Si Morena no logra la mayoría calificada en su intento de reforma eléctrica, el sexenio lopista estará a un paso de la muerte. Y toda la culpa es de Andrés Manuel.
¿Cómo toma sus decisiones el presidente? La consulta para la revocación de mandato es quizá la peor de todas las pifias del gobierno de López Obrador. Hay algunas más costosas (como el AIFA o Dos Bocas), otras más dañinas (como el ecocidio del Tren Maya o el desabasto de medicinas), pero ninguna rivaliza en su inutilidad con un recall predestinado al fracaso. Desde el momento en que el ocupante de Palacio Nacional no pudo empatar sus consultas con las elecciones intermedias, se convirtieron en ejercicios políticamente estériles: en abril de 2022, sus tenebrosas intenciones de reelegirse ya suenan irrisorias, patéticas, ridículas.
Los 15 millones de simpatizantes que fueron a votar en ese desperdicio de dinero y esfuerzo representan al AMLO real, el de 2006, no al inflado de 2018, vía los votos priistas y de ingenuos (para usar un término suave). Ante el fracaso de 2022, los paleros de la 4T hicieron maromas comparando al López de 2018 con Calderón, Fox y Peña Nieto. La falacia es tan mala que sus propios números la matan: lo que esos pobres cenutrios no dicen es que el mismo Andrés tuvo menos votos que Calderón en 2006 y muchos menos que Peña en 2012. Con Fox no compitió y el Peje de 2018 dobletea al de 2022. Es decir, su único triunfo nacional es el de hace tres años y medio, sólo por ello los loperos deberían abstenerse de hacer comparaciones, ya que hacen más evidente su profundo declive.
Al caudillo tropical poco le sirvió la demagogia: en este país hay 21 millones de beneficiarios de programas sociales, por lo que no hubo traducción exacta de favorecidos del erario a simpatizantes del obradorismo. Lo mismo le pasaba al PRI: igual que a José Alfredo, a Andrés Manuel nada le enseñaron los años, cayó en los mismos errores que sus maestros del estatismo seudonacionalista y dizque revolucionario.
¿Por qué no funcionaron las dádivas? Porque el presidente no es buen analista y confunde sus deseos con la realidad. Planteado de otra forma: se cree sus propias mentiras. López se suele llenar la boca con su discurso barato de conservadores contra liberales, en el que el pueblo es sabio y bueno. Pero no se percata de que ese pueblo que idealiza no es liberal, ni de izquierda, sino profundamente conservador. A su clientela le gustan las cosas regaladas, pero eso no la hace socialista, sino lángara: son adeptos de la redistribución de la riqueza porque reciben aquello que no producen, se parecen a esos estados férreos defensores del pacto fiscal… porque viven de los recursos generados por otras entidades federativas. Lo de ellos no es ideología, sino vulgar conveniencia.
En realidad, a la gente le interesan los resultados, al igual que a cualquier empresario o cliente: el ciudadano quiere que funcione el gobierno, quiere que ese régimen tenga resultados en economía, seguridad y servicios. Si, además, ese ciudadano produce y paga impuestos, el reclamo de eficacia es más puntual. Ahí está la debacle de López, en que sus resultados son nulos o de plano empeoran lo que ya existía. No hay programa electorero que tape la muerte o desempleo. El desinfle de los 30 millones de 2018 es consecuencia de la ineptitud gubernamental, de las vacunas regateadas, de los 600 mil muertos por la COVID-19, de los diez millones de nuevos pobres, de los niños con cáncer mal atendidos, de la cancelación de las guarderías y escuelas de tiempo completo, de la política de destrucción de la ciencia, en una frase, de la estupidez en movimiento.
López cometió el error de poner en blanco y negro una debilidad que había podido esconder con rollo, bravatas y encuestas a modo. Si no hubiera insistido neciamente con la revocación de mandato, aún podría seguir mintiendo con el cuento de los 30 millones. Ahora, evidenciado que cuenta con la mitad de preferencias que tenía cuando fue electo presidente, pretende lanzar sus últimas dos campañas: la reforma eléctrica y la de destrucción del INE. Si el domingo fracasan las trampas de Morena, el fiasco de la reforma eléctrica mandaría dos mensajes: 1) que el hipopótamo está herido; y 2) que la oposición puede detener el ciclo de ocurrencias que comete el gobierno federal.
Como en una representación de Iztapalapa, la Cámara de Diputados ya tiene sus Iscariotes, que vendieron su voto a Morena por treinta monedas (o una embajada). Existen altas posibilidades de que el plan lopista fracase y que este domingo sea el principio del fin. Sheinbaum apenas logró que acudieran a las urnas millón y medio de respaldantes de López, con lo que quedó evidenciado que su precandidatura presidencial es una mala broma. Sin reformas populistas, ni candidaturas serias, la 4T está condenada a perder el poder.
Regresarle a la CFE el papel de regulador y proveedor dominante es una muy mala idea y lo menos grave que podría sufrir el presidente son demandas ante instancias nacionales, pero, cuando el asunto caiga en sedes internacionales, de nada servirán los cuentos, los detentes, las campañas demagógicas o las verdades alternativas: aunque López Obrador crea que la ley no es la ley, lo cierto es que una cosa es usar a algún funcionario para asustar ministros y otra que un tribunal internacional quiera procesar al Jefe del Ejecutivo por negligencia criminal.
Napoleón no debió invadir Rusia, ahí se definió su posterior derrota definitiva. Para López, la desangelada revocación de mandato equivale a estar derrotado a las puertas de Moscú. Si sus huestes fallan el domingo, lo que sigue es Waterloo. Quizá el Domingo de Pascua también nos traiga el destierro de la tiranía y la resurrección de la democracia. Ojalá podamos celebrar ese suceso.