marzo 5, 2025

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Termina un 2020 complejo, que ha tenido como principal rasgo la incertidumbre. Al menos durante la reciente década la tecnología ha sido uno de los principales elementos disruptores que han marcado la forma en que hacemos sociedad en todos los sentidos y formas. La combinación del dispositivo personal con Internet móvil catalizó la fusión casi simbiótica entre medios digitales, tecnología y sociedad. Esta simbiosis le dio a la década que termina este 2020 una singularidad, el entorno social se modeló principalmente basado en la opinión.

La opinión es el juicio que se forma sobre una idea, un hecho, un concepto, que se ejerce sobre todo desde lo individual, pero que se suma en lo colectivo para los asuntos de interés y relevancia sociales. Una opinión no necesariamente se basa en hechos y datos precisos, al contrario, la opinión se construye desde la perspectiva personal y por lo tanto es de origen subjetiva.

Comunicar la opinión es un ejercicio necesario, irrefrenable, es una de las manifestaciones más básicas de la libertad de expresión, del ejercicio del libre pensamiento; pero la opinión ofrecida, y aceptada, como verdad irrefutable ya ha llevado al mundo a rincones muy oscuros.

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Cuando individuos integrados en grupos por afinidades discordantes, opuestas, llevan la opinión como una forma incontrovertible de verdad, y se confrontan, se desencadenan mecanismos de polarización y división social que pueden llegar a una total radicalización. Y eso le es de utilidad a los regímenes autoritarios. De hecho, hoy vemos gobiernos completos que han llegado al poder a partir de incitar en el colectivo la confrontación social, aunque en mucho ha sido con base en aversiones y motivaciones ideológicas.

Gobiernos que han surgido de incidir en una extraña combinación de narrativas de supuesto apoyo y simpatía con luchas sociales válidas, en defensa de causas muy justas, pero además exacerbando la necesidad de aceptación de grupos con identidades frágiles y explotando sus posturas tendientes a lo tiránico.

Es un campo peligroso, nocivo, donde esos mismos grupos, ya por iniciativa propia, solo por la ideologización de sus posturas, terminan de generar un entorno hostil a la crítica y a la opinión que les resulta contraria a sus afinidades.

Así, no es extraño, por ejemplo, ver grupos que ponen en el contexto político y social su aversión a las medidas de sanidad necesarias para contener la propagación de un virus como el SARSCoV-2, su desconfianza en la expectativa que se tiene en la vacunación, sólo por mencionar algunos casos próximos y vigentes. Y sin más que la opinión que sustenta su afinidad, aunque sea basada en meras filias y fobias, que por definición resultan irracionales.

Se tiene hoy en funciones un gobierno que se ocupa por sobre todo en nada más que la opinión, mostrando todos los días una actitud repelente al conocimiento, a la técnica, a la especialización y cómo incide eso en los grupos sociales que lo validan.

Así como en México, estos gobiernos entienden la relevancia y el valor de la opinión como ejercicio de un ciclo de poder. Porque de la misma manera como explotan la opinión que les resulta favorable para generar elementos de afinidad y aglutinamiento de simpatizantes, entienden también la sensibilidad de la imagen, el prestigio y la reputación expuesta a la opinión del colectivo, la opinión pública, en detrimento de la credibilidad de sus adversarios. De su oposición.

Como se mencionó antes, la opinión al estar basada en un juicio personal, incide en lo cognitivo confrontando la parte subjetiva y emocional, por lo que no necesita sustentarse en hechos comprobables y datos precisos. Esto permite que cualquier pieza de información sea suficiente para formar una opinión negativa y generar una percepción desfavorable.

El entorno hostil a la crítica, el reclamo, pero sobre todo a la manifestación de ideas, es característico de los regímenes autoritarios, donde el régimen busca formar una opinión negativa del que difiere, busca satanizar el disenso, el pensamiento divergente, para con eso anular la capacidad consenso y organización de sus opositores, con el fin último de la desmovilización de las fuerzas de contrapeso social.

Este ejercicio de influencia necesita hacer llegar el mensaje al colectivo, volviendo la información un arma que exige explotar tantos medios y formatos como sea posible. Por ejemplo, una “conferencia de prensa” cada mañana que marque la agenda informativa resulta ideal para este fin. Esas simulaciones, que de conferencia de prensa no tienen nada, se dirigen a una audiencia cautiva, que es realmente poca, pero además, provee del material propagandístico necesario para sus demás fuentes afines. Todos esos que se ofrecen como medios alternativos pero que no son más que propagandistas del régimen.

Incidir en la percepción de partes confrontadas es una batalla que se libra sobre la idea que cada parte de la audiencia tiene de sí mismos, donde vale más el relato de los hechos con su carga emotiva, explotando la capacidad de narrativa. No importan los hechos, importa la forma en que se narran los hechos. No importan los datos, la información, y sus consecuencias, lo que al régimen le importa es la historia que se cuenta acerca de esos datos, de esa información, buscando que se forme una percepción y su opinión en consecuencia. Favorable, o desfavorable, según sea el caso, según le convenga.

La percepción cuenta tanto, o más, que la realidad. La percepción que más sirve al régimen es la que forme una opinión desfavorable de sus opositores y que erosione su voluntad de movilización. Por eso no es extraño que la audiencia termine abrumada, contrariada y confundida. Sin saber en qué creer, en que confiar, ni que opinar.

El fraseo delata mucho de este esfuerzo. Por eso la crítica, la exigencia, el reclamo, suele recibir por parte de los simpatizantes del régimen como respuesta recurrente falacias ad populum. Ofrecer la idea que sí mucha gente, si “toda la gente”, el pueblo, lo dice, lo cree, tiene razón. Lo cual es falso, un país completo si puede estar equivocado y en esa dimensión ser el error que se cometa, y sus consecuencias.

Va a pasar. Ya está ahí. Y a no ser que se dé un golpe certero y se cambie la forma en que se hace la narración de la realidad, en lo individual y luego en lo colectivo, la verdad seguirá siendo engullida por la mentira vestida, disfrazada, de opinión.

Hagamos red, sigamos conectados.

Autor

  • Leo García

    Diseño y coaching de estrategias para manejo de redes sociales. Experiencia en análisis de tendencias en línea.

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