domingo 07 julio 2024

Claudia Sheinbaum y Miguel de la Madrid

por Marco Levario Turcott

El 31 de mayo de 1986 al mediodía, México presenció el más sonoro abucheo que se hubiera dado en contra de un presidente. 94 mil personas en el Estadio Azteca y junto a ellas millones de mexicanos en la televisión le mentamos su madre Miguel de la Madrid Hurtado, y ya luego seguimos la fiesta del futbol mundial que inició con un duro partido entre Italia y Bulgaria.

Aquel repudio y, simultáneamente el festejo, eran una expresión clara de que en el país algo se desgarró casi un año anterior, cuando sucedió el terremoto del 19 de septiembre. Es decir, la trampa de Diego Maradona que no pocos aplaudieron como “La mano de Dios” contra los ingleses que, junto a ello, padecieron uno de los goles más hermosos de la historia de la Copa del Mundo; la mascota de la gesta que era una alusión alburera y de identidad culinaria (no empiecen, sean serios) además de Mar Castro, “La Chiquitibum”, eran símbolos de la parranda deportiva que, esta vez, no protagonizaban los hijos del partido único y el presidencialismo omnímodo, el PRI y el Gobierno, sino una generación que se abría paso mediante expresiones culturales y convicciones políticas diversas.

Sabía que la explosión en San Juanico era responsabilidad del gobierno federal, sabía también que De la Madrid conduciría de la manera más terrible el desastre del sismo e incluso intuía que habían sido más víctimas del desastre de las que el presidente aceptó. Puede decirse que todavía estaba fresca la indignación porque el jefe del Ejecutivo dijo al mundo que México no necesitaba ayuda internacional cuando miles de damnificados se encontraban viviendo en la calle.

Lo que aún no sabía esa generación es que, dos años después, el presidente se resistió a un proceso electoral federal limpio y equitativo, por lo que desde las entrañas del sistema se orquestó un fraude que ejecutaría Manuel Bartlett y pondría a Carlos Salinas en la silla presidencial.

35 años después, la sociedad asume la pluralidad como un patrimonio y que el discurso oficial que busca ser la voz de todos es sólo una estratagema de la propaganda. Hay en el país un silbido cotidiano contra la demagogia aunque, en efecto, no se había consolidado un asidero para la esperanza.

Eso es Xóchitl Gálvez en este momento, el pivote de una presión o, más bien, una desesperación de cientos de miles de ciudadanos que padecemos la falta de servicios de salud y de medicina y la violencia; hay cada vez más amplios sectores de la población en la pobreza y la pobreza extrema y amplios sectores de la infancia que están terminando su vida antes de iniciarla.

El abucheo ahora es en un estadio que ahora llamamos redes sociales y el gobierno no lo quiere oír, así como De la Madrid sonreía mientra lo mandábamos a chingar a su madre, López Obrador habla de una supuesta oligarquía que quiere acabar con su transformación mientras millones de mexicanos se han desencantado de él y ahora saben bien que es un demagogo y un irresponsable. 1986 y 2023 son contextos diferentes pero hay coordenadas que los unen. En las elecciones de 2024 el abucheo en forma de votos debe ser lo suficientemente duro como para evitar un fraude electoral.

Porque el tirano de la 4t está dispuesto a lo que sea, menos a dejar el poder que, con Claudia Sheinbaum, pretende trascender. Sí, la misma mujer que gritó contra el fraude electoral después del 6 de julio de 1988.

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