Hoy, frente a la sepultura del primer Imperio Mexicano, vamos a recordar unos pasajes que están gravados en la memoria de México. Al cumplirse 200 años del destronamiento del emperador Agustín I y de la extinción del primer Imperio del México independiente, apenas recién salido del vientre, vale escribir algunas líneas sobre estos hechos históricos de la vida de México.
Un 19 de marzo de 1823, se escucharon los tañidos de campana por la defunción del Imperio mexicano, pero a la vez, repicaron con singular alegría por el luminoso alumbramiento de la República Mexicana. Aunque breve, fue un periodo inaugural difícil para el país recién Independizado. Así nacimos, con grandes dificultades políticas nacionales y parece que no hemos podido superar este síndrome calamitoso cíclico, que nos permita entrar de lleno a la saludable normalidad político social permanente para lograr el despunte definitivo al amplio progreso, de tal suerte que nos lleve a las otras latitudes de desarrollo del que goza el primer mundo.
Cayó el emperador y pereció el Imperio, como resultado de las secuelas políticas enrarecidas que ya privaban después de la Independencia; el clima adverso que le provocó su coronación y la animadversión que empezó a arrastrar hacia su persona durante su gobierno. Todo esto le provocó un ambiente político turbio que me parece ya no supo o no pudo manejar. Desde su elección, su nada tersa relación con diversos actores políticos y militares por sus distintas visiones de país, hicieron que brotaran con asiduidad las discrepancias con el Congreso Constituyente; y esto último fue lo que, como luego se dice, “dió al traste” con el primer Imperio cuando apenas abría los ojos al consumarse la Independencia. “Se le enredó la madeja” al emperador, y ya no supo cómo desenredarla. Ante todo este escenario adverso, quiso corregir el camino, pero ya era demasiado tarde, y “en la cruz llevó el sufrimiento”, reza otra sentencia.
En efecto, a raíz de la desaparición del Congreso, creció la inconformidad y brotó la chispa del movimiento armado que acabaría con el novísimo primer Imperio con el que se estrenó la Independencia de México en aquel temprano siglo decimonónico. La desafortunada decisión de eliminar al Congreso, arreció el malestar contra su persona y finalmente provocó su caída imperial.
Recordemos que para su elección, prácticamente se asaltó al Congreso y lo sorprendió, a fin de acelerar su designación. Y por el momento, ante el uso del derecho de la fuerza, y más siendo esta estridente y amenazar con desbordarse, y no de la fuerza del derecho, el Congreso tuvo que ceder, y eligió a Iturbide como emperador. Iturbide mostró su poderoso musculo para el logro de su objetivo. Pero esta fuerza de la que se hizo gala resultó tener, como boxísticamente se dice, “quijada de cristal”, a la que le bastarían los primeros golpes políticos militares para que pronto se quebrara y cayera “noqueado a la lona para no levantarse”. De esta manera, se hizo añicos el Imperio y se desintegró.
No obstante ese momento de debilidad que vivió el Congreso, no se amedrentó. Al contrario, se armó de valor y poco a poco recobraría su entereza y enfrentó al emperador a través de diversas medidas, de las cuales se quejaría Iturbide, tal y como las dejó escritas para la posteridad en sus memorias. Este fue el motivo por el cual eliminó al Congreso. Grave error y el costo político sería muy alto.
La rebelión militar no se hizo esperar, pues con el Plan de Veracruz, del cual ya hemos dado cuenta en otros episodios, Antonio López de Santa Anna se levantó en armas, movimiento al cual se sumaron Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo, entre otras figuras de la Independencia. Movimiento este que poco después habría de robustecerse con el Plan de Casa Mata, salido de las entrañas del propio sector militar del emperador, que originalmente fue mandado a combatir a Santa Anna. Vamos a decirlo con palabras coloquiales, su propio ejército se le volteó al emperador Iturbide.
Dejemos a José Luis Soberanes, quien hace uno de los estudios más completos y documentados sobre este Congreso Constituyente, la narrativa de estos trascendentes acontecimientos: “… el 19 de marzo de 1823, don Agustín de Iturbide, emperador de México entregó a su compadre Manuel Gómez Navarrete, un ocurso escrito de su puño y letra, dirigido al Congreso, abdicando al Trono imperial, y poniéndose a las órdenes del mismo Congreso, aunque siguió utilizando el título monárquico varios días más. Dicho escrito llegó ese mismo día por la noche al Congreso, éste no lo recibió oficialmente sino hasta el día siguiente. Finalmente, el cesante emperador, el 27 del mismo mes, notificó al Congreso su salida de Tacubaya y pedía perdón por si hubiera cometido algún acto de despotismo.”
“El 5 de abril siguiente se nombró una comisión para analizar la abdicación de Iturbide, integrada por Becerra, Osores, Espinoza, Hobergoso, Zavala, Muzquiz, Castro y Herrera, la cual propuso, ese mismo día, anular la coronación del susodicho ‘como obra de la violencia y de la fuerza, y de derecho nulo’, también anulaba la sucesión hereditaria de los títulos emanados de la coronación, lo cual fue discutido el día 7 y aprobado por el pleno el día siguiente; además se le exiliaba, se le daba el tratamiento de excelencia y una pensión vitalicia de veinticinco mil pesos anuales. Obviamente se declararon insubsistentes el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. Todavía, a principios de octubre de 1823, hubo un intento de levantamiento en favor de Iturbide, que por supuesto, no tuvo ningún éxito.”
posteriormente, el reinstalado Congreso Constituyente, mandó borrar toda inscripción e indicio imperial en lugares públicos en el país, pues adicionalmente, en sesión del 16 de abril de 1823, decretó que los establecimientos públicos, oficiales y todo lo que antes llevare en el nombre el adjetivo de “imperial”, fuera sustituido por el de “nacional”.
Como podemos ver, era tal el enojo contra el emperador, que se le condenaba, castigaba y hasta se le nulificaba el nombramiento; esto es, como si nunca hubiera existido. Sin embargo, a mi parecer hay siete cosas a resaltar: El primero es que el emperador al presentar formalmente su renuncia al Congreso al trono imperial, aunque haya sido por la noche, me parece que este órgano constituyente lo debió recibir oficialmente, y no dejado para su recepción al día siguiente; máxime tratándose de un asunto de la mayor importancia y urgencia para el país, pues no era un asunto ordinario, sino que se trataba de un tema de la mayor seguridad nacional.
El segundo punto consiste en que, si el emperador presentó su dimisión al trono el 19 de marzo, fue hasta el 8 de abril en que el Congreso tomó la decisión, no de aceptar la abdicación, sino de anular la elección del emperador. Esto es, pasaron 19 días. ¿Y por qué tantos días en un asunto de la mayor trascendencia? ¿A caso había dudas al respecto, no obstante que ya había una revolución triunfante?
El tercer punto, es que a pesar de todo esto, se le seguían teniendo ciertas consideraciones, buen trato y hasta benevolencia, pues seguía siendo tratado con la dignidad de excelencia y se le concedió una pensión económica de por vida. Luego entonces, al parecer no era tan indeseable o abominable su persona al otorgarle estas gracias. Quizá fue una forma de reconocer, después de todo, el decisivo papel que desempeñó en la consumación de la Independencia del país.
El cuarto punto se refiere al comentario que hace José Luis Soberanes en el sentido de que, no obstante haber renunciado el 19 de marzo, continuó empleando el título monárquico durante varios días más. Sobre el particular, considero que esto fue correcto, toda vez que seguía siendo el emperador, pues si bien es cierto que presentó su dimisión ese día, el constituyente le anuló el titulo hasta el día 8 de abril.
El quinto punto consiste en que el Congreso declaró insubsistentes el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. Al respecto, considero que no se debieron declarar inexistentes en su totalidad por dos razones: A). Es un hecho que ambos documentos existían y fueros los dos documentos pilares que dieron pauta a la Independencia de México. Es decir, con ellos se puso la semilla, prendió el embrión y finalmente nació el nuevo país. B). Dejarlos insubsistentes, es tanto como dejar sin efectos el soporte de la Independencia, puesto que fueron los que le dieron origen, lo cual es inadmisible, toda vez que de ellos nació ésta. En todo caso, estimo que se debió anular o, mejor dicho, dejarlos sin efectos parcialmente en todo aquello que hablaba de la instauración del Imperio Mexicano; y con esto bastaba para desaparecer la figura del Imperio y, por ende, la de un emperador, para dar paso a la República. Pero ni modo, pues como dice el refrán, “lo hecho, hecho está”.
El sexto punto, consiste en que, al decir de Soberanes, ante la abdicación de Iturbide, el Congreso nombró el 30 de marzo de 1823 “… un triunvirato con el nombre de Supremo Poder Ejecutivo …”, a fin de que se encargara interinamente del citado Poder. No obstante lo anterior, hay que advertir que, si bien es cierto que el emperador presentó su renuncia el 19 de marzo, el Congreso no la recibió, sino hasta el día 20, y fue hasta el 8 de abril que anuló el título al emperador. Luego entonces, aunque por solo una semana, hubo dos poderes ejecutivos sobrepuestos formalmente en esos días, provocados por el mismo Congreso. Uno, aun en estado embrionario, pero ya con todos los visos republicanos y, el otro, el del Imperio que, aunque estaba en sus últimos estertores y agonizando, aún estaba vivo.
El séptimo punto, es que el Congreso al no hacer valida la renuncia al trono que presentó el emperador, procedió a anular su designación, por lo que, en todo caso, quedaba como si éste no hubiera existido. Sin embargo, en los hechos existió y de derecho también, puesto que fue elegido formalmente, tal y como lo documenta Guadalupe Jiménez Codinach, en su ensayo el “Primer proyecto de Constitución del México independiente, 1822”. Y no solo eso, pues, aunque con altibajos, trabajaron juntos en su respectivo ámbito de competencia mientras estuvo instalado el Congreso, con lo cual queda más que claro que el Congreso estaba convalidando la aceptación de la erección, presencia y desempeño del emperador.
Hagamos otras reflexiones al respecto. ¿Qué no al anular dicho título es porque se estaba dando por sentado que sí lo otorgó formalmente en su calidad de constituyente y soberano originario de la nueva nación, contando absolutamente con todos los poderes para crear al Imperio y nombrar al emperador? Creo que como se adujo, aunque forzado y/o intimidado o amenazado, y ante el temor de que se hubieran desbordado totalmente los ánimos en el seno del Congreso, el día que lo seleccionó finalmente lo aceptó como emperador, y días después le tomó el juramente y lo coronó formalmente.
Bueno, pero finalmente “haya sido como haya sido”, popularmente se dice, partiendo de esta decisión del Congreso, hay queda para la reflexión y conclusión a la que se quiera llegar. La mía, es que en la práctica y jurídicamente si lo fue, porque estimo que, si se quiere forzadas, se cumplieron con las formalidades, pues considero que aunque el Congreso se haya visto intimidado para erigirlo como emperador, no podía desconocer sus propia decisión. En todo caso, pudo revocar el titulo otorgado o destituirlo antes del momento en que presentó al Congreso su abdicación, pero no desconocer lo que formalmente el mismo Congreso hizo. Es por eso que me parece que era válida la dimisión al trono por parte del emperador, y el Congreso debió aceptar la renuncia al mismo.
Considero que el no aceptar el Congreso la abdicación una vez que la presentó el emperador, para enseguida declarar la anulación de su entronización, más bien obedeció a los ánimos políticos caldeados que había en esos momentos, y al natural enojo y resentimiento de los constituyentes contra él, más todavía y con sobrada razón, por haber desintegrado a este órgano constituyente meses atrás.
También hay que subrayar, que lo paradójico es que un buen número de estos congresistas lo eligieron cuando se instaló el Congreso; trabajaron con él como miembros de la Junta Nacional Instituyente que creó el mismo emperador, y después anularon su coronación al ser reinstalado el Congreso. Me pregunto, ¿solo fue que el Congreso no le quiso dar la oportunidad que él fuera el que abdicara, para que mejor fuera el propio Congreso el que le quitara el titulo y dignidad de emperador? Que extravagancias de nuestra política desde nuestra temprana edad como país.
Finalmente se desmoronó el emperador y el Imperio. Esto demuestra que no hay titulares de poderes ejecutivos intocables, y en este caso concreto, se trataba de uno imperial y que, por la naturaleza de éstos, son perpetuos mientras tengan vida y no abdiquen sus titulares. Atentar contra las instituciones tiene su costo, y las más de las veces muy altos, por lo que se ponen en alto riesgo. Como dice la voz popular, “se ponen de a pechito”, para que la sociedad con las fuerzas fácticas, y a veces incluso con la participación de las formales, los eliminen.
En estos tiempos, salvo todavía algunas excepciones, ya no se tiene un poder mayestático incluso en las propias monarquías, sino que se ejerce un poder más contenido, ponderado y más razonable, inmerso en la práctica de una política más cuidadosa, socializada y educada. Si Iturbide hubiera sido más humilde, me atrevo a pensar que hubiera tenido un mejor futuro en la cimentación y construcción del país, como uno de los padres que fue de la consumación de la Independencia y fundadores del nuevo país.
Me parece que debió haber trabajado por la reconciliación y unidad del nuevo país; máxime en esos momentos en que apenas estaba saliendo del cascarón. No debió tener animadversiones y exclusión contra varios ex insurgentes que alto mérito tenían. No debió ver al país entre buenos y malos. No debió perseguir a sus enemigos, porque varias veces tuvo que echar marcha atrás. No debió ver al país entre patriotas y antipatriotas; entre patriotas y traidores a la patria.
Es mejor ser prudente que arrebatado en el ejercicio del poder. Unir que desunir; sobre todo cuando empieza a caminar un nuevo proyecto, para estar en mejores condiciones de consolidarlo. La crispación político social es mala consejera, pues nada bueno trae.
Haciendo un parangón sobre el fallecimiento de los imperios mexicanos, podemos decir que en Veracruz brotó la chispa e incendio que provocó la caída del emperador y la del Imperio, con el Plan de Veracruz y el Acta de Casa Mata; y el primer emperador, Iturbide, una vez que abdicó a la corona, salió desterrado ya sin corona por este puerto a Italia. Maximiliano de Habsburgo, coronado como Maximiliano I, entro por Veracruz y sus restos mortuorios salieron por ahí mismo, todavía con el título de emperador, para reposar en Viena, Austria. En el caso de los dos emperadores, Veracruz fue la entidad protagonista y testigo de estos sucesos. Fue el puerto de salida de quien había sido el primer emperador, y el de entrada y salida del segundo emperador. El primero salió vivo y el segundo muerto. Y con ellos quedaron sepultados los dos imperios mexicanos.
Pero mejor dejemos la palabra escrita sobre los hechos, y quien mejor en esta narrativa, a uno de los autores intelectuales y, a la vez, el propio y principal autor material que llevó la batuta en este levantamiento armado contra el emperador y contra el Imperio. Antonio López de Santa Anna narra que “Don Agustín Iturbide con su familia se embarcó en el puerto de Veracruz, con dirección a Italia, el 11 de mayo. Su persona fue respetada debidamente.” Esto quiere decir, que si bien renunció al trono el 19 de marzo, pero que el Congreso le anuló el nombramiento imperial hasta el 8 de abril y salió del país el 11 de mayo, todavía permaneció en el territorio durante un mes y días, ya sin titulo alguno y solo como mexicano.
Alegóricamente podemos decir que aquel 8 de abril de 1823 sonaron las campanas; y figurativamente los mexicanos preguntaban ¿por quién doblan las campanas? La respuesta fue: El Imperio ha muerto.