Los meteorólogos denominan “Efecto Fujihwara” al choque de dos huracanes. Es lo que sucederá en 2024 cuando México y Estados Unidos celebren elecciones presidenciales. En Estados Unidos, Joe Biden se juega su reelección; en México, el régimen obradorista su continuidad. Ya estamos en el preludio de la colisión y de aquí en adelante la tensión en diversos ámbitos –seguridad, energía, migración, comercio– tenderá a crecer, puesto que los intereses de ambos gobiernos están contrapuestos.
Lo que más le conviene al régimen obradorista es que regrese Donald Trump o algún homólogo. A pesar de la animadversión inicial, ambos se acomodaron muy bien en un acuerdo de beneficio mutuo donde López Obrador le hacía el trabajo sucio a Trump en materia migratoria –principalmente deteniendo migrantes centroamericanos–, y a cambio Trump no se inmiscuía en asuntos domésticos relativos a la democracia, derechos humanos, derechos laborales, ataques a la sociedad civil, medio ambiente, energía y libertad de prensa. Terminaron siendo el uno para el otro. El problema para Obrador es que el regreso de Trump es improbable y no es seguro que un sucesor como DeSantis se comporte igual.
Biden ha significado lo contrario, particularmente en los últimos meses. Al principio pareció timorato y permisivo, también porque López Obrador estuvo dispuesto a seguir haciendo el trabajo sucio migratorio. Sin embargo, lo que Trump había callado, Biden no lo toleró y lo empezó a ventilar: presiones por la contrarreforma eléctrica, reclamos ambientalistas, quejas puntuales por la violencia, alusiones a los arrebatos antidemocráticos y recientemente denuncias por violaciones al T-MEC. Pero Biden está en una posición muy débil por su bajísima aprobación y porque se anticipa que pierda el Congreso este otoño.
La respuesta de López Obrador ante los embates de Biden ha sido escalar la fricción. Tras el fracaso en el Congreso de su contrarreforma eléctrica, ha excluido de facto a las empresas estadounidenses negándoles permisos; chantajeó a Biden para que incluyera a sus socios bolivarianos –Venezuela, Cuba y Nicaragua– en la Cumbre de las Américas; arengó groseramente en favor de Julian Assange; y se mofó de los reclamos por violaciones al T-MEC con una cumbia en la mañanera. Son formas pedestres fieles a su estilo, pero no son ni de cerca su carta más poderosa y seria: de un día al otro, López Obrador podría dejar de hacer el trabajo sucio migratorio y propiciar una crisis en la frontera estadounidense, propinándole un serio revés a Biden.
El horizonte del 2024 agravará la tensión. Además de que México suele ser la piñata electoral en Estados Unidos, a Joe Biden le conviene que pierda Morena y seguirá insistiendo en las pulsiones antidemocráticas, aislacionistas y antiliberales del régimen obradorista. Por su parte, López Obrador apostará contra Biden, de modo que seguirá echándole fuego a la hoguera, apalancándose en su poderosa carta migratoria. En esa eventual cuadratura, podremos ver una frontera muy convulsa. Y los tiempos importan: López Obrador le puede poner una piedrita en el zapato a Biden para que pierda el Congreso este otoño; pero en 2024 Biden podría reír al último y mejor.