marzo 9, 2025

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Vladimir Putin va a ganar, por quinta vez, las elecciones presidenciales rusas y nadie duda de este resultado porque las elecciones “a la rusa” han sido una farsa durante ya muchos años. La única incógnita será el porcentaje de votación a favor del actual presidente, el cual, sin duda, será de al menos un 70 por ciento. Los únicos rivales permitidos por las autoridades electorales (totalmente sometidas al Kremlin) respaldan, en gran medida tanto la plataforma como el liderazgo de Putin. Entre ellos se encuentran el envejecido Nikolai Kharitonov, del Partido Comunista, y Leonid Slutsky, el candidato radical del mal llamado Partido Liberal Democrático (en realidad, una formación ultranacionalista). Quizás el candidato más “liberal” en la boleta es Vladislav Davankov, quien ha pedido conversaciones de paz en Ucrania “pero en nuestros términos, y sin retrocesos”. De hecho, para las elecciones de este año las condiciones para poder postularse a la presidencia fueron aún más restrictivas. Aspirantes demasiado populares o críticos fueron descalificados de antemano. Fue el caso, por ejemplo, a la periodista de televisión Yekatarina Duntsova, y del activista Boris Nadezhdin, quienes planeaban postularse con sendas plataformas antiguerra.

Aunque, a fin de cuentas, la pantomima en torno a quién se presenta a las elecciones rusas realmente no importa. Ha habido amplia evidencia de fraude electoral sistémico en Rusia por lo menos desde la llegada de Putin al poder. En las elecciones presidenciales de 2018 miles de urnas registraron cifras de participación sospechosamente altas del 85, 90 y hasta 95 por ciento (el promedio de participación nacional fue del 67 por ciento). Este fenómeno estuvo particularmente presente en distritos rurales.  Alrededor de 1.5 millones de votos (alrededor del 2 por ciento del total) aparecieron “mágicamente” durante los escrutinios, lo cual provocó las protestas de los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, quienes, por cierto, ya no fueron invitados para los comicios de este año. Además, Putin cuenta con el control de los principales medios de información. La sociedad rusa vive en una burbuja informativa la cual divide el mundo entre rusos auténticos y conspiradores contra la patria, Es decir, toda la diversidad de Rusia se constriñe para la dictadura en solo dos grupos: quienes apoyan al régimen (ya sea con un silencio indiferente o con gritos estridentes) y la de los traidores, es decir, toda la oposición. 

Casi todos los analistas de los avatares rusos pronostican un recrudecimiento aun mayor de la tiranía putiniana una vez ratificado su falaz triunfo en las urnas. Aunque no es necesario esperar tanto. En lo que va de año perdió la vida bajo oscuras circunstancias en una prisión aislada del ártico el disidente Alexei Navalni, ha sido encarcelado el veterano activista de derechos humanos Oleg Orlov acusado de “desacreditar a los militares”, se emitió una orden de arresto contra el escritor ruso exiliado Boris Akunin por ser un “agente extranjero” y se ha calificado al excampeón mundial de ajedrez exiliado Garry Kasparov de “extremista y terrorista”. Por cierto, el ajedrecista había posteado en su cuenta de X ese mismo día: “Cada debilidad mostrada por Occidente es una invitación a Putin a ser aún más agresivo.” Los esbirros de Putin siguen persiguiendo opositores más allá de las fronteras. Esta misma semana un destacado colaborador de Navalny, Leonid Volkov, fue hospitalizado en Lituania después de ser rociado en la cara con gas lacrimógeno y golpeado repetidamente con un martillo. Y ante los difíciles tiempos que encara Rusia, los cuales parecen destinados a empeorar, las demandas de Putin de lealtad absoluta a su entorno y a la clase política seguramente aumentarán. Cada crisis y cada revés sólo servirán para profundizar la determinación despótica de alimentar sus delirios de grandeza. 

En vísperas de las elecciones Putin advirtió, una vez más, de que Rusia está preparada para una guerra nuclear. También ha anunciado el despliegue de tropas en la frontera con Finlandia. En los tres países bálticos (las únicas antiguas repúblicas soviéticas integradas tato en la Unión Europea como en la OTAN) crece el temor a una agresión directa del Kremlin. En un artículo reciente publicado alalimón por Michael Kimmage y Maria Lipman en Foreign Affairs se comenta como uno de los objetivos de Putin en estas elecciones es “privar a la mayoría de los rusos de la capacidad de imaginar un futuro sin él”. Así, las perspectivas para su próximo mandato, o incluso dos mandatos hasta 2036, parecen claras: una guerra eterna, una sociedad cada vez más militarizada y una economía dominada por el gasto estatal y militar. En un discurso pronunciado ante la Duma el mes pasado, Putin anunció una iniciativa llamada “Tiempo de Héroes” claramente dirigido contra lo que queda en Rusia de la élite liberal e intelectual, usada por el belicoso presidente de haberse “deshonrado a sí misma con su falta de patriotismo”. Incluso algunos miembros de alto rango cercanos al Kremlin ahora encuentran que sus posiciones ya no son seguras. 

Algunos opinan que en Rusia se viene una especie de “revolución cultural” a la maoísta diseñada para transformar radicalmente la vida pública y el espíritu de la sociedad rusa. Quizá esto sea una exageración, pero lo que sí es cada día más patente es la militarización del país. Aunque en un determinado momento la invasión a Ucrania parecía que iba a terminar en una completa humillación para el ejército ruso, la situación en el frente se ha estabilizado y ahora Putin está listo para un largo conflicto. El tirano se ha atrincherado y no detendrá la guerra, menos ahora que el apoyo de Occidente a Kiev flaquea. Rusia está dedicando aproximadamente el 7.5 por ciento de su PIB al gasto militar, la proporción más alta desde la Guerra Fría. Lo más seguro es que los niveles de gasto solo continuarían aumentando. Y una guerra prolongada facilitará al régimen incrementar la represión y establecer en la sociedad un nuevo sistema donde dominen valores públicos crueles y arcaicos.

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