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domingo 03 noviembre 2024

¿Hacia una comunidad norteamericana de naciones?

por María Cristina Rosas

Desde la óptica de la geopolítica, América del Norte había estado compuesta, al menos hasta antes de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, por dos países: Estados Unidos y Canadá. El TLCAN posibilitó el reconocimiento, por parte de Washington y Ottawa, de que México, no obstante su pertenencia a América Latina, es también una nación norteamericana, cuyos vínculos económicos, financieros y políticos siempre han estado ligados mayoritariamente a EEUU. El TLCAN, además, posibilitó el redescubrimiento de México por parte de Canadá, que, en la guerra fría había tenido acercamientos discretos con las naciones latinoamericanas a las que consideraba zona de influencia de Estados Unidos y evitaba, por tanto, tener fricciones con Washington. Adicionalmente, tanto la democratización como las reformas económicas efectuadas por las naciones latinoamericanas, atrajeron la atención de los inversionistas y empresarios canadienses, de manera que los acercamientos con la región progresaron decididamente. Como muestra, Canadá se incorporó como miembro pleno a la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 1990.

Las claras disparidades sociales, económicas, políticas y culturales entre México, Estados Unidos y Canadá, siempre fueron invocadas como un obstáculo para que el primero fuera considerado como parte de América del Norte. Se señalaba que existían más afinidades entre Washington y Ottawa -por ejemplo, por pertenecer ambos a alianzas militares como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Comando Norteamericano de Defensa Aeroespacial (NORAD); por ser acreedores y otorgantes de créditos en los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI); por su participación en el foro de naciones desarrolladas del Grupo de los Siete (G7); etcétera- que entre México y EEUU y mucho menos entre México y Canadá. México, se insistía, estaba destinado a ser un “socio menor”, un marginado si no es que un subordinado ante lo que EEUU y Canadá dispusieran en la gestión de los asuntos norteamericanos.

Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos obligaron a una reconfiguración de América del Norte. La necesidad de fortalecer la seguridad fronteriza -se recuerda cómo Hillary Clinton, a la sazón Senadora por Nueva York, señaló, sin fundamento alguno, que los terroristas que secuestraron los aviones con los que fueron atacadas las torres gemelas del World Trade Center ingresaron a la Unión Americana por el territorio canadiense- determinó que, por ejemplo, los comandos de EEUU se reinventaran, de manera que el Comando del Norte (USNORTHCOM), creado el 1 de octubre de 2002, incorporaría al NORAD y cubriría igualmente a la República Mexicana. Incluso fue propuesta la adhesión de México al NORAD, un mecanismo de defensa aeroespacial nacido en 1958 tras el lanzamiento, por parte de la URSS, del satélite Sputnik, mismo que empleó el cohete R7, capaz de transportar igualmente misiles balísticos intercontinentales que, en teoría, Moscú utilizaría para atacar a Estados Unidos en una guerra nuclear. Pero en el presente siglo, la idea de que México formara parte del NORAD era la de fortalecer la vigilancia del espacio aéreo norteamericano, más que ante la eventualidad de ataques misilísticos procedentes de Rusia u otras naciones, para coadyuvar al combate del terrorismo, de la delincuencia organizada –i. e. tráfico ilícito de estupefacientes, de personas, de armas- y obtener de las autoridades mexicanas información de inteligencia sobre el espacio aéreo nacional. Esto no se concretó.

Con todo, lo que sí ocurrió es que se crearon mecanismos para fortalecer la cooperación en temas de seguridad fronteriza. Se buscaba mejorar la vigilancia de las fronteras mexicano-estadunidense y canadiense-estadunidense para evitar que fueran usadas por personas que desearan perpetrar actos terroristas o bien hacer daño, primordialmente, a la sociedad estadunidense. También el auge de la delincuencia organizada en México fue otro tema que alentó la norteamericanización de la agenda de seguridad con la concurrencia, ahora sí, de los tres países.

En este sentido, en 2005 los Presidentes de México y Estados Unidos y el Primer Ministro de Canadá acordaron la creación de la Agenda para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), más centrada, ciertamente, en la seguridad y menos en la prosperidad. Con todo, la ASPAN posibilitó que se dieran pasos decisivos en la configuración de una América del Norte de tres países, cuando, a su amparo, desde 2005 y hasta 2016, se llevaron a cabo reuniones en que los Presidentes de México y EEUU y el Primer Ministro de Canadá se reunirían, a veces de manera anual, a veces en intervalos más espaciados en las Cumbres de Líderes de América del Norte. En esos encuentros se generó un sentido de pertenencia a América del Norte, toda proporción guardada, similar al existente en otros foros y organismos regionales como la Unión Europea o -hasta antes de la llegada de Jair Bolsonaro a Brasil- el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).

Desafortunadamente, la llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU puso fin, de manera abrupta, a las Cumbres de Líderes de América del Norte, la última de las cuales se celebró el 29 de junio de 2016 en Ottawa, teniendo como anfitrión a Justin Trudeau y con la concurrencia del Presidente estadunidense Barack Obama y del mexicano Enrique Peña Nieto. Ya no hubo más encuentros trinacionales. En la administración Trump se destruyó a la pretendida comunidad norteamericana de naciones a la que sustituyó con el bilateralismo, privilegiando las relaciones sólo con México o sólo con Canadá e impidiendo, de paso, contactos y relaciones más estrechas entre mexicanos y canadienses. Una muestra de ello fue la manera en que fue negociado el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), el cual, en su primera versión -hacia agosto de 2018-, fue acordado inicialmente por mexicanos y estadunidenses, dejando a los canadienses la “opción” de adherirse “si es que así lo deseaban”, según los dichos de Trump. Esta maniobra trumpiana lastimó la concertación inicialmente acordada por México y Canadá de apoyarse durante la negociación del TMEC y aun hoy manifiesta sus secuelas.

El desprecio de Donald Trump a una comunidad norteamericana de naciones quedó también de manifiesto en la ruptura de una tradición de larga data. Casi siempre que un nuevo gobernante llega a la Casa Blanca, su primer viaje internacional es a Canadá y, en algunos casos, a México -se recuerda que el 16 de febrero de 2001, el primer viaje al exterior efectuado por George W. Bush fue justamente al rancho de Vicente Fox en Guanajuato, algo que inquietó a los canadienses y que evidenció la empatía entre ambos mandatarios, a quienes los medios de comunicación comenzaron a llamar “los dos amigos.”

Donald Trump rompió con esa tradición y su primer viaje internacional fue a… ¡Arabia Saudita! En cualquier caso, Trump ya no es Presidente y su sucesor, Joe Biden, caracterizado por ser institucional, empieza a restaurar la tradición. Así, su “primer viaje”, o bien, “encuentro internacional” fue, aunque virtual, con el Primer Ministro canadiense Justin Trudeau. En esta reunión afloró la cordialidad y empatía entre ambas figuras políticas. Biden señaló que “Estados Unidos no tiene amigo más cercano que Canadá.” Trudeau, por su parte, que fue de los primeros líderes internacionales en reconocer la victoria del demócrata en los comicios presidenciales de noviembre pasado: dijo que “se había echado de menos el liderazgo de Estados Unidos en los últimos años” (se entiende, bajo la presidencia de Trump). Es de destacar que ni Biden ni Trudeau se refirieron a México por su nombre en este encuentro, si bien dejaron entrever la posible resurrección de las Cumbres de Líderes de América del Norte en que, previsiblemente, México estaría incluido.

Por supuesto que esta acción de Biden revela una recomposición de las relaciones con un aliado tan estratégico de EEUU como lo es Canadá, sin que ello signifique que la relación bilateral entre ambas naciones será miel sobre hojuelas. Se perfilan conflictos en materia ambiental y energética, entre otros rubros, porque si bien Biden ha anunciado el regreso de la Unión Americana a los Acuerdos de París para combatir el calentamiento global, los petroleros de Alberta en Canadá son firmes opositores a las normas ambientales y a reducir emisiones contaminantes. Pero también hay otras consideraciones en términos de abastecimiento y seguridad energética que ambas naciones deberán solventar.

Lo que también es cierto es que era previsible que Biden se acercaría más a Canadá. Forma parte de su estrategia de reconstrucción de las relaciones internacionales de Estados Unidos con sus aliados tras la desastrosa gestión de su antecesor. Cierto, México y Estados Unidos son socios estratégicos y la vecindad geográfica los obliga irremediablemente a ponerse de acuerdo. Biden no es la clase de político rencoroso que aplicará represalias al gobierno mexicano por haberse tardado tanto en reconocer su victoria -situación que, de todos modos, determinó el relevo en la misión dipomática mexicana en Washington y la salida de la embajadora Martha Bárcena quien será sustituida por Esteban Moctezuma Barragán. De hecho hoy, el Secretario de Estado Anthony Blinken sostuvo una reunión también virtual el canciller mexicano Marcelo Ebrard y con la titular de la Secretaría de Economía, Tatiana Clouthier para hablar sobre la agenda México-Estados Unidos. Eso es muy positivo y lo es más al ocurrir en la misma semana en que se produjo la cumbre Biden-Trudeau. Es un mensaje para el gobierno mexicano en el tono de “estoy dispuesto a trabajar contigo y envío a mi canciller Blinken a tantear el terreno para una futura cumbre Biden-López Obrador.” Con todo, México no fue el primer país “visitado” por Biden y eso no se puede dejar de lado.

Moctezuma Barragán en breve arribará a Washington para hacerse cargo de la embajada mexicana. Pero en México, tras la partida de Christopher Landau, la legación estadunidense se encuentra acéfala. Biden explora opciones. Dos de ellas muy mencionadas no son de diplomáticos de carrera, sino de connotados republicanos que dieron un espaldarazo a Biden contra Donald Trump en los comicios presidenciales del año pasado. Una de las candidatas es nada más y nada menos que Megan McCain, estrella de televisión, quien, no obstante su linaje, invitó a votar por Biden en los comicios de noviembre de 2020 -la madre de Megan, por cierto, figura también entre las opciones para ocupar la embajada estadunidense en Gran Bretaña. Otro candidato a representar a Estados Unidos en México es el ex senador por Arizona, Jeff Flake, quien tuvo un desempeño sobresaliente en el proceso de ratificación del TMEC en el Senado, al señalar que “México es el mejor aliado y amigo de Estados Unidos” -cosa que no está de más recordar, máxime cuando, como se explicaba, Biden se deshizo en elogios hacia Canadá el martes pasado llamándolo “el mejor amigo de Estados Unidos.”

Que Roberta Jacobson sea asesora de Biden para asuntos migratorios es una buena noticia, dado que ella es una de las mejores expertas en las relaciones con México y con otras naciones latinoamericanas: se recuerda que fue artífice del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba. La suspensión de la construcción del muro en la frontera México-Estados Unidos y la decisión de permitir que quienes deseen emigrar a Estados Unidos lo hagan directamente sin emplear a México como “tercer país seguro” son gestos de la administración Biden que revelan que hay un deseo por desarrollar relaciones bilaterales con el gobierno de López Obrador, en condiciones armónicas, a pesar de la escasa empatía política entre ambos líderes.

Eso sí, Biden siempre se apegará a las instituciones, lo que si bien augura un posible resurgimiento de las Cumbres de Líderes Norteamericanos, no parece que tan fácilmente pueda llevar a recrear aquel espíritu de una Comunidad de Naciones de América del Norte que Trump destruyó de manera abrupta. Hoy por hoy, otra vez, la América del Norte de Biden es una América del Norte de dos países.

Dependerá de México si logra cambiar ese dúo para transformarlo en una comparsa de tres.

 

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