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Quienes diseñan algunas de las estrategias negativas o “campañas sucias” que ocupan algunos de los candidatos presidenciales para denostar a sus contrincantes son, por decir lo menos, ridículas. Pongamos, por ejemplo, las bardas fotografiadas en Caracas, Venezuela, y reproducidas en las redes sociales, y en las cuales se ensalza, se aclama, a López Obrador. Se intentaría con ello, supongo, demostrar los vínculos políticos del tabasqueño con Maduro y con el gobierno venezolano. Otro ejemplo, más patético aún, el de presentar a AMLO como un político pro Rusia, y a Putin como el gobernante extranjero que se entromete en los asuntos de nuestro país. López Obrador no tiene alternativa más que retorcerse de risa al percatarse de que en esas tonterías se sintetizará la estrategia de medios que utilizarán algunos de sus contrincantes.

Pero lo mismo sucede con los estrategas de Morena, que, empeñados en restarle puntos a Anaya a como dé lugar, utilizan a sus militantes que laboran en diarios o en páginas informativas de la red para inventar otras historias, igualmente toscas y chuscas, por decir lo mínimo. Esto es lo que sucede con “el reportaje” de Álvaro Delgado dirigido en contra de Ricardo Anaya.

Con algunos datos se pueden construir, tergiversándolos o descontextualizándolos, las historias más irracionales, absurdas e inverosímiles.

Las fake news son el contenido que alimenta a los noticieros, a los periódicos y a las redes, y son, ahora también, una forma de hacer militancia. He visto a militantes de todas las facciones y partidos políticos levantar la mirada y sacar el pecho, orgullosos de su acción del día, es decir: haber logrado subir a los medios o a las redes una mentira; de exaltar un infundio, de construir una calumnia contra alguien que simpatiza con otro candidato o contra alguien que simplemente piensa de manera diferente.

Esto es desagradable, pero quizá lo más delicado es que convertirán a las campañas electorales en una guerra de fake news, de estiércol, pensando que quien logre lanzar la mayor cantidad podrá ganar la contienda.

Y no es que deba asustar a nadie, menos aun a quien se ha curtido esquivando o desprendiéndose del lodo, pero esta guerra de noticias sucias sí debería alertar a los hombres y mujeres que tienen altas responsabilidades políticas en el Estado o en la sociedad civil para lograr evitar que aumente el ya de por sí gigantesco descrédito que cargan la política y las elecciones.

Son muchos los elementos que han contribuido a este descrédito, incluidos los políticos, pero al país no le conviene que esto continúe, porque redundará en abstencionismo y, en consecuencia, en el aislamiento de quienes toman las decisiones fundamentales en el Estado. Eso sólo conduce a gobiernos menos eficaces y más autoritarios.


Este artículo fue publicado en El Excélsior el 6 de febrero de 2018, agradecemos a Jesús Ortega Martínez su autorización para publicarlo en nuestra página.

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