La cineasta Agnieszka Holland (1948, Varsovia, Polonia) recibió la Medalla Cineteca Nacional el martes 27 de mayo de 2025. Acompañó a la premiación un ciclo de poco menos de la mitad de sus películas y la publicación del libro Agnieszka Holland: el humano en conflicto de la autoría de la crítica cinematográfica Magaly Olivera (como parte de la serie de breves volúmenes que desde el año pasado publica la Cineteca al lado de ciclos de directores que proyecta). Holland pasó unos días en la Ciudad de México que culminaron con una charla que enlazó virtualmente a públicos de varios países latinoamericanos con la gente que estaba en una sala de la Cineteca. En la oscuridad (2011), parte del ciclo, se basa en la experiencia de judíos que para escapar de la muerte hacia el final de la Segunda Guerra Mundial pasaron 14 meses en el drenaje de Leópolis. La cinta es representativa de cualidades y limitaciones de la filmografía de la directora. La Medalla Cineteca Nacional a Holland refrenda que la distinción se ha otorgado más a notables profesionales que a genuinos artistas del cine.

En la oscuridad es uno de innumerables largometrajes sobre el abuso en contra y el exterminio de judíos a manos de los nazis y sus múltiples cómplices. El protagonista polaco tiene pocas características de héroes tradicionales: es un trabajador del drenaje de la ciudad de Leópolis —polaca antes de la Guerra, ucraniana durante parte de ella y hasta el presente— quien pasa de saqueador a establecer una relación de conveniencia con un grupo de judíos —recibiendo dinero de ellos para llevarles provisiones y tomar una comisión— y quien termina ayudándolos sin retribución inmediata. Por sus acciones, el personaje real Leopoldo Socha y su esposa Magdalena fueron condecorados como Justos entre las Naciones por el gobierno de Israel. En lo anecdótico, algunos judíos se esfuerzan por escapar del gueto. El encuentro con Leopoldo los lleva a guarecerse en los túneles del drenaje, en obvias condiciones de dificultad.

La circunstancia se presta, cinematográficamente, al juego con la oscuridad. En ella, por ejemplo, los espectadores pueden suponer agua por efecto del sonido, sin necesidad de que la haya ni de que sea vista. Es favorable, también, a elementos efectistas como la presencia de ratas, el vómito incontrolable y el andar entre mojones flotantes. En la oscuridad los personajes pueden aparecer y desaparecer y el relato da cuenta de la lucha por la vida de diversos humanos, lo mismo niños que ancianos, ortodoxos que secularizados. Que vuelvan a la superficie después de pasar meses viviendo en el subsuelo urbano quizá sea interpretable como metáfora de que reemerger a la luz, si no es posible, cuando menos es ideal que ayuda a soportar la vida.
Los méritos técnicos y compositivos de Holland y su equipo no son pocos. La fotografía —con frecuente carácter pictórico— es de belleza convencional, apreciada y hasta elogiada por el gran público (incluyendo incautos que quizá se identifiquen como cinéfilos). En En la oscuridad múltiples escenas tienen densidad entrañable pues, por ejemplo, combinan con acierto narrativo —el permanente paradigma de Holland— la cámara fija con la cámara en abrupta movilidad, el enfoque con la difuminación. Pero se trata de una especie de lindura que, en rigor, equivale al aprecio que provocan los productos de tiendas departamentales o incluso sus meras envolturas: no ha de confundirse con valor fundamental o cinemático. La puesta en escena es trabajo notable y, quizá, de rigor histórico. Como ya he anotado, la oscuridad del sistema de desagüe se presta a elaboraciones pues se combinan en ello momentos probablemente rodados en estudio, con algunos cortes a locaciones o escenarios muy elaborados. Incluso la selección de reparto es competente en cuanto a la apariencia de sus actores y lo que el gran público aprecia: en la inmundicia uno queda encantado ante la apostura de hombres y mujeres en las peores circunstancias. Rasgos como estos indican que Holland es una profesional de la producción audiovisual —sabe aprovechar hasta el embotamiento del sonido bajo del agua— y hábil integradora de talentos, por eso no sorprende que fuera llamada a dirigir episodios de la serie House of Cards.

Que En la oscuridad —análogamente a lo que pasa en otras películas de Holland— represente la rapiña en el gueto de Leópolis, haga alusión a recompensas por entregar judíos a los alemanes y el colaboracionismo de ucranianos con el exterminio puede llevar a la fácil confusión de identificar denuncia con política, pero la acusación requiere de bastante más sustancia para ser acto significativo. El conflicto entre identificaciones nacionales acaso se sintetice al inicio de la cinta en lo que espeta el protagonista —paradójico hombre interesado y generoso— a una joven polaca que está en una relación con un muchacho alemán: “¡Consíguete un polaco para coger!”. Hecho que encuentra su espejo cuando un judío afirma: “Nunca confíes en un polaco”. Sin embargo, el extremo reside en los sucesos del gueto y el alcantarillado: desde el connatural comercio —y la afortunada imposibilidad de desaparición del erotismo— hasta la tortura innecesaria de algún ortodoxo. De la vida extrema también hay otro testimonio: se dice que a todo se acostumbra uno —menos a no comer— y de ello rinde cuenta una niña que mueve con su mano una rata que entorpece sus tareas. Acaso lo más político sea la revelación de cómo lo social incide en la creación de quiénes somos: cuando el líder judío agota su dinero para provisiones se lo comunica a Leopoldo, quien le pasa un fajo de billetes y le dice: “Págueme frente a los otros. No quiero que piensen que soy un imbécil que hace esto por nada”. De raterillo a inesperado solidario.

Cuando la narrativa y su drama ocupan la atención del público hay degradación de las posibilidades cinemáticas. Esto ocurre en la obra de Holland y En la oscuridad se acrecienta con elementos como una incursión en un campo de concentración, el nacimiento de un bebé en las cloacas o su inundación por lluvia. Por eso es indispensable el contraste con filmes como Un perro andaluz, pues —más allá de cuestionables lecturas sobre el sentido de alguna trama— cada uno de sus cuadros busca cumplirse como cine. En contraste, en En la oscuridad Holland se distrae con asuntos sociales y de subordinación al público que pueden o no ser importantes y cuando lo son, resultan ajenos al cine o propios de funciones menores del cine; con todo y que reiteradamente sus emplazamientos y movimientos de cámara sean de notable plasticidad. Esto no significa que la cineasta aborde sólo pamplinas, por eso su obra confunde. A veces Holland linda con la materia propia del arte, como la ruptura de la civilización en el hacinamiento del gueto, cuando un hombre fornica con su amante a ojos de su hija adolescente y su esposa. Esto ocurre, asimismo, en el marco de una de las mayores transgresiones: el nazismo y su política de exclusión y exterminio. Aun así, la directora sabe colocar risas en medio de la desgracia, pero se detiene ante límites que ella misma establece, no sólo por razones de fidelidad histórica. Si debido a su profesionalismo Holland no se entrega a ella, de cualquier manera, la oscuridad despierta la imaginación.