Inmenso es el dilema de los príncipes herederos de reyes o emperadores magníficos enfrentados al desafío de no ser menos que sus padres. Algunos hijos y nietos de estupendos monarcas han estado a la altura del reto o incluso lo han superado (Alejandro Magno, hijo de Filipo el Grande, es el caso más emblemático), pero muchos otros se han quedado cortos. Felipe III en España, sucesor de dos grandes personajes (Carlos V y Felipe II), prefirió dejar el poder en sus ministros y condenó a los Austrias a la decadencia; al filósofo Marco Aurelio lo relevó el payaso Cómodo; a Enrique II le siguió el inepto Ricardo Corazón de León y después el infame hermano de éste, Juan sin Tierra; al guerrero Enrique V, vencedor en Agincourt, el débil Enrique VI; y con Luis X, apodado como “el obstinado” por obtuso y tonto, comenzó la ruina de Francia a pesar de sus ilustres antecesores.
Si olvidamos a los grandes gobernantes y pisamos terrenos más sórdidos vemos que algo irónicamente análogo ha pasado con los tiranos. Muy pocos hijos de dictadores han podido alcanzar en crueldad y vesania, pero también en habilidad política, a sus siniestros progenitores. “Baby Doc” Duvalier no pudo con la tarea de perpetuar el imperio de locura y vudú de “Papá”, Ramfis Trujillo se acobardó, Tachito Somoza huyó beodo y gimoteante de Nicaragua y muchos mozalbetes que parecían destinados a suceder a sus padres en el execrable solio del despotismo de plano nunca dieron señas de servir para algo más que las francachelas y el despilfarro: Nicu Ceaucescu, Uday Hussein, Teodorín Obiang, etc.
Kim Jong Un soporta sobre sus hombros esta responsabilidad de ser un “digno” heredero de sus antecesores. El abuelito Kim Il Sung, fundador de la dinastía, fue convertido en un “Dios entre los Hombres” y calificado como “Estadista Extraordinario”, “Guía Genial” e “Incomparable Ideólogo y Teórico” por un descomunal culto a la personalidad. El padre, el “Querido Líder” Kim Jong Il, fue objeto también de una descabellada deificación, aunque con características más artísticas y mundanas. Además de “Genio Portentoso”, “Estratega Invencible” y cosas como esas, Kim II fue escritor de las mejores óperas de la historia, autor de unos mil quinientos libros, insigne director de cine y un fenomenal golfista. Eso sí, ambos combinaron el culto a sus amables personitas con una férrea opresión hacia el interior de Corea y una actitud aparentemente absurda e impredecible hacia el exterior que los convirtió en auténticos “perros locos” de quienes cualquier vesania podía esperarse. Una estrategia que, lejos de irracional, mucho les sirvió para consolidarse en el poder.
En 2010 la salud de papá Kim decae de forma acelerada. El tema de la sucesión se adelanta inesperadamente. Ya había decidido el Querido Líder que uno de sus vástagos debía relevarlo, pero ¿cuál de todos? Kim Jong Il tuvo en el transcurso de su disparatada vida tres esposas y, por lo menos, seis hijos. Su primera esposa dio a luz a un niño, Kim Jong Nam. La segunda tuvo dos partos, ningún varón. La tercera tuvo dos muchachos y una hija. El concebido en el primer matrimonio era considerado el heredero, pero en 2001 fue descubierto en un lance insensato. Quien estaba destinado a reinar sobre uno de los últimos sistemas comunistas del orbe perdió el poder al tratar de visitar con su familia el parque temático de Disney en Tokio. Quizá no pudo con la carga psicológico que, para muchos, implica la primogenitura. Síndrome de Esaú, podría ser. Fue desterrado a Macao para supervisar algunos negocios familiares en esa Meca del juego y el narcotráfico. A veces, este desheredado se aventuraba a hacer alguna crítica al régimen de su medio hermano. Hacerlo fue un error letal. Por su parte, mucho se ha dicho que el segundo hijo varón, Kim Jong Chol, amante de la música pop y de las modas hípster, fue excluido de la sucesión por su aparente “afeminamiento”.
Ah, pero Kim Jong Un, el más pequeño de los tres (como la canción de los cochinitos), desde niño demostró tener aptitudes de mando, al grado que el papá se decidió por él. Le gustaba al dictador que el escuincle fuese obstinado, berrinchudo y arrogante. Cuando cumplió ocho años, papi le regaló un uniforme de general. El muchachito lo adoraba, enfundado en él no se cansaba de gritonearle a todo el mundo órdenes e invectivas, generales del ejército y ministros del gabinete incluidos. Decidió entonces el Querido Líder que su retoño aprendiera idiomas y conociera las realidades del atroz capitalismo. Dispuso, por tanto, su inscripción en un colegio en Suiza. No destacó demasiado en la escuela, cierto, pero tampoco llamó la atención por gamberro, como sucedía con otros hijos de dictadores. Regresó en 2006 a Pyongyang para estudiar el inmortal pensamiento Suche, fruto del genio ideológico de su abuelo, en la Universidad Kim Il Sung, y tras recibirse fue nombrado de manera expedita jefe de las fuerzas armadas.
Las complicaciones llegaron cuando el Querido Líder falleció en 2011 y Kim III debió improvisarse como nuevo líder y máxima deidad cuando ni siquiera había cumplido los treinta años. Muchos creyeron entonces que su permanencia en el poder era inestable y destinada a ser efímera. En occidente lo veían como un junior regordete y mimado sin voluntad de liderazgo. También era menospreciado en los círculos oficiales chinos. Pero aquí es cuando sacan la casta de tirano. Así como varios zares de Rusia (Iván el Terrible, Pedro El Grande, Catalina) y tantos otros monarcas que llegaron al trono quizá demasiado jóvenes y rodeados de intrigas, Kim sacó la conclusión de que la única manera de sobrevivir en el poder en los sistemas totalitarios es a base de implacables purgas y de ejercer un terror sin piedad. Se encontraba rodeado de líderes militares experimentados y funcionarios del partido, siendo el más peligroso e influyente su propio tío, Jang Song-thaek. Tras dos años de gobierno, Kim embistió sin miramientos contra su tío y lo humilló públicamente al ordenar su arresto durante una reunión pública y televisada. Jang fue ejecutado bajo cargos que incluían conspiración para asesinar al líder, pero también cosas como aplaudirle “con muy poco entusiasmo” cuando entraba en los eventos oficiales. La depuración consiguiente tocó a todos quienes eran considerados leales a Jang. Como algunos otros sátrapas, quiso Kim III ser algo extravagante en el terror, como para asustar más. Ordenó utilizar baterías antiaéreas en la ejecución de muchos de sus enemigos. Así sucedió, por ejemplo, con su ministro de Defensa, Hyong Yong Chol. Y es cierto que desde hace mucho en Corea del Norte se ejecuta por las razonas más nimias, crímenes tales como hablar por teléfono al extranjero, adquirir productos “capitalistas”, poseer pornografía y largo etc., pero Kim añadió a la lista cosas aún más insólitas. Por ejemplo, algún funcionario desvelado cabeceó un par de veces durante uno de los discursos del joven tirano. El dormilón pago su inoportuna somnolencia con la vida.
Fundamental para los déspotas es saber inspirar pánico, dar la impresión de ser capaces de las más extremas crueldades si es necesario. Por eso el nuevo Kim ha ordenado que a las ejecuciones asistan los miembros de la élite gobernante como testigos. Se calcula que en total se ha ejecutado a más de 140 oficiales de alto rango desde que este jovencito asumió el poder. La cereza en este pastel del terror ha sido el espectacular -casi cinematográfico- asesinato de su medio hermano, el criticoncito Kim Jong Nam, envenenado con el agente neurotóxico VX por gentes norcoreanos en el aeropuerto internacional de Kuala Lumpur a plena luz del día. Joven, sí, pero a estas alturas nadie puede negar que Kim Jong Un ha actuado con rapidez, astucia y extrema crueldad. Pocos esperaban que alguien tan inexperto y aparentemente frívolo fuera tan hábil para administrar una dictadura.
Ya con el camino allanado, se procedió a edificar el imprescindible culto a la persona del nuevo Kim, todo un reto en vista de lo colosales que lo han sido los erigidos en loor de abuelo y papá. Cierto es que se empezó de forma discreta. Al principio se le calificaba como “Brillante Camarada” y se hablaba de sus grandes dotes de tirador, de su genio incomparable para las matemáticas y de que era un ideólogo excelente y precoz capaz, ni más ni menos, de escribir a los 16 años un artículo analítico sobre el liderazgo de su abuelo durante la guerra de Corea. Bonito todo ello, sí, pero todavía muy lejos de la prosopopeya acostumbrada en este infortunado país en lo que concierne a la adulación de sus líderes. Pero a partir de las purgas y su consiguiente consolidación en el poder el culto a Kim III se ha incrementado de manera prodigiosa y va en curso de igualar al de los antecesores. Ya se dice de él que es un dirigente todopoderoso, genial e invencible. Se ha publicado y se distribuye masivamente un manual titulado “Actividades revolucionarias de Kim Jong Un”, donde se asegura que aprendió a conducir cuando tenía tres años, ganó una carrera de yates a los nueve y a los diez demostraba increíbles conocimientos científicos y humanistas. Se incluye en el texto una recopilación de las principales citas geniales del mandamás y las órdenes y directivas transmitidas al ejército y a los ministros. Obviamente, el estudio a fondo del manual es a partir de 2017 parte del curso obligatorio que deben seguir todos los funcionarios del Estado para poder ejercer sus funciones. Será un total de 81 horas lectivas sobre el pensamiento de Kim Jong Un, adicionales a las más de 300 que desde hace ya tiempo están dedicadas al estudio de la vida y obra del abuelo y el padre.
Asimismo, el Partido ordenó efectuar una “campaña de lealtad al respetado líder Kim Jung Un” con una duración de 70 días. Se trataba, sobre todo, de poner a los jóvenes del país a crear obras artísticas (poemas, obras de teatro, pinturas, etc.) dedicadas a glorificar la historia revolucionaria y los logros del nuevo dirigente. Se presentaron más de tres mil obas realizadas por jóvenes y estudiantes de todo el país. Mucho destacaron la obra teatral titulada “Somos los Héroes Jóvenes de un País Poderoso”, que describe al líder como poseedor de “un gran honor y la confianza profunda del pueblo”. También mucho gustó “Recipiente de Sangre”, en la cual se exhibe mostraba el deseo sublime del líder para construir un país invencible y próspero. También abundaron las poesías épicas que ensalzaban tanto a Kim III como a su padre y abuelo.
Pero el nuevo Kim conserva un estilo personal en lo concerniente a la forma como le gusta ser adorado. Prefiere cultivar una imagen algo relajada de hombre de pueblo capaz de abrazar a sus soldados, visitar trabajadores en sus casas y arrullar bebés en las guarderías. Al contario de sus antecesores, a veces se deja ver acompañado de su esposa, Ri Sol-ju, una ex cantante que ama vestirse a la moda. También está ese maravilloso corte de pelo “al hongo” que, se dice, busca imitar un tanto el estilo del abuelito Kim Il Sung. Pero, sobre todo, Kim Jong Un es un tirano sonriente. Siempre anda por aquí y por allá paseando muy orondo su regordeta figura con una sonrisa de oreja a oreja, algo bastante inusual en los dictadores de todos los tiempos, sobre todo en los que tienen aspiraciones de ser dioses, quienes tratan en todo momento de proyectar el hieratismo y la sobriedad que, según ellos, debe caracterizar al hombre de Estado.
Este gordito sonriente, chabacano y brutal se ha vuelto uno de los referentes más destacados del orbe, incluso más de lo que fueron sus ancestros, y eso se lo debe a la torpeza diplomática de Donald Trump, quien con las tres reuniones cumbre que sostuvo con él le dio una relevancia y reconocimiento que, desde luego, no merecería en un planeta supuestamente civilizado. Ahora, ya sin Trump en la casa Blanca. Kim ha vuelto a las andadas de “perro rabioso”. La semana pasada Corea del Norte disparó dos misiles balísticos al Mar de Japón. Ahora la pregunta es hasta dónde está dispuesto a ir Kim Jong-un para que Biden le preste atención.