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jueves 07 noviembre 2024

La fotografía del cine: Al final bailamos

por Germán Martínez Martínez

Algunos, quizá pocos, creemos que hace falta ver decenas y decenas de películas para encontrar una en que se realicen las potencialidades del cine. En el mundo actual, con posibilidad amplísima de ver películas esto sería más fácil. Si en las últimas décadas del siglo XX la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional era momento cumbre para los cinéfilos hoy, se supone, sería diferente y la selección de cintas destacadas, proyectadas en un mismo sitio, sería una práctica obsoleta. Difiero.

A pesar de la pandemia, del 13 al 30 de noviembre se realiza la Muestra en la Cineteca y hasta la mitad de diciembre se exhibe también en algunas salas de Cinépolis, Cinemex, Cine Tonalá y La Casa del Cine. Quiero ser claro, no es que selección alguna de películas pueda ser infalible. Hay diferentes actitudes críticas ante el cine, por ejemplo, quienes encuentran algo elogiable en casi cualquier filme que no es de entretenimiento. A otros, eso no nos complace y entre ellos, a un número todavía más reducido, nos parece que hay que ver hasta encontrar. En el camino uno se topará algunas películas que, efectivamente, tengan algún elemento bello, sin que lleguen a la cabalidad del cine. En las Muestras nunca faltan cintas de este tipo, como Al final bailamos (2019), del director sueco Levan Akin, con una historia que se desarrolla en Georgia, país de sus ancestros.

Al final bailamos, película de la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional.

Buscar el cine, más que despreciar la mayor parte las producciones audiovisuales, es amar las posibilidades del arte cinematográfico. Por eso, cierta actitud crítica no puede encontrar en cualquier película los méritos que se conjugan en muy pocas. En Al final bailamos, estamos ante un argumento que se resuelve de una manera simplista: la sugerencia de abandono del lugar problemático. Quizá también pueda decirse que el reparto, principalmente el protagonista, está seleccionado de una manera que se ajusta de forma muy palpable a convenciones o, incluso, prejuicios. Pero hay un mérito que no es menor, sobre todo considerando el contexto internacional en que ocurre: la fotografía de Al final bailamos, a cargo de Lisabi Fridell, es de una elaboración constantemente justificada.

La fotografía en el cine es uno de los elementos que más confusiones provocan. Acaso sea pertinente referirme a ciertas “series” de televisión. Se dice que serían el nuevo medio para hacer cine y, de hecho, hay una cantidad significativa de directores, de todas las calidades, afanosamente queriendo hacer este tipo de productos audiovisuales. Algunas “series” tienen una producción muy cuidada, lo que significa, por ejemplo, que tienen una fotografía afectada. Vemos a personajes que entran a habitaciones que, a plena luz del día, tienen múltiples claroscuros, lámparas de mesa encendidas, con comportamientos que, contra la costumbre visual, los llevan a no encender la luz, como si gustaran de existir en ambientes que, podemos adivinar, tanto los directores de fotografía, como los directores y productores identifican como distintivos de la buena calidad visual. Se trata, en los mejores casos, de despliegues de virtuosismo fotográfico, pero de insensateces y fracasos artísticos; salvo que concibamos lo artístico como mera capacidad técnica.

Fotograma de Al final bailamos del director Levan Akin.

La mancuerna del director Akin y la cinefotógrafa Fridell, en cambio, ha creado en Al final bailamos, una obra en que permanentemente estamos antes iluminaciones artificiosas coloridos alterados tendientes al naranja; pero que siempre se justifican, que no son sólo un despliegue de capacidad técnica, sino que guardan coherencia tanto con las circunstancias de los personajes, como con las atmósferas de lo narrado. Un público acostumbrado a los claroscuros sacados de la manga probablemente no llegue a apreciar esto. Los directores de fotografía, maleados en la superstición de que logro técnico sería equivalente a belleza y significado, han acostumbrado a varios públicos a la confusión. El embrollo se sustenta en una red extendida, pues varios de esos cinefotógrafos suelen ser premiados, aquí y en China. Escapar a esta muletilla estética es un gran mérito de Fridell y Akin.

Difícilmente podría haber alguien más adverso a la afición común al futbol, lo predominante, y con el mayor respeto a los verdaderos apasionados de ese deporte, que son la excepción. Cualquier problema de mi analogía provendrá de mi desconocimiento del futbol. La confusión de la belleza de la fotografía puede explicarse de la siguiente manera. Un defensa que, en su propia mitad del terreno, comenzara a dominar el balón, haciendo vistosas suertes con él, al encontrarse, por alguna extraña casualidad a suficiente distancia para hacerlo sin temor, sería un payaso, no un jugador efectivo, ni buen miembro de un equipo. La fotografía en el cine no es bella por ser difícil técnicamente, ni siquiera cuando imita pinturas de ciertos periodos del arte. La belleza no es un cajón de sastre.

Fotograma de Al final bailamos.

Hubo hace años un jugador colombiano que fue un espectáculo internacional por arriesgarse en la cancha, hasta que terminó en la cárcel. Alguna vez habrá anotado gol, sin que fuera la norma. En el futbol el objetivo es claro. Cuando reprocho cuestiones como la obviedad del reparto en Al final bailamos, me refiero a algo que adivino también experimenta el apasionado del futbol. Quizá disfrute un gol que sea producto de una secuencia de errores de un equipo, bien aprovechados por el rival. ¿Cuánto más es el placer si, en vez de ser casi inevitable, el gol se produce por una coordinación única entre los jugadores, a pesar del empeño del equipo contrario y con alguna demostración de habilidad magistral de un delantero? El problema es que en el cine el gol no es tan claro. Hace falta vivir qué es el cine, no desde esquemas, sino en relación viva dispuesta a ver sus diferentes caras, sin dejarse llevar por muecas. Estoy seguro de que, por más difícil que sea encontrarlo, hay que buscar siempre el cine y que oportunidades como la Muestra de la Cineteca son propicias para ese afán, aun cuando uno se quede sin lo esperado.

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