Hablar mal del capitalismo es un lugar común en nuestros días. Cualquiera, con o sin conocimiento de causa, lo hace; lo mismo un artista en apuros financieros que una activista con maestría en desarrollo internacional. ¿Algún día parecerán absurdas estas pseudocríticas? Tiempo atrás, en 1587 desde la Academia Florentina solicitaron a Galileo Galilei —de 23 años y quien pasaría a la historia como astrónomo, físico, ingeniero y matemático— un dictamen sobre la geometría y geografía del Infierno, esa creencia cristiana. La petición se inscribía en un debate que se había extendido por décadas tomando en cuenta las descripciones de Dante en la Comedia: ¿cuál era la dimensión, ubicación y características del Infierno? La manera en que Galileo abordó el asunto no fue explícitamente un ejercicio de interpretación literaria. Había un dejo de estar elucidando la cuestión más allá de la lectura, pero sin llegar a ello, pues habría sido improcedente dado que el poema dantesco no era ni es texto sagrado para la iglesia católica, aunque lo sea para lectores de poesía.
Hay debates que nos parecen superados y que además consideramos nunca debieron suceder; tal es la contundencia de lo que sabemos o creemos hoy. Estoy seguro de que al paso de los siglos resultará del mayor exotismo notar que hubo un tiempo en que se discutía si el socialismo era mejor para los individuos y la sociedad que el capitalismo. Llegará un tiempo en que se vea como gran extravagancia —una especie de secta oscurantista— el que hubiera personas que se creían e imponían a las demás como inteligentes y críticas al denigrar al capitalismo y culparlo de cuanto mal estaba a su vista; pues la evidencia histórica y social es que el bienestar que hasta ahora conocemos sólo se ha alcanzado en sociedades con capitalismos funcionales, en contextos de democracia liberal. Y quizá la gente regresará a estos debates casi por error. Escuchar al editor y escritor Marco Perilli sobre la Comedia —en lecciones cercanas al curso que dicta desde hace muchos años para los becarios de la Fundación para la Letras Mexicanas— me llevó a recuperar y buscar bibliografía sobre el poema de Dante. Un texto del que pude hacerme fue precisamente esas conferencias de Galileo: El Infierno de Dante: figura, lugar y tamaño.

En 1481 Antonio di Tuccio Manetti (1423-1497) publicó su mapa del Infierno según su lectura de Dante. Instado por su maestro el arquitecto Filippo Brunelleschi, el objetivo era una cartografía fundada en las matemáticas y la geografía a partir de lo dicho por el poeta. La presentación del breve libro de Galileo —edición de Archivos Vola— consigna que tal mapa y las conclusiones de Manetti se convirtieron en estudio preliminar de un volumen que pronto se convirtió, por el siguiente siglo, en “la interpretación dominante de la Comedia”. Pero en 1544 el literato Alessandro Vellutello (circa 1473-1550) publicó un libro en que buscaba refutar y “se mofaba” de Manetti. Ante el debate suscitado, la Academia Florentina acudió al joven Galileo (1564-1642) suponiendo que así dirimirían al menos esa información sobre el Infierno.
Galileo arrancó con su objetivo —“demostrar cuál de los dos argumentos más se acerca a la verdad, o sea a la mente de Dante”— y con ello adelantaba: “pondremos de manifiesto de qué manera tan errada el virtuoso Manetti y, con él, la doctísima y nobilísima Academia Florentina, hayan sido difamados por Vellutello”. Como los detractores del capitalismo —y hay que enfatizarlo beneficiarios, pues tales aguerridos oponentes lejos de negarse a los frutos del capitalismo se cuentan entre sus primeros disfrutadores— también la mente de Galileo procedió por abrumación. Dando por hecho la familiaridad con la disputa, Galileo hizo de agrimensor de la fantasía: usó la mayor parte de sus enunciados para enumerar supuestas medidas de secciones del Infierno. Galileo llegó a una certeza en su primera conferencia: “podemos, entonces, concluir que Manetti había admirablemente investigado la mente de nuestro Poeta”. En la segunda establecía: “el Infierno, por el que tenían que descender [Virgilio y Dante,] no será tan pequeño como Vellutello quiere que sea”.

En algún punto Galileo reconocía el carácter especulativo de su alocución pues “por el Poeta no le es dada una medida determinada” a lo que él pretendía calcular. No obstante, también afirmaba que “de Dante sabemos […] que tenía una estatura normal, la cual es de 3 brazos [y] con respecto a un gigante tiene la proporción de 3 a 44 […] podremos razonablemente concluir que Lucifer debe ser alto 2000 brazos”. En su disquisición numérica algún par de cuestiones lindan, pero no ahondan en el problema del espacio, en estimar cómo podrían caber los muertos acumulados, en más de mil años y aun antes, pues se menciona a los no bautizados por anteceder a Jesús de Nazaret. Del Infierno según Vellutello dijo: “lo imagina así de pequeño, de él ni la más mínima parte asigna a un lugar donde se castiguen a los pecadores”. Esto contrasta con el reconocimiento de Galileo como pionero científico —por aportes clave al desarrollo de telescopios y su lucha a favor de la teoría heliocéntrica— quien quizá en estas conferencias muestra la dificultad persistente para disociarse del ambiente católico, incluso durante el Renacimiento. Fueron monólogos doctos, esfuerzos de medición imaginativa, aunque hoy se apuntan los errores de Galileo en la ponderación de ambas versiones del Infierno, incongruentes geométrica y estructuralmente. Resultaron intervenciones semejantes a la retahíla de aseveraciones en contra del capitalismo: no discursos que se distinguieran por su disposición a discutir, sino que se caracterizaron por una certidumbre enumerativa que se confunde con la fe, para su propio descrédito.
Poco después de sus conferencias infernales, Galileo ocupó un puesto como profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa. En las escuelas que enseñan —que no son todas— instruyen sobre Galileo como científico. Pero no necesariamente se repara en el contexto que todavía vivió, pues no sólo enfrentó y se doblegó ante la Inquisición por su heliocentrismo. En ambigüedad semejante, aún después de la caída del Muro de Berlín sigue habiendo académicos que apoyan el socialismo —a despecho de millones de muertos y sociedades en ruina multidimensional— así como no falta gente que se presenta antes sus iguales como heroica por denunciar lo “sistémico” y desalmado del capitalismo. En cierto sentido las incursiones de Galileo al Infierno —y sus antecesores en la discusión— son lecturas profundas de Dante, a la manera de Nabokov, quien quería que “al leer, debemos fijarnos en los detalles, acariciarlos. Nada tienen de malo las lunáticas sandeces de la generalización cuando se hacen después de reunir con amor las soleadas insignificancias del libro. Si uno empieza con una generalización prefabricada, lo que hace es empezar desde el otro extremo, alejándose del libro antes de haber empezado a comprenderlo”. Esto es lo que pasa con quienes pretenden explicar las desgracias sociales del mundo desde consignas anticapitalistas: parten de generalizaciones prefabricadas que frecuentemente ni entienden y que niegan la historia y la realidad de las sociedades desarrolladas. Así pasa sean quienes las enuncian personas que corean lemas en marchas, académicos que retuercen el lenguaje para adjudicar brillo a simplezas o individuos —bribones de amplia gama— con delirios de autoridad moral. Sin teología de por medio ahora percibimos el discutir sobre el Infierno como inutilidad, ¿cuánto de lo dicho en debates sobre el capitalismo será recordado como insensateces en el futuro? Seguramente mucho, quizá mi propia denuncia de irracionalidades lo sea. Por lo pronto, sin embargo, basta conocer y pensar para saber que buena parte de lo postulado por quienes se identifican como del lado correcto de la historia no pasa de charlatanería.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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