Pol Pot, el infame dirigente principal del genocida régimen del Khemer Rouge que aniquiló a un tercio de la población de Camboya, jamás se hizo culto a la personalidad, y ello fue extraño porque la influencia ideológica maoísta era poderosa entre los revolucionarios camboyanos. El de Mao ha sido uno de los cultos a la personalidad más extravagantes en la historia mundial de la megalomanía, pero Pol Pot renunció a esa práctica y prohibió que se le rindieran pleitesías. En su lugar, el líder máximo de los khemer rouges impuso una obediencia ciega a una suprema e infalible abstracción denominada en lengua nativa Angkar Padevat, cuya traducción aproximada sería “la organización”, es decir, el partido. Él y sus seguidores se referían siempre en tercera persona al Angkar para tomar y legitimar cualquier decisión trascendental, entre ellas las instrucciones para matar y morir. El monstruoso experimento de utopía comunista se cobró dos millones de víctimas, perduró durante espantosos cuatro años y dejó marcada eternamente a la sociedad camboyana.
Actualmente gobierna Camboya con puño de hierro, aunque ni de lejos con los afanes genocidas de sus viejos correligionarios, Hun Sen, un ex comandante de los Jemeres Rojos quien llegó al poder en el lejano 1985; pero él, a diferencia de Pol Pot, sí es muy aficionado a ver exaltada su “figura histórica”. Este hombre de humildes orígenes campesinos se ha desempeñado en el cargo de primer ministro arrogándose la parafernalia de los reyes jemeres del legendario y poderoso reino de Angkor. Su culto a la personalidad ha alcanzado niveles hagiográficos en los últimos años, y en buena medida gracias al aumento del uso de las redes sociales. Por ejemplo, en un país de solo 15 millones de personas, Hun Sen ha acumulado unos 10 millones de seguidores en Facebook, y alguna encuesta lo ubica como el cuarto jefe de Estado más popular del mundo, con Narendra Modi ubicado en primer lugar. (por ahí también anda nuestro Peje). Su título oficial es Samdech Akka Moha Sena Padei Techo, se traduce literalmente como “Gran Comandante Supremo, Principesco Glorificado de Tropas Honrosamente Victoriosas”.
También, desde luego, hay grandes obras dedicadas al ensalzamiento de este singular dictadorzuelo. El más importante es un bloque de autoglorificación llamado Monumento al Ganar-Ganar (sí, al Ganar, Ganar), labrado en mármol y hormigón e inspirado en los templos de Angkor Wat. En él hay varios interesantes relieves representando las supuestas victorias del líder contra los Khemer Rouge, abundantes cosechas, puertos bulliciosos y un gráfico que muestra el crecimiento del PIB en los últimos años, el cual desde 1998 hasta 2019 creció a una tasa promedio anual de casi el 8 por ciento. También figuran el hijo del dictador, quien está a punto de heredar el poder de su padre, y ni más ni menos el líder chino, Xi Jinping, cuya amistad ha sido clave para régimen de Hun Sen, quien, de hecho, ha otorgado a China una enorme influencia económica, militar y política en Camboya convirtiendo al país en un estado cliente de Pekín. Y aprovechando los recursos propagandísticos en esta época de las plataformas como Netflix, el gobierno patrocinó la grabación de una serie sobre la biografía de Hun Sen llamada “el hijo de la Luna Llena”, la cual lleva a los espectadores desde los humildes comienzos de líder hasta las dificultades sufridas por el país bajo el asesino Khmer Rouge y la final redención gracias a la aparición del héroe providencial, quien (según la mágica y cursi trama de la serie) para lograr sus hazañas logra aliarse con los dioses y espíritus tradicionales de la mitología jemer.
Pero tanto esplendor ha estado marcado por la represión política generalizada, la destrucción del medio ambiente, la corrupción arraigada y el crecimiento económico desigual, especialmente en los últimos años, cuando la generosidad china (la cual llega sin estar acompañada por demandas inconvenientes sobre los derechos humanos) comenzó a eclipsar a los socios occidentales tradicionales. Camboya ocupa el puesto 150 de 180 entre los países evaluados por Transparencia Internacional por percepción de corrupción. Las organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos han denunciado en incontables ocasiones los abusos de las fuerzas armadas y el aparato policial al servicio del primer ministro. Toda esta vocación autoritaria se vio reforzada hace unos días con la celebración de elecciones generales en Camboya, las cuales, como de costumbre, fueron manipuladas de manera grotesca por el gobierno.
Hun Sen lleva tiempo asegurando el triunfo de su partido. Para ello prohibió la participación del principal partido de oposición del país, (el Partido de las Velas, se llama) y ordenó el cierre de los pocos medios de comunicación independientes. Otro de los partidos opositores, (Partido de Rescate Nacional) ya había sido disuelto por los tribunales y su principal líder fue arrestado en septiembre del año pasado con pretextos legaloides. Sí, como ha sucedido en otros casos de nuevos autoritarismos alrededor del mundo, el gobierno camboyano ha adoptado una estrategia de “guerra jurídica”, con el estiramiento de ciertas normas o la creación de leyes ex profeso para atacar a la oposición. Es una forma menos sanguinaria de eliminar la disidencia política y la semántica legal le otorga una pátina (aunque muy delgada) de legitimidad. Otra de las formas en muy recurridas por los nuevos autoritarismos es la creación de redes clientelares. El gobierno camboyano ha comenzado a entregar, a nombre del partido oficial, sobres con crujientes billetes a más de un millón de trabajadores, mujeres, estudiantes y ancianos. Todo esto ha provocado la denuncia de las figuras de la oposición en el exilio, quienes han llamado a boicotear estas elecciones fraudulentas.
Finalmente, sucedió lo que tenía que suceder: el Partido Popular de Camboya (PPC), el de Hun Sen, se adjudicó 120 de los 125 escaños del Parlamento al obtener más de 6.2 millones de votos de un total de 8.2 millones de sufragios emitidos. ¡Vaya una aplanadora! Aunque un resultado no tan espectacular como el obtenido en 2018, cuando el PPC se llevó todos los asientos. Eso sí, ya no será Hun Sen quien se beneficie como gobernante de tan magnífico resultado porque él, padre generoso, ha decidido ceder el poder a su hijo, Hun Manet (sí, como el famoso pintor impresionista). ¡Toda una dinastía republicana!