Suele suceder que asuntos de primera importancia por momentos desaparecen del imaginario colectivo. Mientras no entren en una definición plena, de alguna u otra manera siguen entre nosotros por más que no estén en las redes ni en los medios.
La migración es prueba de ello. Está entre nosotros y aunque el Gobierno trate de “vivir en paz” con su homólogo estadounidense, es evidente que tenemos un problema de gran envergadura.
The New York Times consignó el martes que el presidente Trump había contemplado dispararle en las piernas a los migrantes para frenarlos en su intento de cruzar hacia EU. Hasta ahora la información no ha sido desmentida, sin pasar por alto la confrontación que existe entre el diario y el mandatario.
A esto se suma otra declaración que da la impresión que se ha querido minimizar. Trump dijo que “usa” a México para frenar la migración. El Presidente mexicano optó por pasar de largo el tema, en tanto que en lo general en su Gobierno quedó la impresión de que intentaron meterlo en la nave del olvido.
Está a la vista que la relación bilateral está determinada más por lo que quiere e impone Trump que por la búsqueda de equilibrios necesarios, en los cuales el Gobierno mexicano debería ser decidido y determinante.
No se pasa por alto lo que significa una relación con el país más influyente del planeta, a lo que se suma la presidencia de un personaje con las características de Trump. Es de suyo difícil, pero es evidente que bajo las actuales condiciones es todavía más complicado.
A lo largo de muchos años esto ha sido una constante. Sin embargo, se han dado pasajes en la historia en que los gobiernos han dado la cara a sabiendas de las consecuencias que puede traer. No es sólo un tema que tenga que ver con nuestra dignidad como nación, también está de por medio la imperiosa necesidad de forzar hasta dónde es posible la búsqueda de equilibrios en la relación bilateral.
La ola migrante le ha dado matices a la relación porque no es el único tema sensible en este momento, la aprobación del T-MEC está convirtiéndose en un problema cada vez más delicado por lo que puede significar la negativa del Congreso de EU y por las consecuencias que esto pude causar al interior del país.
Se entiende que hay que manejarse con pinzas, con tacto y con prudencia. La cuestión es hasta dónde se debe llegar, siendo que en la práctica se están dando condiciones diferentes del discurso oficial.
A querer o no, nos hemos ido convirtiendo en el llamado “tercer país seguro”. EU está regresando a los migrantes que solicitan asilo a nuestro país, mientras que sus autoridades deciden si procede o no el visto bueno.
El despotismo con el que se ha venido tratando a los migrantes en EU, no sólo a través del discurso de Trump, ha consolidado una corriente de opinión que se distingue por xenófoba, discriminatoria y racista.
Hace unos días nos decía Soledad Loaeza que encuentra que uno de los grandes problemas del Gobierno mexicano está siendo su relación con EU y en general con el mundo. Empieza a verse que no necesariamente la mejor política exterior termina por ser la interior.
Que Trump imagine que se le puede disparar en las piernas a los migrantes es un tema que por ningún motivo puede pasar por alto. No se puede seguir bajo una política de dejar pasar las cosas o vivir en la prudencia para evitar problemas con el vecino, los cuales de cualquier manera se van a tener.
Es importante preguntarnos cómo queremos que sea nuestra relación con EU. Vale hacerlo por los migrantes, por lo que se puede venir en las elecciones presidenciales, por el T-MEC, pero sobre todo por lo que queremos nosotros.
RESQUICIOS.
Lamentablemente terminó pasando ayer lo que se pronosticó. Los voluntarios del cinturón de paz fueron los primeros agredidos por los “anarcos” en medio del caos y, quiérase o no, de la impunidad. Nadie pide la represión y menos cuando se recuerde 68. Si lo de ayer se preveía la estrategia debió ser otra.
Este artículo fue publicado en La Razón el 3 de octubre de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.
Autor
Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.
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