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Amos Gitai es un cineasta menor. Nacido en Israel en 1950, es el prolífico director —desde 1972— de 66 películas según IMDB ó 98 según Wikipedia, por mencionar populares páginas de internet. Son decenas de filmes en que, con variantes, se repiten escenas y diálogos, por mencionar un dato curioso. El martes 17 de enero de 2023, en la Ciudad de México, Gitai recibió la Medalla Cineteca Nacional —creada en 2015 “con el propósito de rendir homenaje a directores de cine internacionales que cuenten con una trayectoria celebrada en todo el mundo”— y en ese recinto hubo en semanas subsecuentes un ciclo con 25 de sus cintas. Entre ellas sólo parecieron faltar dos de los medio y largometrajes de ficción de Gitai, no se incluyó uno solo de sus más de 30 documentales (aunque al menos una de las proyecciones, Rabin, los últimos días [2015], es un documental, que quizá no se clasifica como tal por decisión del director y por incluir dramatizaciones), ni muestra alguna de sus cortometrajes (que en Wikipedia resultan ser 42). Entre tales películas fue posible ver Kippur (2000) una buena película de guerra, por mencionar una cuestión positiva.

Amos Gitai es un prolífico director de cine procedente de Israel.

La selección del cine de Gitai sigue presentándose en Le Cinéma IFAL, pues en la realización del ciclo colaboraron las embajadas de Israel y Francia (país este último donde Gitai ha residido, sede de producción de parte de su obra y nación financiadora del IFAL). Es comprensible la intervención de las embajadas, pues las burocracias culturales, locales o diplomáticas, tienen la condena de servir al nacionalismo cultural: deben promover lo que haya. Como pudo atestiguar el director de la Cineteca —al menos en una función— aún entre el escaso público que asistía al ciclo de Gitai había quienes abandonaban la sala al ir corriendo la proyección. No es que falten méritos aislados a las películas de Gitai o que incluso algunas, muy pocas de ellas —como Kippur— casi funcionen en su conjunto, sino que globalmente se trata de un cine fallido pues aún rasgos como esporádicos usos audaces de la cámara o el manejo de referencias eruditas, no logran filmes efectivos. Pero esta es la tarea razonable, inevitable y útil que la Cineteca ha adoptado: mostrar la diversidad del cine mundial.

El actor Liron Levo es el alter ego de Gitai en esta cinta autobiográfica.

Más que valentía, crueldad, heroísmo o grandes batallas que contienen otras películas sobre el tema, Kippur se aproxima a la guerra como confusión y azar; lo que lleva a los dos protagonistas a no encontrar su pelotón y a terminar operando como rescatistas tras un encuentro fortuito con un médico. Este filme es autobiográfico y es pertinente decirlo porque esto es clave en que la obra destaque en el conjunto de la cinematografía de Gitai: al tener sustancia va más allá de retóricas cinematográficas. Como continuación de conflictos territoriales previos, en la Guerra de Yom Kipur, los soldados y reservistas de Israel enfrentaron la invasión de varios países árabes entre el 6 y el 25 de octubre de 1973. Los agresores aprovecharon el Día de la Expiación, Yom Kippur —el más importante del calendario religioso judío— para su ataque. Amos Gitai participó en la guerra en términos semejantes a la trama de su futura cinta. El director fue parte de la tripulación de un helicóptero derribado en territorio sirio; suceso que, cinematográficamente, conlleva una salpicadura de líquido rojo en la cámara por el misil que alcanza al helicóptero ambulancia. Kippur apunta a que la cultura cinematográfica no es suficiente para crear cine.

A pesar de lo anterior, Kippur contiene escenas, al principio y al final, de una pareja copulando entre pinturas derramadas de diferentes colores, frotándolas en sus cuerpos; un supuesto atrevimiento visual que difícilmente encaja en el tono narrativo y visual de la película. Esto suele ocurrir con distintos recursos en las cintas de Gitai —como los mecánicos saltos entre épocas— aunque en este caso, tras lo ocurrido en la historia, la última escena adquiere una dimensión diferente. En cambio, un elemento atractivo de esta película es que el conflicto bélico se oye —estruendos en el cielo, por radio informativamente— pero, en rigor, apenas se ve, aunque haya tanques, helicópteros, heridos y algunos estallidos. Gitai conduce los sonidos, no precisamente ambientales sino artificiosos, con destreza, incluyendo silencios y esporádicamente música como acompañamiento convencional, pero que en un ascenso del helicóptero se constituye en alivio. Un personaje afirma que en la guerra “se pierde la noción del tiempo” y en eso Gitai también acierta: sus personajes y el público quedan atrapados, sin claridad temporal, en la contundencia de lo incesante. Kippur entrega la guerra en la búsqueda de sobrevivientes y el girar incesante de las hélices de un helicóptero.

Los personajes rescatan a los heridos para darles atención médica.

Una característica importante de Kippur es que la dirección de Gitai y la capacidad interpretativa de los protagonistas, los actores Liron Levo y Tomer Russo, logran rangos que van de ademanes y caras de hombres varoniles a que esas mismas caras —estereotípicas de la alta testosterona— pasen a la indefensión infantil, sin caer en gesticulaciones. Aunque este talento de dirección no es constante, la revisión de su filmografía hace notar que Gitai ha sabido relacionarse con figuras culturales y atraerlas a sus proyectos. Entre otras, han colaborado con él Jeanne Moreau, Juliette Binoche, Natalie Portman y Léa Seydoux. También han participado, en pequeños papeles de diferentes películas, Arthur Miller (1915-2005) y Bernardo Bertolucci (1941-2018). Quizá el director —que hace cameos de sí mismo en casi todas sus obras— sabe reírse de su persona: en Kippur el alter ego de Gitai habla, inoportunamente, de Marcuse, orillando a su amigo a recordarle: “estamos en guerra”.

Hay cercanía entre los personajes principales, reflejada en la confianza de su interacción, pero —de nuevo diferenciándose de cintas que explotarían tramas de camaradería— Kippur no es un canto a la amistad. En cambio, se teje alrededor de situaciones en que simplemente avanzar unos metros en el terreno es difícil. Una escena se vuelve momento de humor negro. A través de cierto silencio y de planos de sonido —uno manipulador, otro de explosiones— llega a una cumbre: un rescate entre el lodo, el herido cae una y otra vez de la camilla; inevitable comedia física en medio de la guerra. No un chiste, sino lo abrumador del “pinche lodo”, como exclama uno de ellos. Y en pleno desvarío, entre el lodo, quiere bailar con el médico, mientras continúa la batalla para mover al herido. Aun si las cosas ocurrieron así, no es realismo sino estrategia cinematográfica como en otros puntos de la cinta: se dejó la salpicadura de falsa sangre y, tras la caída del helicóptero, el director se demoró con la situación en tierra de los personajes.

Amos Gitai es un prolífico director de cine procedente de Israel.

Acaso la mayor virtud de Kippur sería exponer la intrusión de la guerra en la vida cotidiana: no con el dramatismo de estallidos en la mesa familiar o el patio de juegos… sino al mostrar la fluidez de los hombres entre su labor en el campo de batalla y su regreso a casa. Pero las viñetas falsamente sofisticadas del inicio y del final arruinan la transición. Hoy en Ucrania, y los lugares que padecen enfrentamientos bélicos, hay un horror que convive con actividades ordinarias, tanto indispensables como superfluas; de manera semejante a como en 2020, ante la pandemia, no todos estuvimos confinados: millones siguieron tan activos como siempre, muchos de ellos murieron. Esta película se mueve entre misiles y heridos, ventanales y coches, cultura cinematográfica y experiencia. Así, el intrascendente cine de Gitai tiene en Kippur un asomo al negro humor de la condición humana, que se revela con crudeza en la práctica de la guerra.

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