, intentaba ser la secuela de Peter y Wendy, al narrar las vicisitudes de Peter Banning/Peter Pan (Williams), convertido en adulto, casado, con dos hijos y una azarosa vida profesional. Cuando el Capitán Garfio (Hoffman) secuestró a los hijos de Banning, este hubo de regresar a Neverland para rescatarlos. Si bien financieramente la película fue un éxito comercial (costó unos 70 millones de dólares y recaudó en taquilla 300 millones), las “diferencias creativas” entre Williams y Hoffman; la mala relación entre Spielberg y Roberts y, en general, una historia mal hecha, revelaron lo difícil que puede ser adaptar personajes célebres a circunstancias y contextos distintos.
En esta ocasión quiero comentar la propuesta de los estudios Disney, “Christopher Robin: un reencuentro inolvidable” (2018), dirigida por Marc Forster, quien en su currículum tiene el crédito de haber realizado blockbusters como “Finding Neverland” (2004) con Johnny Depp en el protagónico, justamente encarnando a J. M. Barrie, el creador de Peter Pan; una exitosa secuela de la franquicia de James Bond, “Quantum of Solace” (2008); y, ya en la moda zombi, “World War Z” (2013). Con semejantes credenciales, los estudios Disney apostaron a un director experimentado, acostumbrado a temáticas fantásticas e inverosímiles y que se las ha arreglado para interactuar con luminarias como, además del propio Depp, Brad Pitt, Halle Berry, Dustin Hoffman, Emma Thompson y Daniel Craig, entre otras.
Disney no creó Winnie the Pooh. Los orígenes de este personaje reposan en un militar canadiense, Harry Colebourn, quien adquirió a una osita bebé por 20 dólares en White River Ontario, cuando se encontraba camino a Inglaterra durante la primera guerra mundial. El nombre “Winnie” es una especie de apócope de Winnipeg, capital de Manitoba, de donde Coleborun era oriundo. Una vez en Inglaterra, la osita se convirtió en la mascota del regimiento, pero dado que éste fue enviado a Francia, Colebourn la entregó al zoológico de Londres, donde se transformó en una de las mayores atracciones.
El escritor inglés Alan Alexander Milne creó el carácter de Winnie the Pooh en un poema que publicó en 1924. Se basó en el oso de peluche de su hijo, Christopher Robin Milne, a quien el vástago bautizó como Winnie en honor a la osita llevada al zoológico londinense por Colebourn. Alan Alexander creó la narrativa integrando en múltiples aventuras a su hijo y a diversos personajes de peluche con quien aquel jugaba. Ambientó las historias en el Bosque de los Cien Acres, basado en el bosque Ashdown, localizado al este de Sussex, a unos 50 kilómetros de Londres. El diseño de los personajes recayó en el artista e ilustrador inglés Ernest Howard Shepard.
Winnie the Pooh es un osito antropomórfico, sin dedos en manos ni pies, regordete y que viste con una camisita. Es un personaje infantil, un bebé inocente, amistoso, empático, sin malicia -ni “buenicia” como lo refiere el propio Humberto Vélez, quien desde hace un par de décadas da voz, en nuestro idioma, al querido personaje-. El “osito bobito”, como lo llama con frecuencia Christopher Robin, tiene un cerebro pequeño pero posee un gran corazón y puede resolver problemas complejos utilizando el sentido común. A Pooh le gusta jugar con sus amigos, comer miel y disfrutar de la compañía de Christopher Robin, su amigo entrañable.
En enero de 1930, el productor estadounidense Stephen Slesinger compró los derechos de Winnie the Pooh y de toda la memorabilia alusiva, utilizando la imagen del osito a partir de entonces y por más de tres décadas subsecuentes. Slesinger murió en 1953, pese a lo cual su viuda continuó con la comercialización del personaje, hasta que en 1961 llegó a un acuerdo con Disney para que esta empresa comercializara los productos de Pooh a cambio de jugosas regalías. En ese mismo año, la viuda de A. A. Milne también acordó con Disney la concesión para que la corporación de Burbank realizara películas alusivas. Han existido problemas legales en torno a estas concesiones y tanto los herederos de Slesinger como los de Milne han ido a las cortes estadounidenses en varias ocasiones para redefinir los términos de los derechos de propiedad intelectual y copyright, al igual que los beneficios económicos que reciben por la explotación comercial de la franquicia de Winnie the Pooh.
El osito es reverenciado en todo el mundo. Los textos de A. A. Milne han sido traducidos a diversos idiomas. La franquicia incluye series animadas, películas, videojuegos, libros, productos infantiles -incluidos biberones, cobertores, pañales, almohadas, ropa de bebé, champús, platos, tazas, cubiertos-, peluches, producciones discográficas, etcétera. Una de las controversias más sonadas en los últimos tiempos se suscitó a propósito del uso de memes en la República Popular China con la imagen de Pooh para satirizar al Presidente Xi Jinping en 2017, razón por la que Beijing prohibió el uso del personaje. En la guerra fría, la Unión Soviética produjo cortometrajes animados de Винни-Пух con enorme éxito logrando una licencia de Disney en la década de los años 60.
Hasta antes de “Christopher Robin: un reencuentro extraordinario”, Disney sólo desarrolló historias animadas para cine y televisión. La película de Marc Forster marca la primera ocasión en que las audiencias pueden presenciar una historia en live-action con Ewan McGregor encarnando al Christopher Robin adulto. Ciertamente hay productoras independientes que han explotado los entretelones de Pooh, Christopher Robin y anexas. Es el caso de “Hasta pronto Christopher Robin” (2017) dirigida por Simon Curtis, distribuida por los estudios Fox, que narra la vida de A. A. Milne y de su hijo y que está ambientada en las dos guerras mundiales. Es una modesta película con un presupuesto de apenas 7 millones de dólares en la que Pooh no es el centro de la trama.
En contraste, la propuesta de los estudios Disney con Marc Forster al frente, es una reflexión sobre la amistad, la niñez y la adultez. Es una trama familiar, dirigida a los infantes, pero también a los adultos. La historia comienza con Christopher Robin niño, quien juega con sus amigos de peluche en el Bosque de los Cien Acres y se despide de todos ellos cuando debe partir a un internado, no sin antes prometer a Pooh y compañía que nunca los olvidará.
A continuación, vemos a Christopher Robin adulto, casado y con una hija, agobiado por las responsabilidades laborales. Ha olvidado a sus amigos del Bosque de los Cien Acres, pero, en medio de la crisis que enfrenta, se topa con Pooh, quien llega a Londres para pedirle ayuda y encontrar al resto de la pandilla peluchina. Christopher emprende así el camino al famoso bosque, reviviendo su infancia, recordando lo bien que lo pasaba con sus amigos a quienes logra reunir para, a continuación, una vez más, despedirse. Es particularmente interesante la forma en que interactúa con Pooh, a quien reprende y regaña por la ingenuidad que este muestra. La aparente complejidad de los problemas de Christopher topa con pared ante la mirada del osito, quien no entiende las nuevas prioridades de su amigo entrañable, pero que en lugar de reprochárselo -Pooh no sabe discutir, sólo intenta aprender- le da su espacio y lo ayuda.
Cuando Christopher se despide nuevamente, los peluches optan por seguirlo y ayudarlo a resolver sus problemas en el mundo real. Como suele ocurrir con las historias de Disney, hay un final feliz -no diré cual, pero es fácil descifrarlo.
Me llamaron la atención varias cosas. La película comienza bien pero termina de manera risible. La manera en que Christopher Robin encara a sus jefes en el trabajo con la consigna de que no hacer nada es lo mejor, mata lo mejor de la trama propuesta en el inicio. Evidentemente con la adultez sobrevienen responsabilidades que para bien o para mal hay que asumir y que no se van a resolver con un simple “no hagas nada”. La propuesta de dejar salir al niño o niña que llevamos dentro es disfrutable, aunque se pudo haber trabajado más, dado que, a mi manera de ver, quedó inconclusa. Ewan McGregor me parece verosímil en su caracterización, aunque creo que se desaprovecharon las actuaciones secundarias, en especial, la de la niña Bronte Carmichael -quien tiene un parecido físico asombroso con Mara Wilson, ¿se acuerdan? Me refiero a la protagonista de Matilda. Los efectos especiales y los caracteres, visualmente, están muy bien logrados. Destaco la apariencia del Pooh de esta película, menos estilizado y, si se quiere, más “rústico” que el Pooh animado o de peluche al que estamos acostumbrados, pero que resulta adorable y más apegado a los dibujos originales de sus creadores.
“Christopher Robin: un reencuentro inolvidable” no creo que le haga justicia a lo del “reencuentro inolvidable.” Es una película nostálgica, sobre una típica familia nuclear más propia de los años 50 que de la actualidad. Las familias modernas ya no son así. Para la generación de los milennials puede parecer incluso aburrida porque, en medio del imperio de los videojuegos parece que no hay lugar para los peluches. ¿Cuántos niños en la actualidad piden a sus padres que les cuenten cuentos antes de irse a dormir? ¿Cuántos infantes o adultos le comprarían un globo rojo a su osito de peluche? El síndrome de Peter Pan, abordado en múltiples ocasiones (ya sea en Hook o hasta en Los Simpson -cuando el señor Burns ofrece una fortuna con tal de recuperar al osito de su infancia Bobo-) da para mucho, pero como en el caso que nos ocupa, no siempre el desenlace es afortunado.
Quiero dedicar ahora unas líneas al doblaje en nuestro idioma, de la película. En inglés, desde finales de los años ochenta, la voz de Pooh y Tigger es responsabilidad de Jim Cummings. Personalmente la voz de Pooh en inglés me parece un miscasting. Incluso, en los tráilers promocionales de la película previo a su estreno, muchos de ellos fueron subtitulados y se puede apreciar la voz de Pooh como la de un anciano fumador asmático. En el doblaje para América Latina (hecho en México), diversos actores han encarnado a Pooh, entre ellos Arturo Mercado, Luis Bayardo y, como se comentaba líneas arriba, desde hace un par de décadas, Humberto Vélez. Para mi gusto, el Pooh de Humberto Vélez es el mejor logrado, incluso respecto a la versión original -no es la primera vez que esto pasa, ya que existe la opinión generalizada, que yo igualmente comparto, de que el Homero Simpson de Humberto Vélez supera al de Dan Castellaneta.
En diversas entrevistas, Humberto ha explicado la técnica para colocar la voz de Pooh en su justa dimensión. Como se explicaba, Pooh es un bebé, es inocente, peca de ingenuo, es amistoso, empático y a final de cuentas, es un peluche icónico. La transformación del Humberto Vélez con su voz masculina y viril en el tierno osito es prodigiosa, pero no un hecho fortuito. Como especialidad de la actuación, el doblaje exige un enorme esfuerzo del actor o actriz para caracterizar adecuadamente a un personaje con verosimilitud. Un mal doblaje, se nota. Un buen doblaje, pasa inadvertido porque involucra al espectador en la trama, justamente gracias a la verosimilitud lograda. El buen doblaje envuelve, seduce, copta y convence. El mal doblaje fastidia, distrae. No es una labor sencilla hacer un buen doblaje. No consiste en “hacer vocecitas”. Es producto del estudio, del trabajo y la tenacidad, desmenuzando al personaje, sus características, entendiéndolo plenamente para poder, a través de la voz, comunicar a las audiencias lo que significa. Con más de 30 años de experiencia, Humberto Vélez es una institución del doblaje en México y en América Latina y el Caribe y eso debe ser tomado en cuenta ineludiblemente por quienes desean incursionar en tan compleja profesión, en especial, las nuevas generaciones.
El resto del reparto del doblaje de “Christopher Robin: un reencuentro inolvidable” fue de la mano de Ricardo Tejedo, quien fue responsable de la dirección del mismo, amén de que hubo una participación en la película del célebre Francisco Colmenero, encarnando al Señor Winslow (padre). La voz de Christopher Robin recayó, en nuestro idioma, en Sergio Zaldívar, la de Tigger en otro actor de doblaje muy querido, Jesse Conde. A diferencia de otras producciones de Disney en que se ha recurrido a star talents con resultados a veces más y a veces menos afortunados, en este caso se depositó esta tarea en especialistas del doblaje con un estupendo resultado. De hecho, me atrevo a afirmar que esto es lo mejor de la película en su conjunto.
Con todo, recomiendo “Christopher Robin: un reencuentro” inolvidable en el nombre de la nostalgia. En sociedades cada vez menos gregarias, con pérdida de valores, con crisis de las instituciones y donde la inocencia parece una especie en vías de desaparecer, la película nos recuerda, claro, al estilo Disney, la importancia de la familia, de la educación, de la amistad al igual que los desafíos de la adultez, de las responsabilidades, de la necesidad de buscar equilibrios entre los compromisos profesionales y los seres queridos y claro, de recuperar al niño o niña interior. Es entretenida y visualmente atractiva y versa sobre un niño y su osito y de cómo ese niño cambió, mientras su osito seguía siendo el mismo. Es un diálogo filosófico entre el cambio y la continuidad, entre lo que fue y lo que es, entre los sueños y las pesadillas y en donde las soluciones a situaciones complejas radican en no complicarse la vida. No está mal para una película cuyo protagonista es un osito bobito.