miércoles 03 julio 2024

Marx Arriaga y el “Nihilismo Histórico”

por Pedro Arturo Aguirre

El 25 de noviembre de 1950, en plena guerra de Corea, la fuerza aérea norteamericana bombardeó a un destacamento de soldados chinos situado en una vieja mina y acabó con la vida de Mao Anying, el mayor de los hijos de Mao Zedong. Según la historia oficial, cuando el “Gran Timonel” se enteró del suceso comentó: “En la guerra debe haber sacrificio. Sin sacrificio no habrá victoria. Sacrificar a mi hijo o al de otra persona es exactamente lo mismo”, y se negó a la repatriación con honores militares del cuerpo de Anying. Pero, en realidad, el muchacho murió por haber revelado su ubicación a los aviones enemigos al prender una estufa para cocinar arroz frito. Ahora bien, divulgar esta poco heroica anécdota ya es delito en China, donde no se permite burlarse de los héroes de la historia, incluso de la remota, o propalar relatos alternativos a las versiones oficiales. Esta trasgresión tiene el extravagante nombre de “nihilismo histórico” y es una expresión del asfixiante totalitarismo del régimen de Xi Jinping. 

El presidente chino dice querer evitar los errores de de la URSS la cual, supuestamente, se desmoronó porque sus dirigentes no lograron erradicar un “nihilismo histórico” debilitador de la fe en la causa comunista. Para evitar un destino tan ominoso como el de la Unión Soviética, el Partido Comunista chino redactó en 2021 una historia oficial actualizada a la medida de Xi Jinping. El Diario del Pueblo, órgano del partido, publicó: “En esta nueva era, el secretario general Xi Jinping nos ha ayudado a entender los mecanismos de la evolución y las leyes de la historia que operan en el sinuoso flujo del tiempo y en la tormenta global. En cada encrucijada ha tomado la decisión correcta”.  Desde luego, el régimen siempre ha ejercido una abrumadora vigilancia sobre su población, pero esta ley es restrictiva incluso dentro de los parámetros chinos. Hechos históricos antes abiertos al debate y la investigación ahora están restringidos o son tabú, y el más significativo de ellos es la Revolución Cultural (1966-74), un período de horror absoluto donde los llamados “guardias rojos”, turbas frenéticas desatadas por Mao, se volvieron locos por toda China, matando y torturando a las supuestas “ratas capitalistas”, saqueando casas, destruyendo templos y borrando gran parte del patrimonio tangible de una de las grandes civilizaciones del mundo. 

La Revolución Cultural fue una de las más aciagas muestras de hasta dónde puede caer la naturaleza humana. Destruyó los fundamentos morales de la sociedad china en el intento de reemplazar los valores existentes con una devoción fanática a Mao Zedong, en cuyo nombre se permitía cualquier crueldad: agresiones a maestros y otras figuras de autoridad, humillaciones constantes a los ciudadanos de a pie, personas golpeadas hasta la muerte en “sesiones de lucha” e incontables ejecuciones sumarias. Intelectuales, artistas y líderes del partido non gratos a Mao fueron exhibidos con sombreros cónicos de burro y obligados a adoptar posiciones agonizantes mientras las turbas les gritaban insultos. Este vesánico experimento de pretendida utopía de las masas se cobró la vida de un millón y medio de personas, unas 20 millones fueron desterradas de las ciudades al campo, la economía y la educación sufrieron una brutal devastación y la mayoría de la población china fue sometida a un intento de embrutecimiento masivo. 

El Partido Comunista se he negado a emprender un ejercicio autocritico de toda esta locura colectiva. Admite los “excesos” del período, pero quiere preservar la imagen de Mao como el sagrado padre fundador de la China comunista. No se quiere permitir una conversación abierta sobre la Revolución Cultural porque ello “pondría en peligro la legitimidad del partido”. Por eso, los jefes  se limitan a calificarla como “un extraño error de exceso de izquierdismo” y culpa de sus horrores a la “Banda de los Cuatro” (la esposa de Mao y sus tres colaboradores más cercanos). El propio Xi Jinping fue una víctima de la Revolución Cultural. Cuando tenía 12 años fue obligado a denunciar las “desviaciones derechistas” de su padre, a la sazón un alto funcionario. Su media hermana se suicidó al ser constantemente acosada por los guardias rojos. Finalmente, con quince años cumplidos, fue enviado a Liangjiahe, un pueblo pobre de viviendas-cueva en el noroeste de China. Hoy esta experiencia de Xi se ha transformado en un mito de origen, una historia de dificultades soportadas, superadas y de ejemplar y duradera devoción al pueblo. “Cuando llegué [a Liangjiahe] a los 15 años, estaba ansioso y confundido, pero cuando me fui a los 22 años, mis objetivos de vida eran firmes y yo estaba lleno de confianza”, escribió alguna vez Xi. 

Lejos de hacer una revisión crítica de uno de los períodos más oscuros de la historia contemporánea, el dictador chino denuncia al nihilismo histórico como “una amenaza existencial para el Partido Comunista tan grande como la democracia occidental”. Por eso ha ordenado la reescritura del registro histórico, para reforzar el concepto histórico marxista de la inevitable marcha hacia adelante, ahora con él en la posición de “Timonel”. Así, la tarea de mantener la historia en el camino correcto, confinada a una narrativa sobre la marcha hacia adelante de decisiones invariablemente correctas, nunca cesa. Pero renunciar a hacer interpretaciones críticas de la historia supone riegos ingentes para el futuro de las sociedades. Así lo considera Frank Dikötter, autor del libro La Revolución Cultural, último de su magnífica trilogía sobre la era de Mao. El autor representa al “Sol Rojo” como un megalómano intrigante, “quien no dudo en poder deliberadamente a la sociedad patas arriba y avivar la violencia de millones para mantener su posición en el centro del poder”. Hay mucha verdad en este retrato, pero Mao también fue un ideólogo quien realmente creía en su misión histórica como “arquitecto de la revolución mundial”. Mientras Mao permanezca consagrado en el corazón de la Plaza de Tienanmen y de la legitimidad del partido gobernante de China, jamás se dilucidarán las responsabilidades individuales y colectivas de los crímenes de la Revolución Cultural y estas atrocidades buena oportunidad tendrán de repetirse 

Este artículo sale publicado justo el día en que los medios dan a conocer estas declaraciones de Marx Arriaga, el inefable director de Materiales Educativos de la SEP (quien antes había estigmatizado a la lectura como un “vicio capitalista”): “Los empresarios deben sacar las manos de la educación del País para que impere la visión de la izquierda”. ¿Llega la Revolución Cultural y la persecución al “nihilismo histórico” a México?

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