Elección judicial: éxito, fracaso, legitimidad y dilemas

Validada la elección obradorista por el INE obradorizado, como tenía que pasar, podemos apuntar varias cosas. Por ejemplo, que Guadalupe Taddei es una de las operadoras del autoritarismo electoral; que el tribunal federal que preside Mónica Soto repetirá su parte en el teatro; que con ese INE, ese TEPJF y el partido gobernante, las elecciones de 2027 no serán “normales” ni de otro modo democráticas. También podemos volver al debate sobre si la elección judicial fue un éxito o un fracaso, para hacer otros apuntes que no se han hecho.

La (im)postura oficial es que el 1 de junio fue un éxito democrático. La postura de algunos comentaristas opositores –o al menos no obradoristas- es simplemente que fue un éxito práctico y nada más importa porque a los obradoristas sólo les importa eso. No habría, según tales comentaristas, ningún fracaso. Los mencionaré aquí como “negacionistas”, por negar obtusamente cualquier tipo de fracaso. No son realistas, son estrechos de miras, tienen profundidad de chapoteadero… Otros decimos y sostenemos que Morena y sus aliados tuvieron éxito y fracaso: éxito en lograr el resultado político que querían, pero fracaso en lograrlo con alguna legitimidad, como también querían. En cuanto a fines, lo único que de hecho importa al mando obradorista es el poder, por sí mismo, pero en cuanto a medios, y algunas de sus consecuencias, hay más preocupaciones, y varían con las coyunturas. Legitimidad es la palabra que está en el centro de la cuestión. Palabra que muchas veces se usa inconscientemente o haciéndola el sinónimo de democracia que no es. Los negacionistas olvidan o no entienden que hay tipos de legitimidad, así como hay tipos de elecciones, y no todos los tipos son democráticos. Vamos a un análisis sobre la cuestión y su centro (legitimidad), yendo hacia él y partiendo de él hacia otros puntos.

Un consenso politológico es “los autoritarismos electorales hacen elecciones para legitimar las relaciones de poder existentes”. Esto no es igual a “democracia” ni significa “hacen elecciones porque no les importa para nada ninguna legitimidad, incluida la electoral”. Si así fuera, serían autoritarismos NO electorales. ¿Por qué y para qué harían elecciones? Las hacen para ganarlas y además parecer que las ganan “legítimamente” (democráticamente), o para hacer creer que su poder tiene la legitimidad de la democracia. Parecer: no les importa esa legitimidad democrática, pero sí aparentarla y producir otra forma de legitimidad entre élites. Ni una ni otra logró el obradorismo el 1 de junio. Esa falta de una legitimidad la transmitió Morena a la nueva suprema corte como la madre enferma transmite la enfermedad al hijo –el  padre, AMLO, es otro enfermo, de poder, y un tremendo irresponsable, como en todo.

Por eso me extraña –es un decir- que entre los negacionistas haya politólogos –sin y con comillas- que digan que el 1 de junio no hubo ningún fracaso oficial, sólo éxito, porque a Morena no le importa “la legitimidad de los votos”. El obradorista es prácticamente un régimen autoritario electoral, como lo fue el del PRI, por lo que ambos regímenes están cubiertos explicativamente por el consenso referido. Los extensores de AMLO no son demócratas, no hicieron una elección democrática, no les importa obtener democráticamente los votos ni tener la legitimidad de la democracia. Pero sí les importa guardar algunas apariencias, fingir democracia, simular que transformaban el poder judicial por deseo popular y a través de una elección no autoritaria. ¡Son autoritarios y muy hipócritas! Y por eso, exactamente por eso, no sólo hicieron la elección judicial controlada sino que sus propagandistas intentaron fomentar el voto para elevar la participación ya asegurada la victoria. Tan asegurada que el abstencionismo, que solía facilitarles la eficacia de la movilización, superó el tamaño oficialistamente conveniente, se transformó en otra fuerza y se revirtió su efecto. Por lo mismo siguen insistiendo en que la elección fue democrática y que lo fracasado fue el abstencionismo; llevan más de dos semanas repitiendo con furia contradictoria que todo les resultó bien y que lo hicieron de buena forma pero que la oposición debió participar… ¿Por qué esa insistencia? Porque saben que hay un problema de legitimidad (los directores de la propaganda y sus operadores principales lo saben, no los simples repetidores); querían que todos los tipos de oposición legitimaran el proceso aceptando participar como votantes bajo reglas obradoristas. Llegamos a lo más relevante: ésa es la legitimidad que buscaban, la de los votos autoritarios, no la de los votos democráticos que no era posible por origen o diseño. Una parte de la oposición lo entendió claramente, otra intuitivamente y otra no lo entendió. Las dos primeras se abstuvieron y la otra participó votando sin anular o anulando. Y sus votos nulos no sirvieron para nada contra el autoritarismo sino que fueron manipulados por el autoritarismo para las cuentas del juego.

Así, en el fondo, Morena hizo exactamente lo que hacía el PRI: el partido hegemónico no tenía legitimidad democrática ni la buscaba, buscaba aparentarla organizando elecciones que sólo él podía ganar –salvo excepciones locales- y haciendo que partidos opositores participaran en ellas aun cuando las reglas fueran priistas. He ahí la clave de su frágil legitimidad política, estricta y limitadamente política. Por eso eran importantes actores como Vicente Lombardo Toledano y sus partidos comparsa: le daban imagen de apertura y pluralidad al sistema y de invencibilidad al PRI (parecía que derrotaba a todos en condiciones competitivas). Y por eso fue cruel el dilema que enfrentaron otros como el PAN: eran opositores verdaderos y críticos del PRI que lo deslegitimaban en la crítica pero lo legitimaban política y sistémicamente al participar en sus elecciones. Esto es lo que le importaba al PRI, no ganar bien, no que los votos fueran democráticamente legítimos, sino que la mayoría de los actores de oposición no actuaran por fuera de las reglas legales injustas ni de manera revolucionaria –la opción que tomó una parte de la izquierda, y no sólo por ideología.

Es el problema de la oposición leal bajo el autoritarismo. Es una oposición leal a la democracia, no al régimen autoritario, pero al ser inexistente una y real el otro la participación opositora legal es funcional al partido-gobierno al que se opone. Ésta es, además, una de las causas por las que fue tan difícil y tardado salir de la hegemonía priista. Quien crea que la situación opositora va a ser sencilla, en vez de tremendamente compleja y ardua, debe releer esas líneas y estudiar la historia opositora de México en el siglo XX.

En fin, Morena tuvo éxito destruyendo y controlando gran parte del poder judicial a través de una elección partidista y autoritaria por diseño y ejecución, pero también hay un fracaso desde la perspectiva democrática, y desde la propia perspectiva obradorista de sus 36 millones de votos de 2024: dos tercios de esos millones no votaron en la elección judicial de AMLO. ¿Dónde quedó el pueblo obradorista? ¿Cuál es en realidad? Puede ser que esos dos tercios no se opongan de ninguna manera a la reforma judicial pero su abstención en la elección judicial significa que realmente tampoco la respaldan, o que ni la querían ni les importa. Es un enorme fracaso del partido gobernante y de AMLO y Sheinbaum. Tienen menos apoyo social del que parece, su auténtica base es menor a la de la leyenda, y quienes sí les dan apoyo activo en todo y para todo están fanatizados, no son mexicanos promedio. Pero tienen cada vez más control electoral… De ahí la importancia creciente que irán cobrando el ejército –¡aún  más!- y la estrategia que adopten los partidos de oposición. Es el dilema que viene. ¿Leales al sistema, semileales o desleales? El sistema ya no es plenamente constitucional, ya no es una democracia, no representa un Estado de Derecho, es un autoritarismo casi terminado y que luego irá por su consolidación. ¿Serán, los partidos opositores, críticos pero leales, deslegitimadores en el lenguaje pero no en la política? O, independientemente de lo discursivo, ¿serán en parte deslegitimadores y en parte legitimadores? ¿O habrá partidos y políticos que se atrevan a romper con el sistema? Improbable, por decir lo menos. Lo que es cierto es que hay gente que actúa en la esfera pública que no ha dimensionado lo que tenemos enfrente. Dilemas crueles, para muchos.

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