Hay una modalidad de teoría de juegos en la que dos fuerzas se aproximan en ruta de colisión para ver cuál se quita antes (y luego quizá recibir de pilón el insulto de “¡Gallina!”). Es el principio detrás del acrónimo “MAD” (mutual assured destruction, o locura) sobre la racionalidad e irracionalidad en un conflicto nuclear, y es algo que se discute hoy mucho a partir de las amenazas de Putin, pues enfrentarlo eleva los riesgos y no hacerlo, también. Para que no quede duda de la trampa en la que se metió, y metió a enemigos y aliados, el asesino le aclara al mundo: “No estoy blofeando”. Por cuanto a este encierro letal, Bertrand Russell advirtió: “El juego puede jugarse sin provocar una tragedia unas cuantas veces, pero pronto o más tarde se sentirá que la pérdida de respeto es más terrible que la aniquilación nuclear. Llegará el momento en que ninguno de los lados pueda aceptar el grito humillante de “¡Gallina!”. Cuando llegue ese momento, los estadistas de ambos lados sumirán al mundo en su destrucción”.
Siempre hay motivos para convocar reminiscencias de agresiones totalitarias. Por estos días fue el centenario de la “marcha sobre Roma”, que marcó el inicio del régimen fascista y esta memoria empalma, para muchos, con el nuevo gobierno italiano, alianza de distintas derechas. Desde luego procede una alerta cautelosa, porque si bien un gobierno que acepta a la Unión Europea no puede ser fascista, posiciones radicales pueden abrir brecha para otras más radicales. Meloni está a la derecha de Berlusconi, que a su vez estaba a la derecha de… Es lo que en psicología se llama la “táctica del pie en la puerta”, que usando la imagen del vendedor de casa en casa, explica cómo las personas hacen o aceptan cosas cada vez más extremas. Así avanzó el nazismo, extremo de extremos, y categoría política absoluta, si las hubiera.
En el zoológico dictatorial, permanecen las teocracias islámicas e incluso una teocracia familiar en Corea del Norte, mientras China construye una tecnodictadura de vigilancia obsesiva. Dados los oscuros surcos que agrietan al mundo, ha tomado impulso el debate en torno al fascismo, sobre qué es y cómo reconocer esta enfermedad política. Quién sabe cómo acabará Italia, pero por lo pronto no hay duda de que un conglomerado criminal lleva a Rusia hacia una variante fascista; y tampoco la hay de que en Estados Unidos se puede gestar otra variante, con un Trump turbocargado por las persecuciones judiciales y por la furia que exuda su base resentida.
En este berenjenal, México toma su propio camino. Sin mínimos de inteligencia, sin principios ni movimiento popular, un gobierno pigmeo y militarista se achica más, cada día, frente a la desproporción de sus fracasos y sus mentiras. Y viene lo bueno, porque López Obrador tampoco blofea cuando le pasa la cuenta a una democracia que le quedó a deber cuando no le ofrendó a tiempo el poder que siempre mereció. El gandalla-víctima puso el pie en la puerta, se metió hasta la cocina y trabajó un potaje de complicidades, cobardías, egoísmos, valemadrismos, y odios sembrados y cosechados, aderezado con putrefactos retazos: cubanos, venezolanos, argentinos… El gandalla-víctima decreta la destrucción de la democracia mexicana al grito de siempre: “¡Gallinas!”. Porque él gana antes de cualquier resultado, y porque antes de irse volará la cocina y la casa. Es la última llamada, y siguiendo a Russell, habrá que ver si los suficientes por fin se cansan del miedo y del chantaje y de que les vean la cara.