La manifestación de mujeres en defensa de mujeres del 16 de agosto ha destapado el cúmulo de errores y desatinos de la política del gobierno actual, que no ha querido o no sabido corregir los descuidos de gobiernos anteriores.
El gobierno de la 4-T ha expresado su desconsideración a las causas de las mujeres a través de un discurso que va de lo ambiguo a la misoginia cínica. Sobre todo, se advierte en los sesgos del ejercicio del presupuesto público. La cancelación –bajo el pretexto de la austeridad republicana– del programa denominado Proequidad, significó un acto de “violencia institucional contra las mujeres mexicanas”, según lo calificó la diputada de Morena, Lorena Villavicencio. Conviene recordar que ese programa tenía como propósito central “erradicar toda forma de discriminación hacia ellas, cerrar brechas de desigualdad entre mujeres y hombres, así como acelerar el avance hacia la igualdad de género”. El partido Morena lo desaparece al tiempo que en los spots de radio nos repiten que la Cámara de Diputados es “la legislatura de la paridad de género”.
Aún no se ha visto con claridad que la austeridad que practica el gobierno por medio de recortes brutales, es una política contra las mujeres (aunque no solo contra ellas). En tan solo seis meses se hicieron a los presupuestos federales recortes que han llevado al desempleo a más de medio millón de personas, muchas de ellas son mujeres (no tenemos un censo al respecto); o bien son hombres jefes de familia que enfrentan ahora situaciones económicas difíciles, afectando a las mujeres de esas familias. Los recortes resbalan deprimiendo funciones, metas y funcionamiento de los sectores de la salud, la cultura, la investigación y el deporte. En todos estos laboran mujeres con preparación profesional que rebasa con mucho el 1% que exige el titular del Ejecutivo Federal para ser parte del gobierno. Por si quedaran dudas, uno de los organismos más debilitados con la austeridad es la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (Conavim), que a la administración federal le parece tan inútil como burocrática.
Otro de los golpes más fuertes fue la reducción al 50% del subsidio federal al programa de Estancias Infantiles para Apoyar a las Mujeres Trabajadoras. Aunque no se logre cuantificar por ahora, ese programa es parte de una campaña de prevención contra la violencia y por la igualdad de género. Pero el gobierno está empeñado en poner oídos sordos a las acciones que promueve la sociedad civil y cree que dando dinero a las personas individualmente evita la intermediación, que es un término que el gobierno sataniza porque lo asocia con la corrupción (y lo hace, como siempre, sin aportar ninguna prueba).
Las Unidades de Atención de la Violencia Intrafamiliar (UAVIF), una red de unidades para dar asistencia a las víctimas desde las áreas de trabajo social, psicología y asesoría jurídica, desapareció de la CDMX bajo el gobierno de Morena. No solo ha dejando sin protección a las mujeres sino que, al suprimirlas, el gobierno mandó una señal perfectamente equivocada. (En la administración de la doctora Sheinbaum únicamente se les cambió el nombre y se instalaron más, y de 16 pasaron a ser 27 centros llamados ahora LUNAS).
No entienden que no entienden
De varias maneras el Gobierno de la CDMX ha puesto las bases para impulsar la protesta de mujeres defendiendo mujeres. Más allá del hecho que se ha tomado como tópico de la justificada ira de las mujeres –es decir, la denuncia de una violación de una menor en Azcapotzalco por policías de la CDMX y la posterior filtración de sus datos personales (una evidente acción de intimidación y amenaza por parte de la autoridad policíaca)–, hay una serie de circunstancias que deben ponerse en la mesa de discusión para evaluar las acciones del gobierno y los efectos en la protesta de las mujeres. Ha sido el gobierno el primero en denostar a los cuerpos policíacos. La doctora Sheinbaum suprimió el Cuerpo de Granaderos, un símbolo sin duda del 68, pero que conlleva un mensaje equívoco de la administración, insinuando manejos represivos en el seno de la policía. El gobierno de la República, por su parte, se encaminó a la diatriba contra los policías federales indicando que vivían en un nido de corrupción. En otras palabras, el gobierno injuriando al gobierno, en lugar de iniciar acciones legales contra quienes traicionaron el uniforme. (No hay evidencias de que eso vaya a ocurrir. La ley se aplica ahora con eficacia solo a los opositores.)
El “No caeremos en provocaciones” fue una respuesta precipitada del gobierno de la CDMX a la manifestación del 12 de agosto, cuyo lema fue “No nos cuidan, nos violan”. Precisamente, este lema encierra una posición que tiene varias lecturas. En primer lugar, las manifestantes se reconocen como ciudadanas y no como súbditas, lo cual entraña no solo un cambio semántico sino un cambio político-antropológico. En segundo lugar, en su carácter ciudadano, saben que pueden exigir a la autoridad que cumpla con la ley y proteger la integridad física y emocional de las mujeres que, durante décadas, se ha visto despreciada, ninguneada, invisibilizada por la autoridad. En tercer lugar, es la constatación inconfundible de que viven constantemente en riesgo y amenaza, sin que nada ni nadie pueda paliar ese sentimiento de inseguridad.
“Nos violan”, como frase consecuente, es el sintagma con el cual se acusa a los integrantes de los cuerpos policíacos no solo del delito de violación estrictamente, sino también de violar la intimidad de sus cuerpos, la intimidad de su tranquilidad, la intimidad de su dignidad. O sea, la autoridad incumple y por eso resulta responsable, quiera o no, lo acepte o no, de la violencia contra las mujeres, en todos los órdenes; una la autoridad también omisa en la investigación seria y justa de los feminicidios, ese delito tipificado penalmente pero poco o nada resuelto en la CDMX y en el resto del país. (Aquí no hay colores políticos, pero carga mayor obligación el gobierno federal y su partido.)
Frente a todo ello, las mujeres en la manifestación del 16 de agosto se volcaron con sentimientos y actitudes que reaccionan con firmeza ante el peligro o las situaciones difíciles. Tuvieron la decisión, el atrevimiento, el arrojo de tomar las calles. ¿Excesos? Quizás, a juicio de unos. Lo cierto es que hubo un determinado autocontrol no visto en otras manifestaciones impetuosas: no se agredió a persona alguna, ni se encaró con violencia a las y los policías, ni se dañó propiedad privada.
Las mujeres tienen miedo, pero lo superaron mediante la experiencia vital del acompañamiento masivo. Eso marcó un antes y un después para ellas y para todos nosotros. Es ya un hecho histórico. Se puede mantener el esfuerzo, resistir, aguantar, y no es opción claudicar, renunciar, flaquear, porque la violencia en su contra sigue ahí y no se va a acabar sino con un cambio educativo que hoy nos parece una utopía. Ese es el fondo de las manifestaciones: el sueño de vivir en un México mejor.
Del otro lado, la autoridad tiene miedo, pero para esta el miedo es a las palabras del otro, de las otras; miedo a los compromisos efectivos; miedo a corregir el rumbo; miedo al vandalismo que no pueden juzgar; miedo a no tener más que un discurso añejo y sin resultados. Nadie quiere vivir con miedo, pero para ello se requiere otra disposición y otra política de parte del gobierno.
P.D. La frase “entender más, juzgar menos”, se la debo a Santiago Genovés (1923-2013), quien me explicó las raíces de la violencia y sus medios de posible solución.