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martes 05 noviembre 2024

La lectura según Irene Vallejo

por Germán Martínez Martínez

Es casi imposible escapar de los halagos cuando uno los recibe. En otros campos la efectividad de la adulación puede cuestionarse, pero el recurso goza de cabal vigencia entre personas que padecen de ambiciones políticas y entre quienes gustan de creerse cultos. Palabras que de tanto usarse me parecen vanas, siguen encendiendo egos de gente que se juzga capaz de decidir qué es mejor para los demás. Desde esta perspectiva, noté las estrategias discursivas de Irene Vallejo en su Manifiesto por la lectura (2020).

El Manifiesto por la lectura de Irene Vallejo. Fotografía librería La Selva Dentro, España.

La escritora saltó a la fama en España, después en el mundo de habla castellana y ahora también en otros idiomas, gracias a su octavo libro: El infinito en un junco (2019), un ensayo narrativo sobre la historia del libro y la lectura. Este título le ha merecido entusiastas comentarios y multitudes quieren verla, oírla y pedirle un autógrafo, como ocurrió el miércoles 30 de marzo de 2022 en la Sala Nezahualcóyotl de la Ciudad de México. Sólo algunos, como Ernesto Castro —reconociendo otras cualidades— han criticado la fetichización del libro que realiza la autora. La trayectoria de Vallejo parecería la de alguien desconocido que —a los cuarenta años— publica un título que marca un hito en su vida, el mercado editorial y el mundo de los lectores. Sin embargo, la autora no era ajena al ambiente literario español, sólo que sus siete libros previos no recibieron la atención que El infinito en un junco sí ha instigado.

Ante la reacción que el libro generó y el perfil que Irene Vallejo ha adquirido, la Federación de Gremios de Editores de España le comisionó la redacción del Manifiesto por la lectura. El texto no tiene el carácter narrativo de El infinito en un junco. En el manifiesto, Vallejo dice que la imaginación es una “cualidad asombrosa” y la exalta como lo distintivamente humano: “nuestra auténtica fortaleza es creativa”. Es indudable que hay un momento imaginativo en cualquier creación científica, pero es falso que, como la autora sugiere, los personajes o incidentes literarios sean equivalentes a los desarrollos tecnológicos que —además de imaginación— requieren de condiciones materiales para ser posibles: sólo imaginar no resuelve un problema de conducción de energía ni el cálculo de la potencia necesaria para el despegue de una aeronave.

Tras declarar la fortaleza de la imaginación —con su implícita adulación a quienes se consideran lectores— Vallejo pasa al enaltecimiento del lenguaje humano, en contraste con la comunicación del resto de los animales. Esto lleva a la autora a dictaminar que los encuentros con las vidas de diversos personajes “nos amplían el horizonte y enriquecen nuestro universo”. De ello pasa a dar por hecho, mencionando sólo una fuente —estrictamente psicológica— una cualidad moral y social: “las personas que leen son más empáticas”. Se trata de un enunciado tan alejado de los procesos sociales como el expresado por una política mexicana de que los lectores nunca agredirían a otras personas.

La escritora Irene Vallejo, originaria de Zaragoza, España. Fotografía de Ariel Ojeda, Milenio.

No sorprende que Vallejo suponga que mientras más y mejor se lea “más sólida será la democracia que edificamos”, aunque abunden contraejemplos históricos. Magnificar lo que su público cree hacer no requiere demostración, pues el propósito es generar una sensación en sus lectores: “Leer ha sido una valiosa herramienta de reconstrucción en diferentes regiones del planeta azotadas por la violencia, terribles crisis económicas, éxodos de poblaciones o catástrofes naturales”. En su manifiesto Vallejo se muestra como sofista. Por su frecuentación de los clásicos ella sabría que esta calificación no es eufemismo que sustituya alguna descalificación, sino la identificación de una retórica que no tiene como centro la búsqueda de verdad alguna.

Los manifiestos apelan a una comunidad y suelen tener carácter político. Fotografía DDR Museum, Berlín.

Vallejo subtituló su texto con la frase “Caligrafías del cuidado” —que acaso embelese a su público— pero que es sólo acumulación de palabras que quizá esos lectores consideren prestigiosas o elegantes. Sin embargo, ante una lectura atenta el subtítulo resulta una expresión carente de significado. No es el único caso en el libro. Por otra parte, es comprensible que Vallejo use metáforas sencillas como sugerir que las palabras y la lectura serían un “hechizo”: al hacerlo la autora no declara fe en la magia, sino que busca acercarse a la experiencia de la lectura. Llama la atención que en vez de un mayor esfuerzo de precisión para representar qué pasa al leer se recurra a lugares comunes, porque Vallejo afirma que “quienes leen son capaces de exteriorizar con más claridad sus ideas, traducir en palabras sus emociones”. Los clichés y las fantasmagorías no le impiden congraciarse con sus lectores, quienes se van descubriendo imaginativos, empáticos, democráticos y hasta reconstructores sociales. En realidad, abundan lectores que carecen de imaginación, son despiadados, autoritarios y destructores.

Los manifiestos son un género literario específico. Contra el aura de rebeldía que se adjudican sus autores, los manifiestos son prácticas convencionales porque su meta es apelar a una comunidad o, en los mejores casos, crearla. En esta tesitura, Vallejo escribió que “leer puede ser un acto de resistencia” que resulta un enunciado inocuo social y políticamente, pero que cumple en ayudar a consolidar la identificación de sus lectores con cualidades que suponen deseables. En el Manifiesto por la lectura no hay argumentación, pues el propósito no es problematizar sino seducir: tarea de políticos y sofistas. La seducción por halago crea la ilusión de bienestar, remeda vínculos humanos. El problema de la estrategia no es sólo moral —por falta de autenticidad— sino que atañe también al estado de las cosas: la adulación no altera las situaciones, los elogios generan necesidad de más halagos, un círculo vicioso de reproducción social.

La instalación y película Manifiesto pone en voz de diferentes personajes diversos manifiestos.

La reflexión de Vallejo llega a una conclusión: “urge apoyar a las personas que crean, forjan y expanden nuestros sueños: escribiendo, traduciendo, corrigiendo, ilustrando, diseñando, editando”. Si bien el pequeño libro consigna que Vallejo decidió donar “los derechos de autor” del manifiesto para “el apoyo de proyectos e instituciones de fomento de la lectura”, los apoyos a que ella hace referencia casi inevitablemente serían de carácter público. Los editores buscaban que el manifiesto de Vallejo fuese “la voz que acompañara a la petición de un Pacto de Estado por la lectura y el libro”, es decir usar dinero recaudado forzosamente —a través de impuestos— por parte de “nuestros políticos” para gratificar a un sector específico de la población.

El nosotros de Vallejo es, según ella, el de “los apasionados de la literatura”. Contra el hecho de la ínfima calidad literaria y la ausencia de pensamiento en la absoluta mayoría de los libros, asegura: “Una librería, por minúscula que sea, es el mejor refugio para un cosmopolita”. Comparar países democráticos y desarrollados con naciones como México hace pensar en la necesidad de más lectores. No obstante, la lectura difícilmente puede ser prescrita a sus conciudadanos por figuras paternalistas —presas fáciles de adulación—, mucho menos por gobiernos siempre propensos a llevar agua a su molino. Hace falta un contexto favorable, pero más que en subsidios, para el caso mexicano pensaría que quienes pueden comprar libros, podrían también aprender a valorar la lectura y, llanamente, a leer. Compartir lecturas puede crear relaciones entre personas e incluso favorecer el ejercicio de la civilidad. Sin embargo, quizá la lectura es fundamentalmente un camino individual, aunque —como el amor— sea una forma precaria de enlazarnos con otros.

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