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viernes 13 septiembre 2024

El caótico estudio de Francis Bacon

por Germán Martínez Martínez

La Galería Hugh Lane de Dublín aloja una reconstrucción completa y a detalle —con los objetos originales— de un estudio del pintor Francis Bacon (Dublín, 1909; Madrid, 1992). Un observador ordinario se impresionará por el desorden y la sobreabundancia de cosas en la habitación; visible a través de ventanas al interior. Alguien instruido o conocedor de la obra de Bacon —salvo que le gane alguna pose— también tendría que verse sorprendido por el caos del espacio, más parecido a un basurero que a un lugar de trabajo. Ahí es donde comienza el problema: desde suponer que Bacon sabría dónde estaba cada cosa —al final había un orden, se consolaran muchos— hasta el cliché de suponer que el desbarajuste correspondería con la caricaturización de los artistas como enemigos de las normas, con frecuencia mito autocultivado. Para el visitante común —y la abrumadora mayoría lo hemos sido y lo seremos— ahí terminará el acercamiento al espacio creativo de Bacon: reiteración de prejuicios. Este es uno de los desafíos que tienen las prácticas culturales actuales que buscan atraer a públicos amplios evitando obras exigentes; ofreciendo, en cambio, planteamientos que se promocionan como accesible democratización de las artes.

El pintor Francis Bacon en su estudio, hoy trasladado y exhibido en Dublín.

La Galería Hugh Lane es el museo público de arte moderno y contemporáneo de la ciudad de Dublín. Ocupa la hoy llamada Casa Charlemont (construida entre 1763 y 1765), obra del arquitecto William Chambers para James Caulfeild, cuarto visconde de Charlemont y primer conde de Charlemont. Casi un siglo después, en 1870, la casa se convirtió en propiedad gubernamental. En 1929, en sus jardines se construyeron las salas para la galería y desde 1933 se inauguró como museo de arte moderno. El espacio debe su nombre al coleccionista Hugh Lane, que abrió una galería en 1908, financiándola él mismo en otra ubicación y aportando la base de la colección permanente, que se ha expandido a través de las décadas.

Los estudios de Bacon han despertado el interés de artistas e investigadores.

La historia compartida de Inglaterra y la hoy República de Irlanda —Bacon se consideraba británico— fue uno de los antecedentes que llevó a que los cuadros de la colección inicial de Lane hoy sean compartidos por la Hugh Lane y la Galería Nacional británica, ubicada en Londres; cambiando de una sede a otra cada tantos años. Como muchos espacios europeos para el arte, el edificio de la Galería Hugh Lane ahora está complementado por una remodelación y una extensión arquitectónica contemporánea —llevadas a cabo entre 2004 y 2006— obra del despacho Gilroy McMahon. Atreverse a las adaptaciones —no como las torpezas ya acometidas, sino transformaciones significativas— no estaría de más para recintos tratados como vacas sagradas pero que no necesariamente son funcionales y definitivamente son horrendos, como el calificado como Palacio de Bellas Artes (construido entre 1904 y 1934) en la Ciudad de México.

El estudio de Bacon es una habitación visible desde ventanas externas.

El archivo y el estudio de Bacon objeto del traslado —tenía varios— estaba en el número siete de la calle Reece Mews de South Kensington, en Londres; cerca del Instituto Francés —que contiene el Ciné Lumière, entre los de mejor programación de la ciudad— y del popular Museo de Historia Natural. En 1998, el estudio fue donado a la Galería Hugh Lane por John Edwards —heredero de Bacon— y reconstruido arqueológicamente en Dublín, concluyendo en 2001. La operación, dirigida por la restauradora Mary McGrath, involucró el mapeo de localización y la catalogación de más de siete mil objetos. La reconstrucción y traslado incluyó las paredes, techo y suelo del espacio de South Kensington. Durante cinco años, desde septiembre de 1998, cada objeto fue fotografiado y descrito minuciosamente para formar una base de datos. El visitante común del estudio, sin embargo, jamás conocerá esto, aunque las tareas involucradas sean útiles académica y estéticamente.

El estudio se encontraba originalmente en el 7 de Reece Mews, en Londres.

Bacon se revela como dibujante y fotógrafo —además de pintor— gracias a los materiales rescatados. Los objetos se clasificaron en seis grupos: fotografías (de la autoría de otros y de Bacon), publicaciones ilustradas, dibujos, notas manuscritas, materiales artísticos y lienzos destruidos. Como es de esperarse, algunos elementos gráficos sirvieron como base para que Bacon desarrollara sus pinturas, pero múltiples fotografías y dibujos no tenían sólo esa intención. Parte de lo encontrado fueron decenas de lienzos rasgados que Bacon iba descartando, pero que preservó y que corresponden a medio siglo de su carrera; lo que permite asomarse a la evolución de sus formas de trabajar. El archivo y el estudio son un tesoro para el conocimiento sobre el artista: han dado pie a libros y enriquecido investigaciones y exposiciones.

El catálogo de la exposición en Dublín que es también la investigación de Margarita Cappock.

En la cotidianidad, cuando cada ciudad capital cuenta con algún museo de arte moderno y de arte contemporáneo —cuando las pinturas son legión— que la Galería Hugh Lane aloje el estudio de Francis Bacon es fundamentalmente señal distintiva para potenciales visitantes, generalmente turistas o residentes que no están guiados por criterios estrictos. Esto probablemente funciona para atraer gente a la Galería Hugh Lane, pero es difícil que nutra vínculos perdurables con las artes plásticas. Los beneficios más significativos son para quienes trabajan a partir del archivo de Bacon mientras el visitante común puede más bien reforzar prejuicios cuestionables. Es la lógica del populismo cultural que está detrás también del mexicano Proyecto Chapultepec: expresar que sería infraestructura para el pueblo, reportar burocráticamente nutridas asistencias —que a futuro serán millonarias— y que, en la práctica, los visitantes sigan tan ajenos al arte como antes. No es lógica sólo actual, es cercanísima a políticas culturales que antes se han llevado a cabo —y celebrado— en México y que tienen expresiones semejantes en otras naciones: cuentan con discurso justificativo para derrochar dinero de los impuestos, pero les falta el simple aprecio a las artes. Se trata de un signo de los tiempos, en que los públicos no se esforzarán y que los políticos ya aprovechan en todos los campos, incluyendo el cultural: el oscurantismo de la espectacularidad.

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