Eutanasia, o “muerte asistida” es un tema tan viejo como la humanidad. Y hablar de eutanasia obligadamente remite a recordar al Dr. Jack Kevorkian; anatomopatólogo de profesión, además de músico, político y activista de la eutanasia en los Estados Unidos.
Nacido en 1928, Kevorkian, apodado por algunos como el “Dr. Muerte” ganó la atención internacional en 1990, cuando ayudó a morir a un paciente de Alzheimer de 54 años de edad. Para conseguir sus propósitos diseñó una “máquina de la misericordia”, misma que liberaba cantidades letales de medicamentos por vía intravenosa para ayudar a morir a los enfermos terminales con pronóstico fatal a un corto o mediano plazo.
Previsiblemente sus métodos no fueron bien vistos por toda la sociedad, libró una dura batalla contra las autoridades de Michigan y evitó ser encarcelado en cuatro ocasiones, pero finalmente, en 1999 fue sentenciado a una pena de 10 a 25 años de prisión por homicidio por haber ayudado a morir a una paciente con esclerosis lateral amiotrófica; fue indultado posteriormente por razones de salud en 2007.
Imposible permanecer neutral ante sus argumentos; la sociedad se dividió entre quienes lo apoyaban y aquellos que lo veían como la reencarnación de Satanás. Sus opiniones y acciones llevaron a la sociedad a proponer cambios. Los enfermos terminales o personas aquejadas por problemas irreversibles deberían contar con el derecho de solicitar suicidio asistido. Actualmente existen varios países donde la eutanasia o variedades de la misma ya son legales, Holanda fue el primer país del mundo en legalizar la eutanasia, en 2002. A partir de ahí, otros cuatro la legalizaron con regulaciones más o menos restrictivas; Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia, según datos de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD). Además, en otros tres (Suiza, algunos Estados de los EUA y el Estado de Victoria en Australia) se permite el suicidio asistido.
Los Estados Unidos son en realidad un país un país un tanto cuanto mojigato, donde existen millones de personas de alto nivel educativo que suponen que la Biblia es un documento científico. Para esas personas la muerte la decide Dios y no los humanos; por eso hay castigos para quienes se suicidan. No hay religión que tolere la muerte voluntaria y la sociedad no sabe cómo enfrentarla; se limita a rechazar el suicidio o a considerarlo un acto de cobardía.
Literalmente eutanasia significa “buena muerte”, pero quizá sea eso el único detalle en el que todos están de acuerdo. El tema es conflictivo y por su amplitud se presta para que cada persona exponga, con mayor o menor sustento, su personal opinión. El problema, como siempre, no es el sostener opiniones antagónicas, sino que el opinante sepa de qué está hablando
En México existe algo denominado “Voluntad anticipada” una especie de testamento donde la persona, ante notario, afirma que no desea medidas extremas para mantenerlo con vida en determinadas circunstancias. Desde el 7 de enero de 2008 la ley permite a personas con enfermedades terminales, o a sus parientes más cercanos si se encuentra inconsciente, rechazar medicación y tratamiento que pueda extender la vida (lo que se conoce como eutanasia pasiva) en Ciudad de México, en Aguascalientes y en Michoacán, a pesar de la fuerte presión en contra de la Iglesia del rito católico.
Temas tan complejos como este jamás se deben legislar “al vapor”. Deben integrarse grupos de trabajo con Médicos, Abogados y Psicólogos; pueden agregarse sociólogos, historiadores y algún otro representante de las áreas de Humanidades. Y, a riego de irritar a los fundamentalistas no veo la conveniencia de incluir en esta discusión a los sacerdotes y menos los del rito católico, ¿por qué?, muy sencillo, ellos deben obedecer y acatar una serie de dogmas, que para ellos son verdades absolutas no sujetas a discusión. Su posición es previsible y la posibilidad de acuerdos con ellos es inexistente.
Se trata de legislar para casos de pacientes terminales, con daños irreversibles, con dolores intratables mediante el arsenal terapéutico habitual. Pacientes que, con plena conciencia de su situación, debidamente informados de su padecimiento y enterados de sus nulas alternativas para un tratamiento útil, decidan que la vida que les queda, habitualmente semanas, ya no tiene ni va a tener una calidad aceptable para ellos.
Un paciente que está plenamente consciente de su situación, debe, a mi juicio, poder escoger, por humanidad, la posibilidad de acortar y terminar su agonía en el momento que él lo desee. Sostener lo contrario, exigir que se prolongue el sufrimiento por semanas, sin esperanza alguna, muestra una crueldad y un desprecio por la dignidad del paciente.
La vida no es una obligación. La medicina tiene límites. Las personas tienen dignidad, son autónomas y son libres. Al dignificar la muerte se dignifica la vida. De ahí que el suicidio asistido sea un derecho. Todo eso nos enseñó Kevorkian