domingo 07 julio 2024

La Familia de García

por Germán Martínez Martínez

Familia (2023), el décimo largometraje de Rodrigo García —director de multitud de cortometrajes, episodios de “series” y cintas para televisión— es, en cierto sentido una película navideña: una reunión familiar para departir a la mesa en que emergen animosidades recientes y antiguas, se concretan revelaciones comprometedoras, algunas cosas se mantienen, otras están a punto de cambiar y el encuentro incluso puede significar el fin de alguna relación; todo entre una familiaridad que resulta opresiva, pues confunde inercia con confianza. Y como cualquier rutinaria cena de Navidad a la que se despoja de dulzura convenida, el filme Familia es intrascendente.

El director Rodrigo García durante el rodaje de su película Familia.

La película fue coescrita y dirigida por García. El reparto de su cinta es excepcional, pues reúne en papeles principales para este primer largometraje en español —antes ha hecho su carrera principalmente en Estados Unidos— a Cassandra Ciangherotti (Julia), Ángeles Cruz (Teresa), Daniel Giménez Cacho (Leo), Ilse Salas (Rebeca), Ricardo Selmen (Benny) y Maribel Verdú (Clara). Esto habla de poder de convocatoria y solidez de producción, que no es de extrañar, pues desde su primera película García reunió a actores internacionales competentes (Glenn Close, Cameron Diaz, Calista Flockhart). Pero si en sus cintas iniciales había alguna distancia respecto a costumbres del cine más convencional al, por ejemplo, optar por cierto carácter estático y fragmentario, en Familia abundan los lugares comunes. Por supuesto, la fotografía es tan linda como el reparto al servirse del Valle de Guadalupe, en Baja California, México. Una empresa china es origen de una oferta de compra por el campo de olivos, donde está la casa familiar y siguen viviendo Leo y Benny. Julia aspira a ser escritora, pero es indisciplinada. El mayor tópico, sin embargo, es su forma de acercarse al tema de los lazos entre padres e hijos, hermanos y los nuevos miembros de la “tribu”. La familia es atadura que para cualquiera es reto manejar y por eso en fórmulas estandarizadas para guion se recomienda introducir problemas familiares. ¿Qué es una buena familia? Probablemente sea el configurar un grupo en que se procesa funcionalmente el conflicto, pero esto no es el tema de la película de García, quien prefiere un desapego que acaso se ofrece como sabia aceptación de la complejidad, aunque no lo sea.

Natalia Solián e Ilse Salas son las hermanas Mariana y Rebeca.

La llegada de los miembros de la familia al rancho de olivos es carnaval verbal: diálogos para explicar cada circunstancia, comenzando por la muerte de la madre. Uno, entre muchos asuntos, puede llamar la atención: Leo habla en algún momento de trato diferenciado a hombres y mujeres. Esto es sólo parte de un supuesto discurso más amplio, que es apenas alineamiento con una causa a la que el filme no sirve. Lo que podría ser tratado como cualquier otro rasgo de los personajes es llevado al énfasis de la diversidad sexual: una niña lamenta preferir los niños (sin que sea un planteamiento crítico); su tía y su novia traen a cuenta su propia relación (que en realidad no es sorpresa para la familia, ni provoca rechazo). La naturalización de las preferencias es deseable, pero es notorio que no carecen de elementos quienes acusan la prevalencia de una “ideología de género” en sociedades contemporáneas. En un entorno en que se da por hecho que las características sociales dependen de construcciones históricas y colectivas, podría argumentarse que la reiteración en obras artísticas de temas —por fórmula y corrección política— es generadora cultural más que representación social, lo que no sería un mal, sino llanamente un hecho.

Familia, por la quietud de sus acciones, podría haberse desarrollado como pieza teatral en escenario fijo y austero; pero aun en ese caso, su lenguaje sería muy básico. Cuando Leo brinda por una pareja que se casará dice que “el amor es una plegaria, que la suya sea correspondida”. En otra circunstancia describe los rostros de sus hijas como “el paisaje perfecto”. No es una forma de hablar de Leo, así como que Julia use desinfectante en sus manos —que los demás lo sepan y cuenten con ello— no es suficiente para construir un personaje. Si varias cuestiones no cuajan en tales escenas, tampoco lo hace el desparpajo humorístico cuando aparece. Como obra de teatro, quizá la creación de García sería más ordinaria y aburrida; pero no por mucho. Esto no obstaculiza que habrá personas que se conmuevan hasta las lágrimas ante Familia, sea por razones individuales o por gesticulación alienada.

Maribel Verdú y Giménez Cacho interpretan una pareja que quizá no perdure.

Tratando de encontrar algún eje de peso en Familia, habría que decir que probablemente se trabajó alrededor de la idea de los juegos y choques de percepciones. Rebeca vive en Estados Unidos, apenas cruzando la frontera, y se mudará al norte de ese país. Ella viviría idealizando a sus padres desde la distancia y el paso del tiempo. Su esposo gringo le dice —al oír sus comentarios sobre sus hermanas— que él se pregunta si asisten a las mismas comidas. Sin embargo, el leitmotiv, más exterior que sustantivo, es la familia. Es común que tratar este tema se estanque en una serie de tópicos, como en los personajes escritos por García (el director, hijo de Gabriel García Márquez, sabe de la carga familiar pues nunca podrá deslindarse —ni tendría por qué hacerlo— de ser hijo del novelista; sería injusto descalificarlo por su origen y sería ingenuo no reconocer que esa circunstancia le abrió puertas, principalmente al inicio de su carrera). Las hijas de Leo tienen la motivación de alcanzar la “aprobación” de su padre, quien se preocupa porque “la vida no les resulte bien” y —hombre cariñoso— provoca que su novia exprese que se siente “querida”. Así se pierde la oportunidad de explorar la intensidad de los lazos, el poder inagotable de algunas disputas, los actos irreparables o las alegrías perdurables.

Las hermanas regresan al rancho en que crecieron y que todas abandonaron.

A Leo, al principio y al final, lo visita su difunta mujer, con quien quizá tenía desavenencias, a quien quizá le era infiel. Sería exageración atribuir realismo mágico a tales escenas, aunque normalicen lo imposible —que ocurre sólo en nuestras imaginaciones— porque esos momentos se traducen apenas en notas de la afirmada persistencia de esa mujer en la vida de los personajes. Algo semejante pasa con Benny —quizá como la pretendida buena intención de incluir diversidad sexual— pues su síndrome de Down es aludido en términos del cuidado más obvio posible. Y aunque es difícil identificar algún motivo central en un filme no múltiple y expansivo sino llanamente sin cohesión, la vida del campo —es decir fuera de ciudades donde todo parece suceder— es una exploración que poquísimos consiguen acometer con acierto, quedándose en cambio, como esta creación de García, en enunciados como: “amaba su tierra”. Familia más allá de decir que diría algo sobre esto o aquello, poco dice sobre qué es vivir con ese síndrome, sobre qué significaría amar la tierra agrícola, sobre vivir con la pérdida de una persona fundamental y sobre la familia. La producción cinemática, y de las demás artes, está llena de obras innecesarias.

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