Permítanme contarles un 14 de febrero extemporáneo. Una fantasía literaria y nada más.
La conocí en la estación del tranvía en un centro comercial. Ojos azules y más alta que yo, lo cual no es particularmente raro de este lado del charco, aunque en realidad no soy tan bajito. Platicamos de política y conectamos inmediatamente a nivel emocional. Completamente opuestos en términos ideológicos. Dentro del gremio rara vez encuentro a una chica que comparta mi postura política, lo más frecuente son las comunistas, feministas y veganas.
Como suele ocurrirles a los chicos neoliberales como yo, inmediatamente me convertí en un bad boy ante unos ojos de ascendencia soviética y enamorados de la vieja Cuba. Después de caminar un par de calles, entramos a un establecimiento y terminamos escuchando música, interpretando arte y bebiendo alcohol. No me avergüenza compartirles que la conversación fue inadecuada. Le hablé al oído sobre las ventajas de la mano invisible del mercado y ella se presentó a favor de la socialización de los medios de reproducción.
En un mundo lleno de contradicciones, un par de días después me invitó a cocinar con ella y me presentó a sus amigas. Preparamos lasaña y me comprometí a hacerle un pozole para el 14 de febrero. La historia estuvo cerca de llegar a su fin mientras intercambiábamos mensajes de texto porque cometí la equivocación de enviarle un emoji inapropiado. Soy fan de la carita a la que le explota la cabeza como a un volcán, pero las chicas de hoy la encuentran demasiado creepy.
Me dijo con toda claridad que, si quería obtener su perdón, debía llevarle flores para nuestra cita del 14 de febrero. Siguiendo el arquetipo del bad boy, inmediatamente salí corriendo al supermercado y compré las mejores flores que encontré. Lamentablemente no era un ramo demasiado trabajado. Un dandi del siglo XIX se hubiera avergonzado de mi, pero el buqué resultó suficiente en este siglo en el que mostrar poco esfuerzo y desinterés “te hace ver más cool”.
Nos quedamos de ver en la biblioteca de la universidad y al término de sus deberes académicos nos dirigimos a preparar el pozole. Debo reconocer que me pesó un poco tenerla que esperar. Soy demasiado nerd por lo que mis responsabilidades rara vez me quitan el tiempo agendado para pasarla bien. La sub-comunicación irreverente requiere de una personalidad inquisitiva.
A pesar de tratarse de comida mexicana, ella cortaba los ingredientes con velocidad y precisión. Yo, por el contrario, no tenía mucho tiempo viviendo por mi cuenta, así que tardé un poco para prepararlo bien. Encendí un par de velas de té y puse un poco de música. Una vez servido el pozole, ella se lo terminó con esa misma velocidad característica. No estoy seguro de que lo haya disfrutado. El hecho es que estando fuera de casa no pruebo pozole tan seguido, por lo que procuré saborear cada bocado. Seguramente no le agradó tenerme que esperar, así que me disculpo con ella y con ustedes por terminar aquí la historia. Lo que pasó después, no puede ser contado por un caballero.