No le está saliendo su jugadita a Putin en Ucrania. Su amenaza de invasión tenía, claramente, tres objetivos estratégicos: forjar una “esfera de influencia” (los rusos la laman, eufemísticamente, “zona de interés privilegiado”) que, en la medida de lo posible, refleje la del imperio ruso y o soviético, profundizar las fisuras político-económicas dentro de la Unión Europea, y abrir una brecha entre los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Sin embargo, hasta ahora solo ha logrado lo justo contrario. La respuesta de Europa ha sido de inusitada unidad e incluso la misión original de la OTAN de disuadir y contener la expansión rusa se ha revitalizado. Europa y Estados Unidos están más estrechamente comprometidos que en cualquier otro momento desde el final de la Guerra Fría. Le falló el cálculo al dictador ruso, quien consideró había llegado el momento propicio para intentar su lance al ver a Joe Biden más preocupado en la amenaza China y, supuestamente, otorgándole más importancia al Quad (la nueva alianza entre Estados Unidos con Japón India y Australia) que a la OTAN. También Putin sopesó la abrupta y mal gestionada salida de Estados Unidos de Afganistán y la preocupación, si no el pánico, que ello despertó entre los aliados de Washington. Súmese a esto el Brexit, el arribo en Berlín de una nueva coalición de gobierno, Francia ocupada en su campaña electoral y al incompetente presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, desplazándose de forma imprudente hacia Occidente al renovar la solicitud de membresía de su país en la OTAN.
La mesa parecía servida para obligar al pobre Zelensky a sucumbir a la presión de Moscú sin tener que disparar un tiro. Pero no resultó así. Los movimientos de Putin fueron demasiado contundentes y descarados. Biden y sus diplomáticos, que habían dado pasos en falso en otros ámbitos, de repente se volvieron competentes. Sus esfuerzos han mantenido unida a la OTAN para oponerse a los movimientos de Moscú al amenazar con una acción firme en respuesta a cualquier eventual invasión del territorio ucraniano.
¿Qué hará Putin ahora? Invadir sería la parte fácil, pero el ejército ruso nunca ha sido muy bueno en el mantenimiento de las líneas de suministro. Eso sería un problema si tienen que ocupar un tramo de tierra ucraniana, especialmente en las ciudades, donde se encontrarían no solo con tropas regulares, sino también con combatientes de resistencia quienes podrían ser auxiliados con armas, logística e inteligencia por Estados Unidos y la OTAN. No sería como en otras ocasiones donde a Putin le bastó con movimientos militares cautelosos y limitados. La anexión de Crimea fue incruenta, en el este de Ucrania Rusia se ha limitado a ayudar a los separatistas rusos, la invasión de Georgia tomó menos de una semana y en Siria ayuda al régimen de Bashar al-Assad casi en su totalidad con poder aéreo. Si invadiera Ucrania sería la confrontación armada más grande y compleja en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y la renqueante economía rusa no da para tales aventuras. Además, si Estados Unidos impone nuevas sanciones económicas, incluida la prohibición a los principales bancos y oligarcas rusos a realizar transacciones en dólares, las élites podrían comenzar a gruñirle a su presidente.
Pero, por otro lado, Putin vive y sobrevive en el poder gracias a la exacerbación del nacionalismo. Como escribió el historiador y analista político Llibert Ferri “Putin no se entiende sin el agravio que supuso para millones de rusos el derrumbe de la URSS. Igual que no se puede comprender la aparición de Adolf Hitler sin la humillación que supuso para los alemanes las reparaciones de guerra impuestas en el Tratado de Versalles. Los rusos ven en él a un hombre dispuesto a recuperar la grandeza del imperio vencido, un hombre movido por un espíritu de venganza, una especie de “Stalin posmoderno”… y Stalin es una pulsión maligna de la vida rusa”. Putin sostiene el cuento de que Rusia está amenazada por occidente, peo eso es falso. La auténtica amenaza es Putin. Lo que en realidad le inquieta al tirano es que en Ucrania, eventualmente, florezca un régimen democrático más o menos plausible y que la tesis putiniana de que los valores democráticos no se sustentan en un país de cultura eslava se desmorone. Por ello se vale del viejo resentimiento histórico de Rusia frente a Occidente. El historiador Orlando Figes, autor de un magnífico libro sobre la Guerra de Crimea, escribió hace poco “Sus palabras (de Putin) remitían en gran parte a la retórica de los nacionalistas paneslavos del siglo XIX, cuya ideología antioccidental se basaba en el mito del “alma rusa” y sus “valores espirituales” como contrapunto al materialismo de Occidente. Ese antioccidentalismo se había visto reforzado por un profundo sentimiento de que Occidente había cometido una gran injusticia con Rusia durante la Guerra de Crimea (1853-1856). La alianza anglo-francesa de entonces contra Rusia, argumentaban de forma que hoy nos resultará familiar, había tenido como propósito —pese al pretexto de defender la “libertad” contra la agresión rusa— promover sus propios intereses imperiales, para lo que se aliaron con los turcos. Tras la derrota de Rusia en Crimea y la paz humillante impuesta por las potencias occidentales, los pensadores paneslavos empezaron a decir que Occidente era una amenaza existencial para la civilización ortodoxa rusa. “Europa”, afirmó Nikolai Danilevski en 1869, “no solo nos es ajena sino incluso hostil; sus intereses no pueden ser los mismos que los nuestros y, en la mayoría de los casos, serán los contrarios”.
Putin se empeña en promover su modelo de gobierno, ese amasijo de nacionalismo mesiánico, velado (o no tanto) autoritarismo, ofuscado antiliberalismo y repudio del multilateralismo. Por eso es admirado por populistas a izquierda y derecha por todo el mundo. El dictador ruso y sus émulos pretenden el retorno a un orden internacional fundado en naciones con soberanías irrestrictas, zonas de influencia para las grandes potencias y gobiernos iliberales. Este modelo en el caso de Rusia, potencia nuclear, es demencial sobre todo porque reposa en la voluntad de un solo hombre. Ni durante la Guerra Fría había tanto peligro. Los sucesores de Stalin tomaban en cuenta el contrapeso del Politburó y poseían una idea de coexistencia con el adversario. Putin es un megalómano dueño de un poder absoluto y dominado por delirios de grandeza, y la historia enseña adonde pueden desembocar este tipo de gobernantes.