“Uno tiene derecho a ser integrista, a creer profundamente en sus ideas. Pero el fanatismo es peligroso, porque elimina al disidente”. ~Marcel Marceau.
En la esfera política, el fanatismo se manifiesta como una pasión desenfrenada que lleva a las personas a defender sus creencias políticas con una tenacidad absoluta y a menudo irracional. Implica una lealtad inquebrantable a una causa particular, a menudo acompañada de un menosprecio por las opiniones de quienes difieren, incluso si estas son más razonables.
El bere se caracteriza por un deseo implacable de imponer las propias ideas y una visión del mundo extremadamente simplista, donde todo se reduce a blanco o negro, sin espacio para el matiz o la contradicción. Como lo expresó Winston Churchill, “Un fanático es aquel que no solo se niega a cambiar de opinión, sino que también se resiste a cambiar de tema”.
Este tipo de mentalidad a menudo florece en sistemas autoritarios y dictatoriales, donde quienes están en el poder buscan silenciar cualquier tipo de disidencia y reflexión crítica.
En estos regímenes, la imposición de creencias políticas es común, y aquellos que se atreven a cuestionar son castigados.
En épocas de elecciones, el fanatismo político se hace evidente a través de líderes que buscan fanáticos en lugar de aliados. Confunden la lealtad con la sumisión y la convicción con la creencia absoluta. Esto puede distorsionar la democracia, ya que la objetividad y la madurez en la toma de decisiones son reemplazadas por la adhesión ciega a un líder.
Es importante destacar que ninguna ideología política justifica el voto a cambio de favores corruptos.
En contextos altamente polarizados, esto distorsiona la conciencia electoral y socava una democracia saludable. El fanatismo político tiende a estigmatizar a los candidatos que no se alinean con las creencias de sus seguidores, lo que dificulta el debate político constructivo.
Este mismo fanatismo ha sido testigo de apoyos a líderes controvertidos a lo largo de la historia, desde Hitler y Mussolini hasta Pinochet y Franco. Estos seguidores priorizan el orden sobre la justicia y a menudo niegan la realidad de los escándalos políticos y la corrupción.
En resumen, el fanatismo político es un obstáculo significativo para la salud de la democracia. Mientras persista como fuerza impulsora en la política, será difícil lograr un cambio positivo en la esfera política y en la sociedad en general. La reflexión crítica y la tolerancia son esenciales para superar este desafío.