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viernes 08 noviembre 2024

Gabriel García Márquez, las hormigas y las palabras

por Marco Levario Turcott

La primera vez que conversé con Gabriel García Márquez fue en 2002, cuando él tuvo la deferencia conmigo de hablar durante al menos un par de horas de los senos atónitos de Leona Cassiani que tanto impactaron a Julio Scherer García, la perseverancia de Florentino Ariza que no hubiera sido posible sin los amores furtivos y la vergüenza de Fermina Daza que solo a oscuras pudo disfrutar del paciente animal que la esperó durante tantos años. La última vez que vi al escritor fue en una terraza de Polanco donde la pasó todo el tiempo mirando el camino que transitaban las hormigas en los resquicios de la pared. Fue cuando pensé que tal vez Gabo las miraba como las pequeñas letras que se le estaban escapando de la memoria, irremediablemente.

Poco más de diez años después, leí “En agosto nos vemos”, su obra póstuma publicada por sus hijos. Es curiosa la semejanza que esto tiene con la decisión de Catherin Camus para publicar, en 1994, la última obra de su padre muerto en un accidente automovilístico en 1960.

Las diferencias entre ambos premios Nobel de literatura son notables. Uno consagró sus convicciones para defender el autoritarismo socialista y el otro dedicó parte de su vida a denostar ese autoritarismo tan en boga en su tiempo, que representó la Unión Soviética como símbolo de liberación planetaria.

No sé si deba aplaudir la decisión de Rodrigo y Gonzalo García Barcha, aunque la cortísima novela de su padre tiene pasajes disfrutables. Y es que el propio escritor dijo que el destino de ese esfuerzo debiera estar en la basura. No obstante, la historia de una mujer que, habiendo encontrado al amor de su vida, decidió buscarse cada año a un amante diferente, no deja de ser interesante y una continuidad entre los amores de viejos que perfiló Gabo en El amor en los tiempos del cólera y Memoria de mis putas tristes. Como sea, para los amantes del escritor colombiano, esta obra, aunque inconexa y con lagunas notables, es referencia obligada.

El primer hombre es, en cambio, una muestra soberbia de madurez literaria. El esbozo autobiográfico de un hombre apresurado e intenso, tanto que el manuscrito original carece de puntuación y fue hallado, vaya ironía, en el presuroso tránsito de un automóvil en el que se estrelló (semanas antes, el escritor argelino había dicho que la muerte en un accidente automovilístico era una de las cosas más absurdas de la vida).

Imagino a Gabo persiguiendo hormigas como hurgando en la memoria los ensambles que necesitaba para “En agosto nos vemos”, que ya había perfilado en un par de cuentos en 2004, y nada más por eso gocé otra vez de sus recursos literarios, incluso aunque resulten cursis. Les recomiendo que lo lean.

Del Primer Hombre, una obra que he revisado varias veces, me quedo con la asombrosa cualidad de Camus para construir escenarios, hacer verosímiles los dramas de la vida y exponer siempre a los hombres como si tuvieran alas y en su arbitrio la posibilidad de extenderlas. Camus escribió para ser libre y fue recompensado porque la literatura le amplío el horizonte de su vuelo. Y eso no es poca cosa porque sus creaciones lo llevaron a exhibir, sobre todo en su polémica con Sartre, la renuncia de los intelectuales a pensar en aras de lo que en los años 50 consideraron como la gestación del hombre nuevo. Un abandono que, infortunadamente, también operó en García Márquez cuando entre la libertad y la dictadura optó por ser amigo de Fidel Castro.

Otra cosa es que la literatura de García Márquez llegue a ser entrañable, incluso para quienes nos iniciamos en la lectura con él. Entrañable y sorprendente. Camus es otra cosa, una exposición de contextos y una visión de la literatura como un acto de libertad. Su influencia es enorme en todos los ámbitos, creo que Mario Vargas Llosa no se explica sin él, por ejemplo.

Al leer a Albert Camus siempre admiro su capacidad para sobreponerse a la intensidad de los debates ideológicos de su época, donde algunos intelectuales, soldados del estalinismo, renunciaron a la creatividad. Camus podía escribir, sin embargo, de la peste y jugar un poco a que creamos que millones de ratas en una ciudad o en un país, son la amenazada de la infección del fanatismo. Por eso hablar de otros temas, como la literatura, por ejemplo, es un acto de resistencia para quienes pretenden que solo hablemos de política y, peor aún, seamos parte de un solo pensamiento.

Hay que buscar las palabras en todos lados, si es preciso en las paredes, para guardar o luchar por la memoria hasta el último momento.

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