En el vasto y tortuoso paisaje político mexicano, Javier Corral Jurado está en el culmen de su carrera si vemos aunque sea de reojo su trayectoria, desde su temprana juventud hasta la fecha, lapso en el que se ha puesto innumerables máscaras.
Corral se quiere mucho desde niño aunque ese amor desproporcionado le alteró los lentes para mirarse con nitidez. Le llaman narcisismo. Lo cierto es que ese cariño inconmensurable pudo haber despegado desde las expectativas de sus padres, quienes lo bautizaron con ese nombre en honor de Javier Solís (en realidad llamado Gabriel Siria Levario), el mejor cantante de boleros rancheros que ha tenido el país. Así, nadie puede sorprenderse de que, a los once años de edad, javierito creyera ser un genio y creara su propio periódico al que llamó, en un alarde de creatividad e ingenio, “El Chisme”. Desde entonces han pasado 48 años y el periodista jamás ha publicado una pieza sobresaliente que enaltezca a la profesión y confirme su ser prodigioso.
En la adolescencia decidió militar en el PAN, sacudido como un papalote por los vientos favorables que el partido tenía en Chihuahua. Accedió a pequeños cargos aunque eso le significó titularse de abogado, muchos años después, con una tesis que capturó la imagen que él se había tallado como enemigo jurado de los medios de comunicación electrónicos, en particular de Televisa, porque esa era la vía, según afirmó, de la auténtica democratización del país. Desde entonces, diario se bañaba de pureza y así logró la adhesión de un puñado de senadores, intelectuales, maestros y estudiantes. Pronto, sin embargo, su relación con Carlos Slim reveló una complicidad que puso en el suelo su castidad. Él facilitaba los negocios del ingeniero en Telmex y Telcel. Ante la evidencia, Corral poco a poco olvidó su perfil de experto en telecomunicaciones.
“Nadie puede llevar la máscara durante mucho tiempo”, dijo Séneca. Javier Corral es un ejemplo. Su rostro alargado como el personaje de Beto, el de Plaza Sésamo, ha escondido a los ojos de muchos su rasgo calculador y es que, debe admitirse, varias ocasiones ha sido peón creyéndose rey. Y en los cambios de careta su voz gangosa ha sido instrumento musical que puede tocar cualquier melodía. Desde la crítica más estridente hasta la adulación más dulce. Ha sido buen tribuno.
El político también ha usado el atuendo de librero. Pero al igual que nunca ha hablado de periodismo, jamás lo ha hecho de libros. A él le ocupa la apariencia y no la sustancia. De ahí que otra de sus facetas ha sido dibujarse como el héroe que muchos hubieran querido conocer en su infancia. En ese juego su astucia fue innegable, estudiantes y profesores que ocupan la “trinchera” del “lado correcto de la historia” cayeron rendidos a él y juntos formaron la Asociación Mexicana del Derecho a la Información (AMEDI), que en realidad fue una tarima para su lucimiento como apóstol de la libertad. En tanto, siguió cambiando de careta: Aduló a Vicente Fox y Felipe Calderón, y luego los denostó. Llamó corrupto a López Obrador y más tarde se unió a su partido, Morena, para ser Senador y evadir a la justicia dado que incurrió en delitos de peculado y corrupción cuando fue gobernado de Chihuahua, según las actuales autoridades del estado. Ahora entre sus seguidores, sobran deslindes y sollozos aunque también hay quienes tomaron pastillas de olvido.
En lo que parece un sarcasmo registrado por Palahniuk, un hombre con ese apellido, que evoca la idea de contención y límites, ha demostrado una capacidad ilimitada para saltar de un partido a otro, de una ideología a otra, de un oficio a otro sin nunca perder de vista su objetivo: el poder.
Por ahora, Javier Corral, el librero, el panista, el independiente, el predicador, el empresario, el periodista, el abogado, el antiTelevisa y ahora el morenista, es uno de los más fervientes aduladores de López Obrador y, por supuesto, de la presidente Claudia Sheinbuam.