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Hace unos días, un cierto candidato de un cierto partido emplazó a debatir propuestas a otro candidato de otro partido, y a construir una agenda a tal efecto. El interpelado dijo aceptar pero no propuso agenda, no formuló propuesta alguna, no criticó las del adversario; se limitó a afirmar que el debate le serviría para “desenmascarar calderonistas”. Nota importante: el primer candidato no ha militado en el PAN ni forma parte de México Libre; sólo fue funcionario público federal en la administración de Felipe Calderón. Lo que es más, ha disentido públicamente de Calderón en muchos puntos y tiene un origen político e ideológico todo otro. Difícil sería argumentarlo calderonista.

Más allá: ¿existe el calderonismo allende la militancia política en México Libre? ¿Tiene diferencias reales con el panismo? ¿Cuáles son? Aún más allá: ¿existe ideológicamente el panismo? Porque nadie duda de que el PAN sea un partido de derecha pero en él caben expresiones que van del coqueteo con la extrema derecha del Yunque al desideologizado liberalismo de mercado de Fox al liberalismo social de Anaya, pasando por la raigambre demócrata cristiana de Castillo Peraza, mentor de Calderón. En términos ideológicos, entonces, ser calderonista equivaldría a ser demócrata cristiano, corriente política con la que uno podrá estar o no de acuerdo, y que no es intrínsecamente buena (dudo que haya alguna que lo sea) pero tampoco intrínsecamente mala (nazismo o pinochetismo no es).

Dirán algunos que Calderón no fue un gran presidente. Lo concedo. (Me parece que fue un buen presidente pero ni siquiera eso importa para estos efectos.) Igualmente cierto, sin embargo, es que no se le conocen escándalos de corrupción o violaciones flagrantes a la legalidad. Lo más cuestionado (y lo más cuestionable) de su administración fue su estrategia de combate al narco, de corte militarista (aunque mucho menos que la del actual gobierno). No cabe, por tanto, concebir calderonista como insulto, como tampoco lo son zedillista o foxista, y ni siquiera deberían serlo salinista, peñista u obradorista, por controversiales que resulten los presidentes que dieran origen a esos adjetivos.

Un ejercicio responsable de la voz política debería hacer a los actores capaces de aludir de manera crítica a las prácticas y (presuntas) filiaciones de los adversarios sin que el mero hecho de nombrarlas constituyera una descalificación, del mismo modo que no deberían constituir descalificaciones sino meras definiciones políticas calificativos como comunista o, más en boga, neoliberal.

El liberalismo es una corriente de pensamiento que parte de la postulación de la libertad como valor señero. Su definición a detalle cambia con el país, el tiempo y el contexto pero su mínimo es siempre la defensa y promoción de las libertades. Una de sus vertientes es el liberalismo de mercado, que tiene como postulado principal minimizar la intervención del Estado en la economía; a su juicio, una libertad de empresa laxamente regulada genera bienestar. Se le conoce también como neoliberalismo, al constituir un renuevo post frigibélico del liberalismo económico decimonónico. Esa idea del Estado –que ningún gobierno mexicano ha instaurado de manera pura– puede redundar en desigualdad, estar extraviada o haber fracasado, pero no es intrínsecamente maligna, como no lo son la socialdemocracia, el nacionalismo revolucionario, el trotskismo o el libertarianismo. Son todas ideas que, con mucha o poca razón, muchos han creído pueden hacer un mundo mejor. Como el amante de la canción, pueden fallar pero –al menos en la teoría– nunca de mala intención.

Quiero un mundo con comunistas y neoliberales y socialdemócratas y libertarios. Quiero un país donde obradoristas y calderonistas discutan y dialoguen y debatan. Si tienen convicción de sus ideas, vocación de servicio y verdadero espíritu ciudadano algo aportarán.

Ese mundo, ese país, se llama democracia.


IG: @nicolasalvaradolector

 

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