“Si no queremos que se nos hagan cuestionamientos tendríamos que dedicarnos a otra cosa, pero si somos servidores públicos tenemos que estar atentos a la crítica”, dijo el 6 de noviembre de 2001 el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador.
Más aún, aseguró en aquella fecha que los medios cumplen con su deber al cuestionar las acciones del Gobierno, lo que forma parte de la normalidad democrática. De paso, se permitió dar un consejo al entonces presidente Vicente Fox, quien por aquellos días estaba en el ojo del huracán por sus declaraciones contra la prensa.
“No me quiero meter en polémica con el Presidente, debe serenarse, tranquilizarse. Hay desde luego muchas presiones; quienes tenemos responsabilidades públicas estamos sometidos a fuertes presiones, pero hay que mantener la calma, las tres “P”: paciencia, prudencia y presencia, mucha prudencia”, sostuvo.
López Obrador expresó que no le molestaba la actitud de los medios de comunicación y que mantenía con ellos una relación respetuosa. Enfatizó que la prensa no debe estar regulada o sometida a ninguna ley y mucho menos que se pretenda controlar desde el poder.
¿Qué sucedió?
La mañana del 3 de noviembre de 2001, un iracundo presidente de México, Vicente Fox, tronó contra los medios de comunicación: “Distorsionan la noticia, calumnian, engañan y mienten”, acusó sin decir nombres.
Desde la cabina donde transmitía su programa radiofónico semanal “Fox en vivo, Fox contigo”, instó a los ciudadanos a distinguir los medios que sí informan con veracidad. Según dijo, él ya lo había hecho y confesó: “ya dejé de leer una buena cantidad de periódicos, porque francamente me amargaban un poco el día”.
El sexenio aun no cumplía su primer año y en junio de aquel año ya había surgido el primer escándalo con el llamado “Toallagate”, un reportaje que la periodista Anabel Hernández publicó en el diario Milenio, en el cual dio a conocer que la Presidencia de la República había adquirido toallas para la residencia de Los Pinos, a un costo unitario de 4 mil 25 pesos, según constató en los contratos de compra.
En la prensa de aquel entonces existe registro de las críticas al presidente y sus colaboradores que le acompañaron a una gira en China, también en junio de 2001, donde algunos miembros de su comitiva juguetearon entre los guerreros de Terracota, uno de los tesoros históricos y culturales más importantes de aquel país e incluso el propio mandatario dio de qué hablar con su paseo en bicicleta por la muralla china.
Los más recientes cuestionamientos al presidente antes de su ejercicio de catarsis en su programa radial, estuvieron relacionados con su visita a España en octubre. Se le criticó por presentarse con botas de charol a un evento oficial con la realeza de la nación europea y también por el lapsus que tuvo en una ceremonia en la Academia de la Lengua Española, al cambiarle el apellido al escritor argentino Jorge Luis Borges, por “Borgues”. El realce que le dieron los medios a los hechos ya referidos, tenía muy molesto a Fox, quien ese 3 de noviembre ya no pudo contenerse y estalló:
“Francamente hemos estado bajo una metralla impresionante de ataques, por una sarta de babosadas que no tienen la menor importancia para nuestro país… Es muy importante que los ciudadanos sepan que este gobierno está bien sentado en la silla, que tiene proyecto”, dijo.
Casualmente, el testigo de aquella andanada fue el periodista Carlos Loret de Mola, quien en más de una ocasión inquirió al presidente por qué estaba enojado con los medios y cuáles de ellos eran los que no decían la verdad. Pero el titular del Ejecutivo respondió con retórica.
“Hoy tengo más interés que nunca de hablar con ustedes directamente, que conozcan de viva voz lo que realmente está pasando en nuestro país para que, de esta manera, podamos hacer un juicio propio, un juicio personal. De esta manera, no hay distorsiones, no hay engaños y así no prevalece la calumnia, sino que podemos hablar de nuestro querido México, podemos hablar de la realidad como se encuentran las cosas. Ya saben ustedes que jamás engañaré a un solo mexicano, mucho menos a un país. ¡Eso jamás lo haré!”.
Tras llamar a la población a no dejarse atemorizar y a no perder la esperanza, todavía molesto advirtió: “Ni se crean que me van a tumbar a mí con críticas de periódicos; al revés, voy a luchar y voy a luchar frontalmente por mi país, por todos los chiquillos y chiquillas de este México maravilloso, y vamos a ganar esta batalla”.
La desmemoria
Más de 20 años después, como presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador no está sereno ni mucho aplica la paciencia ni la prudencia. Los poco más de tres años que lleva en el poder, son los mismos que lleva peleando con los medios de comunicación con acusaciones, adjetivos, descalificaciones e incluso creando una sección semanal en sus conferencias mañaneras para “balconearlos”, porque según él mienten y calumnian.
A diferencia de Fox en 2001, López Obrador le ha puesto nombre y apellido a los medios y periodistas que, según él, están en su contra. Sus embates han alcanzado incluso a informadores a los que antes elogiaba por ser sus aliados, como Carmen Aristegui, a quien lleva tres semanas acusando de engañar y formar parte del “bloque conservador” que busca dar un “golpe de estado” contra su gobierno.
La furia presidencial se ha acentuado en el último mes contra Carlos Loret de Mola, quien a través de su plataforma Latinus y en conjunto con la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), presentó un reportaje sobre un posible conflicto de interés de su hijo mayor, José Ramón López Beltrán con una empresa contratista de Pemex y al mismo tiempo, mostró la vida lujosa que lleva en Houston, la cual rompió con el discurso de austeridad que ha propagado López Obrador a lo largo de su trayectoria política.
Como Fox trató de hacerlo en su momento, López Obrador defiende “su proyecto”; asegura que ha salido “ileso” del escándalo sobre su hijo y que “no le han quitado ni una pluma a su gallo”, pero su discurso incendiario contra la prensa dice todo lo contrario. Sepultó por completo sus declaraciones de hace más de 20 años, así como el consejo que le dio al guanajuatense en relación a la prensa.
En poco más de tres años de gobierno el presidente no ha logrado tranquilizarse; escala cada vez su conflicto con periodistas y medios que lo critican o que han publicado algún trabajo que por alguna razón le incomoda. No ha puesto en práctica las tres P que le recomendó a Vicente Fox.
La paciencia no ha existido en un mandatario que desacredita cualquier crítica por mínima que sea. Su catálogo de epítetos, frases y descalificaciones hacia los medios y periodistas a los que considera sus enemigos es cada vez más extenso. Como ejemplo, queda aquella expresión de “Si se pasan, ya saben lo que sucede”, que pronunció en abril de 2019, con apenas cinco meses al frente del gobierno. Y todo porque el periodista Jorge Ramos osó contradecir en plena mañanera sus “otros datos” sobre la violencia, con base en cifras de su propio gobierno. Desde entonces, Ramos está en la lista negra.
La prudencia brilla por su ausencia en un presidente que, en abierta violación a la Constitución, divulga información distorsionada sobre los ingresos de Carlos Loret de Mola quien según su punto de vista, con su trabajo “busca derrumbarlo”; y no solo eso, sino que presiona al órgano garante de los datos personales a que aun cuando no está en sus atribuciones legales, facilite que los ingresos de Loret y otros comunicadores sean públicos. Esto, en un contexto donde la violencia contra los periodistas se ha incrementado como en ningún otro sexenio.
La presencia del presidente en las mañaneras no ha sido para informar, sino para atacar a sus críticos y promoverse a sí mismo como un “transformador” y buscar colocar “su verdad”. No tiene ni busca un intercambio respetuoso con los medios: por un lado, alienta el encono contra aquellos que califica como “conservadores”, y por otro, mantiene una relación de sumisión con los que todo le aplauden y le celebran.
A diferencia de lo que declaró aquel 6 de noviembre de 2001, López Obrador hoy está más que molesto con el papel de los medios de comunicación como observadores de los gobiernos y de los servidores públicos; con su línea discursiva ha dejado en claro que cambió de parecer respecto a que la prensa no debe estar sometida ni debe ser controlada desde el poder. Las tres P, que le aconsejó aplicar a Fox, se le han borrado de la memoria y atendiendo a sus palabras de aquel entonces, debería estar dedicándose a otra cosa.