El Callejón de la Amargura y el Wama Puente

Compartir

Hace varias semanas estuve en la Hermosa Hortensia tomando unos curados de cacahuate; el lugar está en la esquina del Callejón de la Amargura, en Garibaldi de la ciudad de México, donde transcurrió mi infancia durante los primeros años de los setentas del siglo pasado.

Después de quién sabe cuántos pulques, más o menos como a las ocho de la noche, caminé por mis recuerdos; por allá quienes me conocen no me llaman por mi nombre, los más viejos me dicen Toñito y mis contemporáneos Oruga, que fue la palabra que escuché con el grito de Eliseo (que en realidad se llama José). La verdad me dio un poco de pena porque Eliseo me vio justo al lado de la fuente donde yo repetía los movimientos de Rafael Puente, un portero legendario del América al que le decían el Wama, y poco me faltaba para narrar en voz alta un partido imaginario.

Con movimientos de box y su brazo izquierdo serpenteando, Eliseo se dirigió a mí:

–Ándale mi Oruga, tírame el recto y yo te lo cabeceo

–No seas cábula mi ca, ya albureando tan temprano

Luego de varias fintas con las que recordamos a Monzón contra el Mantequilla, nos dimos un fuerte apretón de manos y un abrazo. Él estaba idéntico al de hace cuarenta y pico de años, nada más que sin cabello, arrugado, con un ojo caído y lentes bifocales; digamos que quizá estaba un poco más delgado que entonces. Y creo que Eliseo pensó lo mismo de mí porque dijo que yo estaba igualito.

El caso es que mi valentín me puso al tanto de dos o tres cabrones que ya no existen, de otros que siguen de ratones por el barrio y de unos más, honrados como siempre, (casi todos en la vendimia). Recordamos a los “mudanzas”, dos hermanos sordomudos que eran traviesos como la chingada y que entonces podíamos decirles así –aunque nos daban unas madrizas de aquellas– igual que a la Motata, pues Motata, una puta impresionantemente buena. Ya con un pulque cada uno en la orilla de la fuente y de vez en cuando haciendo alacranes en el piso, bien dibujaditos, Eliseo y yo comentamos que nunca imaginamos que muchos años después nos regañarían por decirle “criada” a la Rebeca, que caldeaba con el Chanclotas (un esmirriado mesero del Tenampa que siempre traía el peine en la bolsa de atrás del pantalón).

Eramos felices en el Callejón de la Amargura. Esos años y en esas horas calurosas ya de madrugada

También recordamos que él fue vago (“Joven en situación de calle”, le aclaré ya bien pisto, neta, y casi nos meamos de la risa) mientras yo fui monaguillo allá en la iglesia la Conchita que está frente al teatro Blanquita, entre la avenida Niño Perdido que ahora es Eje Lázaro Cárdenas (atrás de nosotros, frente al portón de la memorable Plaza Santa Cecilia hay dos teporochos en Atizapan de Zaragoza. También se oyen tenues unas tres o cuatro canciones de Mariachi al mismo tiempo). Yo viví en el departamento 13 de aquel edificio, dije ya con las imágenes borrosas, y yo en esa vecindad interminable donde te fajaste a la Lulú, completó Eliseo.

De lo que siguió después es cosa nuestra, lo único que puedo agregar es que sí, Eliseo me tiró un penalty y el Wama Puente voló por todo lo alto.

Autor