lunes 08 julio 2024

El libro de Carlos Reygadas

por Germán Martínez Martínez

Presencia (2022) es el libro en que Carlos Reygadas expone su idea del cine. Se trata de una reflexión que seguramente inició antes de que el cineasta rodara su cortometraje inicial, Adulte (1998). Aparte de sus películas, desde las más antiguas entrevistas —alrededor de Japón (2002), su primer largometraje— era notorio que sus decisiones creativas estaban acompañadas de la minuciosa formulación de pensamiento estético. Ese proceso vio su primera expresión escrita en el ensayo “Definir el cine”. El texto fue publicado por anDante en el libro Luz (2016) que recopila —junto a ensayos de artistas como el poeta Alberto Blanco y el cineasta Nuri Bilge Ceylan— los guiones gráficos de Reygadas hasta Post tenebras lux (2012), filme que le significó el Premio al mejor director en el Festival de Cannes. Ahora, gracias a la misma editorial, la publicación del libro Presencia es un acontecimiento tanto por su calidad intelectual como por ser testimonio, en ideas, de su autor: probablemente el cine de Carlos Reygadas se cuenta entre lo más valioso de la historia del arte cinemático.

El centro del debate en que se inscribe el libro de Reygadas es la pregunta sobre qué es el cine, abordándola en breves ensayos cargados de ideas que lo mismo exploran las entrañas del medio audiovisual que los vínculos que guarda con las sociedades en que emergen las películas. Cabe enfatizar, que Presencia es un esfuerzo por pensar el cine, no una memoria de rodajes —si bien la reflexión se nutre de la práctica— ni mucho menos un manual de consejos para cineastas; aunque la inmersión en estas reflexiones beneficiará a cualquiera que ame el cine, como espectador o realizador, discutiéndolas. Secundariamente, Reygadas toca qué productos audiovisuales no son cine, porque difieren de la concepción del arte que expone. Una controversia de tema similar ocurrió al final de 2019. El director Martin Scorsese declaro, primero en octubre durante una entrevista para la revista Empire y después, el 4 de noviembre de ese año, en un ensayo para el New York Times, que las cintas de superhéroes —con todo y méritos de talento y factura— estarían más cerca de los parques de diversiones que del cine. Por motivos económicos, según Scorsese, este sería un “momento brutal e inhóspito para el arte”. Hay cuando menos un criterio desde el cual algunos hacemos cuestionamientos semejantes sobre la naturaleza de los largometrajes de Scorsese y otros exitosos directores.

Durante el rodaje de la tercera película del director.

La discusión no gira meramente alrededor del factor narrativo: no es que el cine como vehículo de poesía deba abstenerse de contar historias, pues no hay agregación o resta de ingredientes que otorgue carácter estético. Dos años y medio antes que Scorsese, el jueves 23 de marzo de 2017, Reygadas también buscó hacer un deslinde, cuando estuvo en la sala 4 de la Cineteca Nacional en la Ciudad de México, como parte del ciclo Conversando con nuestros cineastas. Después de la proyección de su Luz silenciosa (2007), aseguró, acerca de la supuesta muerte del cine: “claro que hay una amenaza muy fuerte del llamado entretenimiento y todo esto del cine virtual. Pero eso yo creo, personalmente, que está mucho más cerca del circo y del entretenimiento, como las montañas rusas o todo ese tipo de cosas. Y, aunque eso sí va a ser el 95 o el 99%, el cine como tal creo que persistirá y se volverá algo mucho más específico”. La particularidad del cine como actualización de potencialidades artísticas del medio audiovisual es la sustancia de Presencia.

El cineasta aclara prontamente qué lo ocupa: las creaciones audiovisuales “no en calidad de espectáculo para divertirnos ni como el despliegue de un lenguaje a la espera de ser descifrado, sino como realidad en plenitud”. Reygadas indaga puntos muy diversos, incluyendo el análisis de la época actual, cuestiones filosóficas como la manera en que nos relacionamos con nuestro entorno; también examina la consciencia mexicana o discurre sobre el arte contemporáneo. Su lenguaje elude la jerga de lecturas con que dialoga explícita o implícitamente: la prosa es atinada.

Carlos Reygadas como actor en su filme Nuestro tiempo.

Me concentro en su idea que distingue entre el “cine de la representación” —de tipo simbólico, posteriormente lo llama también “cine ilustrativo”— y “el cine de la presencia”, vinculado estrechamente a la realidad, no en sentido naturalista, sino de implacable búsqueda del reconocimiento de lo singular”. En su argumentación, el cineasta parte de la certidumbre de que el público adecuado para el cine de la presencia requiere de cierto despojamiento: “igual que para experimentar el mundo, para ver al interior de una imagen hay que suspender la conversión conceptual”. Reygadas extiende la lógica de la diferencia entre representación y presencia a los actores, pues asegura que interpretar un papel conlleva: “la voluntad de representación [que] es un obstáculo para la presencia”.

Detallando el sentido de sus planteamientos a través del libro, Reygadas ofrece más que un par de etiquetas. La división coloquial entre cine comercial y cine de arte dice poco. Buscando alguna precisión yo suelo escribir “cine de entretenimiento”, pero esto no es suficiente para explicar el enorme conjunto de filmes que pretenden estatus estético sin lograrlo. En cambio, la formulación “cine de la representación” no sólo es frase lucidora sino significativa porque captura una limitación central: producciones que no desarrollan una mirada ni logran su objetivo de relación con la realidad, por apegarse a procederes mecánicos, tanto visuales como mentales. Esta aproximación permite comprender por qué múltiples venerados directores ni siquiera se asoman al potencial cinemático: “el cine de la representación es una disciplina corrupta, por más que su comparecencia a lo largo de la historia sea tan preponderante”.

El libro que recopila guiones gráficos del cineasta.

Quienes no vemos el cine como una botella con mensajes en su interior, podemos coincidir con Reygadas: con el cine —y el resto de las artes— estamos frente a prácticas que están más allá de los conceptos y la significación, aunque puedan contenerlos marginalmente (para la expresión de sentidos hay medios más adecuados y efectivos). El director reflexiona también sobre las limitaciones de los códigos culturales y su condición efímera. La razón de las artes no es la comunicación sino la comunión, cuando excepcionalmente coinciden obras plenas e individuos capaces de contemplarlas, generando una “relación creadora”. Por esto, además de cine de la presencia Reygadas también lo llama “cine bilateral” y “cine recíproco”. Escribe el director: “una película lleva más allá la potencia del cine en la medida que menos códigos contiene”.

Quizá la certeza creativa de Reygadas nubla su tratamiento de al menos una cuestión. El cineasta da por hecho que la literatura sería “un arte de la representación”, suponiendo que al estar compuesta por palabras estaría condena al uso de “un lenguaje simbólico”, es decir, tendría referentes imposibles de superar. En realidad, el arte literario reside precisamente en que las palabras escapan de sus funciones habituales, las combinaciones entre ellas cobran peso y la composición textual genera presencia, como es tangible en la poesía —de forma notoria en la moderna y contemporánea— pero también en la mejor narrativa por más “realista” que parezca. Son principalmente las novelas elementales las que se ajustan al perfil que Reygadas describe; no obstante, como ocurre en el cine, esto incluye obras de autores renombrados —a lo Scorsese— escritores que biográficamente pueden ser apasionados del arte que cortejan, quedándose, no obstante, en su periferia. Como anota el mismo Reygadas, “el arte es un antilenguaje por excelencia”, como tal “es un atributo humano que fusiona el sentir y el saber”: así pasa con la literatura.

Una página con viñetas de Reygadas para el rodaje.

Otro elemento destacable de la caracterización que Reygadas hace del cine es el verlo como una forma de pensamiento. Aunque el director hace, aquí y allá, afirmaciones que semejan lindar con una especie de irracionalismo, no hay contradicción. Reygadas asienta que el cine de la presencia es “una filosofía sin lenguaje[,] encarnación de la vida interior[,] pensamiento sensible”. Más que la simple oposición entre razón e irracionalidad, Reygadas apunta a realidades concretas que evaden tal dicotomía y que, en efecto, el cine recupera y revela como dimensiones constitutivas de la experiencia humana.

Importa registrar que Presencia es también la expresión de una ética, una declaración sobre un eventual sentido: entregarse al arte es una manera de enfrentar la vida que está desligada de la reproducción de esquemas y sus parafernalias; es, en cambio, búsqueda genuina y permanente. Mi propia aproximación a esta manera de experimentar el arte ha llevado a confusiones que no corresponden con mi idea: hay quienes toman algunas de mis palabras como sugerencia de que la calidad de artista estaría vinculada a la santidad o, cuando menos, la superioridad. El artista no escapa de la falibilidad humana pero el acto creativo requiere del ímpetu de cierta clarividencia, aunque se fracase en lograrla. En mi perspectiva, la búsqueda del artista, aunque nutrida de tradición y contexto, sólo puede darse como individualidad radical: es contraria a la noción común de “ser artista”, corriente tanto en la sociedad general como en la comunidad cultural. Es “la mirada singular [la] que construye un mundo más amplio”. Análogamente, Reygadas al comentar cintas de un par de santones de la pseudocinefilia, dice que “están empacadas en un envoltorio que lleva el código de ‘lo extraño’, pero lo genuinamente misterioso, al contrario, nunca aparenta su condición”. La condición fuera de lo ordinario es rarísima y cuando sucede, acaso, es silenciosa, no por callar sino por su ajenidad a la payasada —burguesa, “alternativa” o de cualquier tipo— pues en vez de participar en desvaríos compartidos trata de enfrentar la realidad tal cual es. Según Reygadas: “la existencia se experimenta […] como un fenómeno indiferente ante nosotros, cuyo valor está dado sólo por la relación que establecemos individualmente con él”.

Filmación de la escena en la alberca de Luz silenciosa.

Reygadas (1971, Ciudad de México) es más apreciado fuera de su país. Me refiero no sólo a círculos de grandes capitales de Europa —como París, donde es considerado el director mexicano de indudable carácter artístico— sino también a cinéfilos de ciudades que suelen calificarse como periféricas: en lugares como Kabul, Paramaribo, Náchod, Kolonia y Niamey hay apasionados del cine que disfrutan y analizan la obra de Reygadas. No se trata de un fenómeno de masas, pero sí de apreciación creciente y persistente por su filmografía. En contraste, en México es posible atestiguar reprobaciones esperpénticas: abundantes alrededor de Batalla en el cielo (2005), extraestéticas, como al final de una proyección de Nuestro tiempo (2018) con alguien despachándola —ante acompañantes cineastas y dando por hecho que la vida de Reygadas sería ordinaria— al asegurar que el filme sería apenas reflejo del “privilegio” del director o, como en el comentario de un inteligente personaje del cine nacional, contándome haber visto sólo unos minutos de Japón, descartándola porque adivinó que sería contraria a sus preferencias ideológicas. Caeré en el cliché: no ser profeta en tierra de uno es problema sólo si la prioridad es el reconocimiento, así sea vano, de los cercanos.

La conversación, y también los debates, son deseables: requieren de razones, no de descalificaciones personales (cualquier cuestión que hubiera fuera de lo estético merece encontrar cauce pertinente). La intervención de Reygadas es un combate por el cine, no un altercado con sus colegas. El hecho es que no existe un libro de algún director mexicano que exponga una posición social o política del cine —anclada en la significación— ni es evidente que haya realizadores nacionales con disposición para escribirlo, ¿quién podría hacerlo sofisticadamente, sin aglomerar consignas de cajón? Sería una gran contribución a la cinefilia local. Al partir de la intención de ilustrar problemas sociales, es factible que se contrapondría a la visión de Reygadas: “pienso que cuanto mayor es la densidad de lo privado en una película, más se acercará a mostrar el núcleo de lo social” (equivalente a la idea que Borges alcanzó sobre la argentinidad en la literatura). Sólo el tiempo confirmará —o negará— mi certeza sobre el valor de las películas de Reygadas, la historia también pondrá en plena evidencia la ligereza de juicios de realizadores condenados desde ahora, y acaso para siempre, a la insignificancia artística; asimismo, dilucidará la relación de públicos mexicanos con el cine de este autor. Mientras tanto, al publicar Presencia, en interlocución con al arte cinematográfico de cualquier lengua, Carlos Reygadas ha dado materia trascendente para pensar y discutir el cine, ahora y a futuro, porvenir que estimo harto perdurable.

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