jueves 21 noviembre 2024

Claudia Sheinbaum es una rehén del presidente

por Marco Levario Turcott

La trayectoria del presidente Andrés Manuel López Obrador trata de un hombre al que, en efecto, no le sedujo el dinero en sí mismo, sino el poder que lo prodiga, como queda claro con los dividendos que, a su amparo, ha obtendio su clan y sus amigos. Pero López Obrador ha sido más que eso: ha sido un hombre con un apetito formidable de poder y control.

En seis años, el Jefe del Ejecutivo destruyó leyes e instituciones construidas bajo la égida de la transición democrática iniciada en 1977 y, ahora podemos decir, desaparecida en 2024. Con el líder de Macuspana, México está asistiendo a un cambio de régimen. El presidente lo sabe y ha querido erigir sus cimientos principales. Por eso eligió como su sucesora a Claudia Sheinbaum, el personaje político que garantizaría su obra. Pero eso no fue suficiente para él por lo que, luego de coronar exitosamente su operación de Estado para sentar a su criatura en la silla presidencial, él mismo revisó el próximo gabinete, le hizo ajustes y, sobre todo, definió la ruta de la nueva presidente. Ella ha tenido reparos tenues pero al final aceptó la partitura que le entregó su sucesor, sobre todo para definir contenidos y plazos para la aprobación de la Reforma Judicial que, en los hechos, implica la desaparición de la República. En los conciliábulos de la política, Claudia Sheinbaum ha querido atemperar la angustia y el enojo de empresarios y otros actores políticos. Omar Harfuch ha sido un operador eficaz para sembrar al menos esperanzas. Pero no se ve en el horizonte algún asidero cierto.

En 1928, Plutarco Elías Calles, el llamado “Jefe Máximo de la Revolución” quiso trascender su poder nombrando a sus sucesores y dictándoles qué hacer. Gracias al generalísimo Alvaro Obregón, Calles fue elegido presidente en 1924. En 1928 fue reelegido Obregón pero tras su asesinato en la Bombilla, se le volvieron a abrir las puertas a Don Plutarco para extender su mandato. Desistió. Quería pasar a la historia como el hombre que acabó con el caudillismo y alentó la construcción del Partido Nacional Revolucionario. La paradoja fue que, mientras tanto, Plutarco Elias Calles decidió quiénes serían presidentes y lo que harían durante su cargo. Pascual Ortiz Rubio lo sucedió pero renunció en 1932 por la injerencia del Jefe Máximo quien entonces decidió el relevo: Abelardo L. Rodríguez. Don Abelardo se encargaría de asuntos administrativos y Calles de la política nacional. A instancias suyas, por ejemplo, se modificó el artículo tercero constitucional para conferirle el cariz socialista a la educación.

En 1934, Calles postula como candidato presidencia al General Lázaro Cárdenas a quien, además, le impone a los integrantes de su gabinete. Dos años después, Cárdenas expulsa a Calles del país con los que finaliza el periodo del Maximato.

López Obrador conoce la historia. Sabe que sus pretensiones son como las que tuvo Calles y ha dejado a Claudia Sheinbaum sin margen de acción. Incluso le impuso en el partido a Luisa María Alcalde y a su propio hijo, Andres Manuel López Beltrán. Busca cerrar el paso a los dialoguistas, es decir, a quienes están dispuestos a dialogar con la oposición y, al mismo tiempo, controlar un presupuesto anual de 2 mil 800 millones de pesos.

López Obrador aplastó los tímidos reparos que le puso Claudia Sheinbaum a su reforma judicial y, con ello, el mensaje que está dando es que él seguirá gobernando aún desde la Chingada. Por eso es un error decir que en el país, tirios y troyanos, pueden celebrar que por primera vez en su historia de México una mujer asuma el cargo de presidente. Al menos durante los próximos tres años -el tiempo que implica la aplicación de la Reforma Judicial, AMLO seguirá siendo el presidente del país (si la salud se lo permite). Por eso podemos decir que, más allá de la simpatía y la lealtad de Claudia Sheinbaum para con su líder y benefactor, también es una rehén del presidente.

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