Sophie, una mujer británica que probablemente cumple 31 años ese día, despierta con otra mujer, tienen un bebé y su conmemoración es ver videos grabados por ella y su padre, 20 años antes, en vacaciones de ambos en Turquía. El grueso de la película sucede en ese pasado sin teléfonos celulares y en que se celebran, cercanísimos uno del otro, los cumpleaños número 11 de Sophie y 31 de Calum, su papá. Aftersun (2022), primer largometraje de Charlotte Wells, obtuvo algún premio en Cannes y, sobre todo, ha generado ruido en redes sociales por resultar con más puntos en una encuesta sobre la mejor película de 2022 de la popular revista fílmica británica Sight and Sound. Se conoce en México como Aftersun, podría traducirse como Atardecer o Tras el sol (no solemos decir The Godfather, sino El Padrino). Basta informarse sobre a quienes se encuestó en cada país y notar su heterogeneidad —la incoherencia no es pluralidad— para saber que el producto de ejercicios como éste es más revelador cultural que cinematográficamente.

Tras el sol, a pesar de algunos saltos en el tiempo, es un relato tradicional que se desarrolla informativamente. Muy pronto, por ejemplo, se entiende que los padres de la niña están separados. Quizá sólo falla ligeramente en comunicar la fecha de la historia, aunque una llamada a Escocia desde un teléfono fijo es indicativa y posteriores claves tecnológicas lo confirman. Difícilmente puede afirmarse que Tras el sol sea sobre salud mental, aunque toque el asunto en el personaje de Calum y a pesar de que la promoción de la cinta enfatice el tema. La niña dice que su padre es raro. Él tiene acciones sin explicación inmediata, como una tibia respuesta al canto de cumpleaños organizado entre los paseantes por su hija, como llorar en algún momento y como meterse al mar de noche. A su vez, quizá Sophie esté descubriendo el deseo o busca comprender qué le atrae: ve parejas, muchachos, le incomoda que a su padre le guste una profesora de su escuela. Acaso le interesan sobre todo ligeros toques plenamente significativos en la adolescencia, que pierden importancia con el paso de la vida. El cine mayoritario tiende a funcionar cumpliendo planteamientos que él mismo establece: complace, pero queda a deber si de exploración cinemática o vital se trata.
Hay una faceta de retrato social. Calum enseña técnicas de defensa personal a Sophie. Esto podría ser interpretado como temor hacia la violencia de género, pero en los vecindarios de clase trabajadora de los personajes puede tratarse de riesgos generalizados de ciertos lugares de Escocia. Sophie expresa que Edimburgo es su casa. Calum no vive en Escocia, dice que ya no pertenece a Escocia y que acaso nunca lo hizo. A pesar de lo que pueden parecer vacaciones prolongadas se trata de personas que no gozan de condiciones económicas desahogadas: el dinero es un problema, como cuando Sophie dice a su padre que no prometa algo que no podría pagar o como cuando Calum, tras titubeo prolongado, compra un tapete que cuesta 850 libras (alto para cualquier ingreso incluso hoy). Asimismo, Tras el sol sucede en el típico destino europeo para británicos de clase trabajadora: un lugar con sol, repleto de británicos porque está explícitamente hecho para ese tipo de turistas. Una bandera británica cuelga en el bar. Son vacaciones para matar el tiempo, bajo otra luz. Espacios en que es codiciable una pulsera “todo incluido”. La clase social cristalizada como cultura particular, no sólo como ingreso.

La cámara de Gregory Oke se mueve con delicadeza, los paracaídas acuáticos pueblan el cielo y en cierto punto también una alberca, como reflejos. Un logro sonoro es notable: que el silencio sea denso, mínimos ruidos —en algún momento la respiración de la niña dormida— hacen que la falta de sonidos no sea artificiosa, sino que consigue generar suspenso. Pero, difícilmente puede haber algo menos original que oír un aliento entrecortado y ver imágenes de baile bajo luz estroboscópica. Hay también un curioso paralelo entre Tras el sol y Bardo (2022), en ambas: escenas estilizadas, con alteración de una canción durante el baile de padre e hija, con resultados distintos pues Wells ha construido la emoción, mientras que González da por hecho que el público debe tener la reacción que él imagina, aunque no la plasme. Las dos son elaboraciones menores.

Wells y su equipo contaron con el financiamiento de cuatro entidades públicas: la Lotería Nacional británica, el British Film Institute, Screen Scotland —el fondo cinematográfico de esa nación británica— y de la BBC. Tras el sol no es cine independiente ni en financiamiento ni en ser alternativa a un supuesto cine hegemónico: es sólo narración digna, propensa a terminar transmitida en un canal público, como la BBC. No participar de la imbecilidad flagrante que se permiten algunos productores audiovisuales no hace que lo creado sea magnífico, sino apenas diferente a lo más común.
En varias líneas argumentales, la dirección de Wells genera suposiciones de que algo pasará. Un nuevo amigo de Sophie parece revelarse como fuente de peligro, pero las acciones resultan en un beso. Para su público inmediato, en Gran Bretaña, el filme tiene la carga del caso Madeleine McCann, una niña que desapareció en 2007 durante sus vacaciones en Portugal sin que el hecho se haya resuelto, propiciando mitologías (que incluyen casos judiciales y algún documental de Netflix). Si ver la película de Wells lleva a pensar que Calum está contemplando el suicidio, no es por sagacidad del espectador o complejidad del personaje construido, sino porque el relato de Wells está armado para conducir al público de esa manera, exclusivamente a nivel informativo. En tal conducción está el carácter no ambicioso, cinematográficamente, de Tras el sol.

Si uno se enfrasca sólo en la narrativa de Aftersun, puede quedarse con la pregunta de si la del aeropuerto —al fin de las vacaciones— fue la última despedida de Sophie con su padre. Separarse sin vuelta atrás en la entrada de una zona de abordajes, a pesar de su patetismo prefabricado, no escapa al dramatismo extremo; como Venecia no escapa de su belleza, a pesar de miles de visitantes. La sustancia del filme está en la relación entre hija y padre, de proximidad y afecto, en que hay confianza de Sophie para contar a Calum del inocente beso que se ha dado la noche anterior. El padre acaso sea simplemente alguien que quiere conservar imágenes de su hija, porque no está con ella a diario. Más que unas ordinarias manos enlazadas, el amor por su hija se cifra en que el padre se ocupe de untar protector solar en la británica piel de la niña, susceptible de daño bajo casi cualquier sol. La película de Charlotte Wells es conmovedora, no mucho más, pero nada menos.