La autodestrucción del mito

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“Nosotros no odiamos, ni buscaremos venganzas, no vamos a perseguir a nadie, no inventaremos delitos, no daremos consignas al Poder Judicial o al Ministerio Público, seremos absolutamente respetuosos de nuestros adversarios y del derecho a disentir, nosotros nunca vamos a apostar a destruir a nuestros adversarios”.

Esto decía un domingo 24 de abril de 2005 desde el Zócalo de la Ciudad de México un combativo jefe de gobierno de nombre Andrés Manuel López Obrador respaldado por cientos de miles de ciudadanos que no necesariamente eran partidarios suyos, pero que con plena convicción se oponían a que fuera descarrilado a la mala en sus aspiraciones presidenciales por el poder en turno.

Ese jefe de gobierno, hoy presidente de la República terminó traicionado su propio discurso, su compromiso y se convirtió en verdugo de sí mismo. En su cotidiana embestida en contra de la senadora Xóchitl Gálvez, quien como él en 2005 aspira a ser candidata presidencial el próximo año, termina por dar la razón a quien con toda la fuerza del Estado arremetió contra él.

En aquel discurso, el hoy maltrecho presidente vociferaba con toda la potencia de su voz que “el presidente de México debe actuar como hombre de Estado, como estadista, no debe de actuar como jefe de partido, de facción o de grupo; el presidente debe representar a todos los mexicanos”

Empoderado en su papel de víctima argumentaba: “el presidente debe ser factor de concordia y de unidad nacional, el presidente no puede utilizar a las instituciones  de manera facciosa ni para ayudar a sus amigos, ni para destruir a sus adversarios”.

Envuelto cual niño héroe en el discurso de la democracia, las libertades y el respeto al Estado de Derecho, que en aquel momento y de su voz resultaba incuestionable, sus adversarios políticos fueron con sus descalificaciones  inyectándole cada vez mayor legitimidad, hasta llegar a contribuir de alguna manera, involuntaria e indirecta, a convertirlo en presidente.

Pero no es que se le haya olvidado de todo lo que dijo, es simplemente que nunca lo creyó, fiel a su estilo dijo a su auditorio lo que en ese momento quería escuchar para convertir aquel momento histórico del país en su destape como candidato presidencial, eso fue todo.

Hoy es justo el discurso contrario el que le es útil para seguir enardeciendo a sus huestes ahora en contra de una persona que representa justamente lo que él era en aquel momento: el principal adversario político del presidente y quien amenazaba la continuidad del partido en el poder.

No nos llamemos a engaños, la única constante de Andrés es que siempre ha manipulado el discurso a su conveniencia en la incesante búsqueda de acumular poder y como quedará asentado en la historia, no fueron sus adversarios quienes lograron desmantelar el mito de la pomposa “Cuarta Transformación” y del hombre todopoderoso, sino su propia lengua, su propia historia y su propio fracaso.

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